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POR AHORA

El burquini

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 28 de agosto 2016, 10:29

El burquini o burka de playa es un atavío muy práctico. Sólo con su aparición se ha desatado la polémica, pues para muchos su visión invoca medievalidad, imposición, terrorismo y miedo. En las playas de un Occidente lleno de libertades, biquinis, tangas y nudistas, el burquini es también una llamada ciertamente invasora. Hay muchos modos de amenazar y dicen que el burquini no es inocente, por mucho que sí lo sean sus portadoras. En los convulsos tiempos del sangriento auge del Yihadismo, del Califato, Isis o Daesh, con los asesinatos en masa, las autoinmolaciones causantes de tantos muertos, el retransmitido degollamiento público de inocentes prisioneros occidentales, los ataques terroristas internacionales, etc. muchos ciudadanos y estamentos no encajan bien la llegada de este peculiar bañador. Un ya pretendido estandarte de traje de baño que, sin duda, está en parte inspirado por el creciente movimiento criminal ya citado y por el miedo puro y duro.

La gobernante izquierda francesa, normalmente desacomplejada y aún muy dolida por los ataques y las víctimas sufridos en su propio país, ha respaldado estos días la prohibición de este atuendo playero en unas treinta localidades, como Cannes o Niza, y hasta se han visto escenas policiales de represión del uso del mismo. Pero el Consejo de Estado francés -Le Conseil d'État-, supremo órgano consultivo e última instancia de jurisdicción administrativa, se ha apresurado a anular la prohibición en base a las leyes de libertad galas y por considerar que el principio del laicismo no puede llegar hasta ese extremo: «por cuanto cualquier prohibición de acceso a las playas no pueden fundarse en otras consideraciones distintas al orden público, la accesibilidad a la zona de baño, la higiene y la decencia».

Realmente la discrepancia no está en la letra de la resolución, sino en la interpretación dada. Para los que consideran que no debe permitirse esta indumentaria, probablemente, es hasta atentatoria contra el orden público y, con muchos matices, puede que hasta la 'decencia' la vean compelida. Sin embargo, todos sabemos que el Yihadismo, todo lo que significa y es hoy día, no se va a ver frenado por cuestiones tan mínimas como ésta. De todos modos, es paradójico que sean los principios occidentales de la libertad los que acaben por proteger un uso que claramente es también contrario a la libertad de las mujeres que lo llevan. Dicho sea todo ello con arreglo a nuestros pensamientos, cultura y discernimiento, imperantes en esta parte del mundo, hoy denostada y amenazada gravemente por un enemigo cierto, pujante y muy peligroso.

No obstante, la posición de rechazo occidental no es tampoco unánime. Nada suele serlo en las sociedades democráticas. Y es curiosamente un sector de la izquierda, bastante hacia ella escorado, quien protagoniza una cierta justificación para quienes hoy han acatado la exhibición de símbolos religioso-culturales islamistas que limitan sus libertades personales, muy especialmente las mujeres. Puede ser que esos movimientos políticos tildados de antisistema y populismo que, por naturaleza, aspiran a derribar algunos o todos los poderes instituidos y que, por tanto, no comparten la bondad de la presencia de tradiciones religiosas cristianas, piensen que para lograr sus objetivos es muy útil que hayan aparecido estos signos.

Los principios de laicidad a la francesa, la tradición en tal sentido en Turquía -hoy camino de su extinción-, la constitucional aconfesionalidad en España y en el resto de Europa, así como la uniforme separación Iglesia-Estado, son una garantía para nuestro orden de libertades. El respeto a la libertad religiosa pasa por la no imposición de ninguna religión y por la convivencia ciudadana con independencia de la creencia de cada cual. Si nuestras leyes salvaguardan a la sociedad del exceso de los pensamientos de cada cual y las tentaciones de imponer su moral y sus costumbres, también habrá de hacerlo con otras tradiciones, hasta ahora sólo presentes en otros países y que ahora multiplican su presencia, exactamente del mismo modo.

En esta parte del mundo, la humanidad ha cometido tantos errores como pueda imaginarse y así se sabe. La mayoritaria llegada de la democracia y la libertad ha costado mucha incomprensión, intolerancia, injusticias y terribles guerras. Nuestro modelo, siempre en vías de constante mejora e imperfecto a todas luces, debe protegerse de cualquier tentación o episodio de retroceso. La imparable globalización, el mestizaje y la ansiada igualdad de todos, ha de pasar por el respeto y acatamiento a nuestras instituciones, nuestras leyes y nuestro modo de vida. Hay que decirlo y hacerlo sin ningún tipo de complejo, dejando la hipocresía de unos y la interesada maldad de otros fuera de juego. Y es que, aunque no esté de moda decirlo y bien claro, no sólo es conveniente y justo, es nuestro deber.

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