Regreso de un viaje relámpago a Panamá, para preparar un reportaje sobre las obras del nuevo canal, que construye una unión de empresas europeas liderada ... por la española Sacyr. Lo hago con un regusto agridulce, que nada tiene que ver con el poso amargo de la cerveza Balboa, bajo la brisa cálida de la tarde caribeña. Es un trago emocional, de sentimientos contrapuestos, que, como en las grandes esclusas del Gatún, suben y bajan los buques cargados de contenedores en su escalera hacia el otro mar, tan lejano y tan cercano a la vez.
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En el primer trago, el dulce, llena de orgullo patrio asistir si quiera por unas pocas horas al desarrollo de una infraestructura de orden planetario, con un presupuesto que terminará rondando los 6.000 millones de dólares; donde todas las magnitudes humanas y materiales son de proporciones estratosféricas. Lo que los futboleros sentirán con la salida al campo de La Roja es coña comparado con el sentimiento de suficiencia, soberbia, altivez, endiosamiento, engreimiento, vanidad, pedantería, postín, arrogancia, petulancia y hasta soberbia que transmite la certeza de que todo ese tinglado esté liderado por una compañía española. Con jóvenes ingenieros españoles al frente de casi todos los departamentos (llegó a haber hasta mil, con 15.000 obreros a su cargo). Con el granadino Pepe Peláez como director de orquesta.
En el segundo trago, el agrio, el orgullo se torna en desaliento cuando se me ocurre pensar qué habría pasado si ese mismo proyecto lo hicieran empresas norteamericanas, francesas, alemanas o británicas. Tendríamos el canal hasta en la sopa; con documentales, retransmisión de la llegada de las compuertas en 'prime time' del Telediario; visitas institucionales de todos sus líderes y aquí, como borregos, admirando el milagro de 'su' potente industria.
Recuerdo, ya con verdadera pena, que sólo se habló del proyecto del canal durante las semanas en las que se vivió una polémica sobre una disputa por los sobrecostes. Y el 99% de las veces, con la legión de políticos, pseudoexpertos, tertulianos y otros mercenarios a la voz de su amo, prestos a arrojar mierda sobre la empresa y sobre la marca España.
«Estoy firmemente convencido de que es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo». El gran estadista Otto von Bismarck fue quizás quien mejor ha comprendido -y definido- la esencia de este país.
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