Acabada la Lotería, tras la rutinaria decepción de los sorteos, hay una frase que se repite como conjuro para exorcizar los demonios del desencanto:
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- ... Bueno, pero tenemos salud.
También se oye estos días, con ligeras variaciones, otro mantra de resignación después del resultado electoral:
-Bueno, olvidémoslo ahora, es Navidad.
Tal vez sólo sea una expresión natural del fatalismo evasivo tan genéticamente español, pero resulta extraño; si algo no cabe ahora es precisamente eso. No es momento de fatalismo y resignación como si aceptáramos que somos ese país de tribus fratricidas, como nos veía Bismarck; por más que este fin de semana pueda cerrarse un pacto en Cataluña para forzar la 'desconexión' de España. Claro que el hartazgo de las elecciones sin duda contribuirá a ver con hastío el delirante melting pot del nacionalismo reaccionario desde la derecha burguesa a los anticapitalistas. Mal asunto. El problema ahora no es que Cataluña desconecte políticamente de España, sino que España desconecte psicológicamente de Cataluña.
El fuego catalán -con fechas bien calculadas, entre un gobierno en funciones y las parrandas navideñas- va a incrementar la sensación desalentadora de ingobernabilidad que cunde tras las elecciones. El Parlamento fragmentado provoca desconcierto y, parece ser, nostalgia de las mayorías estables. Conviene no perder de vista algo: las grandes mayorías no impidieron que el nacionalismo llegara hasta la ruptura; y tampoco han sabido generar confianza en la regeneración del sistema. Así pues, ¿por qué mitificar las mayorías confortables y los gabinetes monocolor? Seguramente es un error ver el nuevo escenario como un atolladero, en vez de una oportunidad. No es espíritu navideño, sino 'optimismo racional'. Como apunta el politólogo Josep M. Colomer, un gobierno de coalición no es una anomalía sino lo normal en Europa. Sucede en 21 de 27 países. Y en 13 con forma de Gran Coalición a la alemana entre izquierda/derecha. Lo 'chusco' es que se vea como problema lo que es perfectamente natural en una democracia parlamentaria.
España no es un país ingobernable, sólo hay que reciclarse para gobernar bajo nuevas claves. El multipartidismo no es una opción antisistema, sino normalidad muy europea: una opción madura que rebaja los maximalismos ideológicos y fomenta más pragmatismo, gestión y control mutuo. Todo eso está bien. Podemos ha puesto condiciones imposibles, quizá para apropiarse del papel de jefes de la oposición, pero PP-PSOE-C's e incluso otros tienen margen. De hecho hay un error de interpretación: el PSOE o C's no tienen que dar el sí al PP; sino el sí a la gobernabilidad de España. Toca olvidarse, a todos, de sus líneas rojas. Una supermayoría multicolor tendría autoridad para afrontar el secesionismo, plantear la reforma institucional y cerrar un pacto educativo. ¿Dónde hay que firmar?
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