Señala Antonio Javier López que «la vida imita al arte resulta cuando menos discutible, más bien al contrario». Sobre todo cuando entra en vigor el ... acuerdo suscrito entre la Unión Europea y Turquía sobre personas refugiadas. Con este acuerdo Europa niega abiertamente la hospitalidad a quienes abandonan involuntariamente sus hogares huyendo de la guerra, la persecución o el hambre. O todo junto. Este documento del que algunos estarán muy satisfechos es deshumanizante y discriminatorio.
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España al día de hoy solo ha acogido a 18 refugiados. Y mientras Turquía emerge como un país seguro. Algo que podría ponerse en duda ya que no ha suscrito el Protocolo de la Convención de Ginebra. Y solo otorga el estatuto de refugiado a ciudadanos europeos. Como tampoco brinda la protección y los derechos de educación, salud, protección o trabajo que ésta lleva aparejada a quien busca asilo. Además, Turquía no garantiza la no devolución al país de origen donde la vida de la personas puede correr peligro. En fin, un desastre.
Mientras esto ocurre el Museo Jorge Rando en Málaga ofrece la exposición 'Punto quebrado, las huellas del éxodo'. Una muestra impactante que reúne las propuestas del colectivo Arte de la Fibra, cuyas creaciones unen arte y artesanía para, partiendo del tejido y de la costura, adentrarse en terrenos como la instalación, el vídeo o la pintura. Una exposición valiente sobre la tragedia de los refugiados. Valiente porque el arte entre otras funciones tiene la de denunciar. Y en esto el museo y el propio artista, Jorge Rando, dan la talla. Basta recorrer las salas del lugar.
Recuperar del túnel del tiempo arte sacro está bien, ofrecer creaciones de los setenta está bien, exponer obras emblemáticas de quienes habitaron el planeta está bien. Pero desgraciadamente el arte y consecuentemente los espacios que lo acogen no siempre reaccionan con la agilidad deseable ante el drama humano. Y con la valentía oportuna. Y el museo de Rando sí lo ha hecho.
Conviene no reducir la instalación del arte a los espacios museísticos: calles o centros públicos podrían ser utilizados como espacios que sirvan para alzar la voz y decir basta. Porque el arte tiene una dimensión profética que emana de su participación en la obra creadora. Máxime cuando la creación grita ante el sufrimiento de sus hijos abandonados. En este sentido es preciso, como señala el Papa Francisco, «asumir la responsabilidad en el destino de los refugiados».
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