Se pelean se desean
De la puesta en escena emergía ese extraño efecto visual y casi alucinógeno que nos ha traído la repetición de las elecciones
Txema Martín
Lunes, 13 de junio 2016, 01:30
El debate a cuatro de anoche comenzó tirante como el principio de una fiesta en el que todos los invitados se llevan mal. De la ... puesta en escena emergía ese extraño efecto visual y casi alucinógeno que nos ha traído en nuestras retinas la repetición de las elecciones y de toda su parafernalia, esta puesta en escena entre el amor y el odio de la que volvemos a ser testigos activos. Desde el principio, cuando Irene Rivera tomó la palabra para darle las gracias al plató, supimos que la noche sería entretenida, a ratos violenta y seguramente establecida en antiguas consignas matizadas por la novedad de lo acaecido durante los últimos cinco meses, en los que hemos visto que la oferta de promiscuidad política había quedado truncada por la dignidad de las primeras horas, con la amenaza de la repetición al acecho.
Cinco minutos antes del debate, Heredia ya se mostraba con un grado de concentración similar al de un ajedrecista, y desde su primer turno de palabra enlazaba palabras con la autoridad que trata de imponer mediante su dilatada experiencia, también explicando las cosas con la altura de miras que te da el estar elevado en una tarima una o dos guías telefónicas por encima de los demás. Nervioso por dentro como el resto de socialistas tras el último CIS, empezó la noche dando en la mesa un golpe de monogamia al distanciarse del que probablemente será su próximo compañero de cama, Unidos Podemos, con temas tan a mano para la población contemporánea como la pinza, Julio Anguita, la salida del euro o el marxismo.
Luego, Heredia cargó todo lo que pudo contra Carolina España que portaba en su muñeca una pulsera del país homónimo y que da perfectamente el pego como el perfecto término medio entre García Urbano y Villalobos; ni tanto ni tan calvo. En la salita donde estaba la prensa se hicieron apuestas por adivinar si Heredia aludiría a alguno de sus dos tics dialécticos que usa con tanta frecuencia: alguien que le dijo algo, o los desayunos con su madre, que le avisa de que «Pablo Iglesias es malo». En este caso nos quedamos con la primera opción, que resultó la ganadora. Fueron frecuentes los previsibles enganches Heredia - España que en algunos casos resultaron caricaturescos y rozaron lo personal: desde el «me afecta que usted no diga la verdad, Sra. España» hasta «Respéteme, Sr. Heredia». O apriéteme más fuerte. Gran coalición.
Para aquel entonces, habíamos llegados a la segunda mitad del encuentro e Irene Rivera ya estada totalmente sobrepasada por las circunstancias. Fuera de juego y en demasiados momentos ausente en el debate, recitaba de memoria el programa de Ciudadanos de forma automática como una alumna que lo dice todo de carrerilla, sin importarle las preguntas del moderador o intentando meterse en batallas en las que no tenía nada que decir. Su propuesta más innovadora resultó ser la ruptura de burbujas, quedándose para hoy como la candidata más Candy Crush de esta contienda.
A mi juicio, Alberto Montero ganó el debate. Aparte de sus propias cualidades de presencia y oratoria curtidas en la Universidad, se da el extraño caso de que llega, otra vez, sin mochila ni contradicciones, en medio de dos partidos hasta ahora hegemónicos, PP y PSOE, a los que les cuesta profundizar en el debate más allá de eso de y tú más o el y tú menos y que no sólo no lleva a ningún sitio, sino que además en el caso que atañe a los casos de corrupción resulta incluso grotesco. Ciudadanos se pone siempre de perfil y los indecisos somos todos, porque no sabemos quién acabará con quién.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.