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INTRUSO DEL NORTE

Recordando a Carlos Cano

JESÚS NIETO JURADO

Lunes, 21 de diciembre 2015, 12:48

Sesenta y nueva años tendría hoy el último padre de la copla andaluza, de la canción española. Quien le puso temblor de izquierda a los romances de la Piquer y le demostró a la progresía del Norte que estos cantares no eran patrimonio de la siesa valenciana ni de los suyos, sino de los Quintero, León y Quiroga; y que sus letras y sus barcos de nombres extranjeros y sus quicios y sus rejas deberían volver al pueblo. Carlos Cano se fue del corazón en un diciembre, como los mejores. Y pocos lo recordamos. Pocos, muy pocos, somos los que volvemos en los momentos bajos a alegrarnos con una sevillana de Chamberí. Su compromiso fue el del andalucismo, pero la política es mera reducción de su talante. Fue hombre para el Hombre, granadino de Cádiz, renacido en Nueva York y con guapura de trovero de una hacienda de Santiago de Cuba. De él muy pocos se acuerdan hoy.

Ya no luce aquella bandera verde y blanca, blanca y verde, ondeada desde un 'seiscientos' por los latifundios de los Alba, por las geografías lorquianas de gitanos que huyen del charol con una navaja puesta en sangre y una vara de mimbre. De Puente Genil a Lucena, de Loja a Benamejí, de Lima a Montevideo.

En un día como hoy, en el que la Historia no era para tanto, bien que deberían resonar en los balcones las notas de la murga de Emilio el Moro: «ay Felipe de la OTAN, cuarta flota, 'verigüel'/ llegará a ser un gran torero como Velázquez o Gregory Peck». Su andalucismo no fue de pega ni mucho menos, pero como vino a sufrir en una España cuartelera, se inventó un territorio mítico, Andalucía, donde pudiese ser Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, y todo a dúo con María Dolores Pradera.

De Carlos Cano no se acuerda nadie. La opinión pública anda con la caraja estelar de los marcianos, y así tenemos ya el retrato de una España desmemoriada. Yo sí que engancho el 'spotify' y me evado pensando en un amanecer en Cádiz y en La Habana (magistralmente descrito por el maestro Antonio Burgos en la Habanera); o me vuelve el compromiso político con el 'Tango de las madres locas'. Era Carlos Cano universal siempre, andaluz si le preguntaban, 'gadita' por excelencia. Un mito por el que los ramajes del olvido se hunden en la tierra buscando la oscuridad.

Le prometí una vez a Antonio Burgos una columna a ritmo de habanera. Lo cierto es que he tentado algo en las cuartillas pero me faltan un ritmo y una guitarra y una inspiración que ya no me viene en la orilla. Yo vuelvo a la voz temblante de Carlos Cano: a los quince años de su muerte, cuando sólo unos pocos (Carlos Herrera, el propio Antonio Burgos, la gran Pasión Vega) rememoran su legado. Ya no cantan los poetas andaluces. Ni canta nadie. Sólo hay un barullo de gritos que no dicen nada. Silencio en el lunes. Andalucía imparable con los mismos señoritos, los mismos muertos.

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