Mala cosa cuando se amontonan los problemas relacionados con la Sanidad y la Educación. Y peor aún cuando, con tozudez, se niegan las evidencias y ... se elude la autocrítica. Es lo que pasa cuando uno anda despistado tanto tiempo con otras cosas y, cuando se quiere dar cuenta, tiene la casa como una ruina, llena de goteras, humedades, enchufes que no funcionan y bombillas fundidas. Esto es lo que sucede con la Sanidad en Andalucía y, como no pongan remedio, puede ocurrir también con la Educación, ámbito en el que se frivoliza con descaro desde que se anunciaban colegios bilingües con profesores que no pasaban de 'My name is Pedro. What's your name?' y con acento de Totalán. O institutos TICs en los que no funcionaban los ordenadores o, incluso, donde no había conexión a internet. Como siempre, sería injusto generalizar, pero no lo es denunciar que en las escuelas, institutos, hospitales y centros de salud de Andalucía hay muchas goteras. Cada vez más.
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El último envite ha sido el informe PISA, en el que Andalucía vuelve a salir malparada. Y lo peor no ha sido estar a la cola en el ranking, sino la reacción de la Junta de Andalucía y de la propia consejera de Educación, Adelaida de la Calle. No se sabe si llevada por la improvisación, por la falta de datos o por el gen político, la consejera relacionó los malos resultados con el hecho de que los 54 centros seleccionados por la OCDE eran de un bajo índice socioeconómico. ¿Quiere decir ello que la Junta de Andalucía reconoce que en la Educación de la región hay dos velocidades marcadas por los recursos económicos? ¿Quiere decir que los niños de familias con más medios reciben mejor educación en los centros públicos andaluces? ¿Quiere decir que la educación concertada o privada es mejor que la pública? ¿Quiere decir que los niños de familias pobres andaluzas están condenados a una peor educación? ¿Qué diablos quería decir la consejera con esa afirmación? Probablemente ni ella misma sabía lo que quería decir.
El mayor error de la Junta de Andalucía con el informa PISA ha sido, como siempre, negarlo y politizarlo. Culpar al analfabetismo del siglo XIX, a Franco, a los señoritos o a la OCDE. Como cuando con la Sanidad culpa a los partidos de la oposición. O a Madrid. Culpas, culpas y más culpas. Vaya a ser que esto salpique a sus señorías en San Telmo. Hubiera sido más fácil decir que se toma nota, que a pesar de todo el esfuerzo en los últimos 40 años hay que hacer más, especialmente en los entornos más deprimidos, y que se ofrecerá un pacto regional por la Educación para mejorar todos los niveles, porque la Educación es cosa de todos, de la administración pública, de las familias y de los profesionales de la educación. Basta ya de titulares, planes, fotos y compromisos incumplidos. Andalucía se tiene que tomar en serio la Educación y la Sanidad. Y para ello se debe ser autoexigente y autocrítico. Y si en la Sanidad la clave es escuchar a los médicos, en la Educación hay que atender a los profesores. A los buenos. Porque los hay muy buenos, pero también los hay muy malos, derrotados por la desidia y el aburrimiento.
En Andalucía hay grandes ejemplos de centros de educación pública y concertada, innovadores, dedicados y vocacionales, que facilitan merecidos premios, titulares y baños de calidad para nuestros políticos. Y hay profesores entregados y de un extraordinario mérito, especialmente en aquellos lugares donde la familia, lejos de ser un apoyo, es el principal obstáculo para la educación de los niños. Bien haría la Junta de Andalucía en olvidarse por un momento de la política orgánica y partidista, de los delirios de grandeza, y sentarse a trabajar de verdad. A diagnosticar las debilidades y amenazas, a buscar soluciones, a inocular el afán del aprendizaje y la vocación. Y conjugar el verbo gestionar, que pasa sólo por Andalucía y no por Madrid, Barcelona o Bruselas.
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