A LAS DURAS Y A LAS MADURAS
NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 7 de octubre 2015, 12:43
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NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 7 de octubre 2015, 12:43
EL otro día, un padre de la patria, un legislador de ésos que no quieren serlo, que prometen por imperativo legal (como si los demás lo hiciésemos por gusto) pero cobran todos los meses, pasó a la inmortalidad por ejecutar lo que en un niño de primaria sería una travesura pero que en un personaje público es, si no un delito, por lo menos una barbaridad. Ya se sabe que hay dos maneras de ser recordado. Una, difícil, que consiste en sacrificarse por los demás, deslomarse en el trabajo, aportar un invento o un descubrimiento a la humanidad. Pocos lo consiguen. Otra, más fácil aunque más arriesgada: hacer una burrada, mientras más morrocotuda, más memorable. Esta última fórmula la impulsó un griego que llevaba como nombre el poético de Eróstrato a quien se le ocurrió, como todo el mundo sabe, quemar una de las maravillas del mundo antiguo. Lo hizo justamente porque quería ser famoso. Y, sólo por eso, nos acordamos de él. El diputado no llegó a tanto aunque está claro que eligió el primer sistema porque leyes que lleven su nombre, creo que pocas y hazañas que haya protagonizado, las precisas, levantarse por la mañana y cosas así. Se limitó a arrancar dos o tres hojas de un ejemplar de la Constitución Española. No sé cuáles fueron las mutiladas pero conociendo su pedigrí, me imagino que las que contenían los artículos 149 y siguientes. Espero que, por lo menos, el texto objeto de su ira, porque estaba furioso el hombre, quizá se había enterado hace poco de su existencia, haya sido de su propiedad porque si no, por lo menos habría cometido una falta, de ésas antiguas, de daños.
No he tenido tiempo y, debo confesar, ni ganas de interiorizarme en los exactos motivos que animaron al prócer para adoptar esta singular actitud. Me limito a imaginármelos. Se me ocurre que no le gustaba el contenido de las páginas arrancadas. Se entiende porque a todos nos gustaría arrancar alguna o algunas páginas del libro de nuestra vida si fuera ello posible. El día que reprendimos injustamente a alguno de nuestros hijos, la tarde que nos peleamos con la media naranja, la mañana que respondimos desabridamente a nuestra madre. Y cómo nos gustaría no haber comprado ese coche que tantos problemas nos trajo aparejados o no haber efectuado esa inversión o no haberse metido en aquella sociedad. ¡Cómo nos gustaría a los marbelleros y marbellíes no haber sucumbido a la tentación del populismo y no haber entregado nuestra hermosa ciudad a la especulación y a las dificultades, para llamarlas de una manera suave, que vinieron después!
Si en un momento de debilidad firmamos lo que no teníamos de que firmar, en el Registro Civil, en una notaría, en un bufete o, simplemente, en el mesón de un bar, ¡qué maravilloso sería si pudiésemos resolver el entuerto quitándole al documento la parte más dañina! Aunque, no quiero dar ideas, un deudor se comió en mi presencia las letras de cambio que, protestadas, se le querían cobrar e inventó un nuevo modo de extinguir las obligaciones.
Si pudiésemos solucionar estos remordimientos, rebobinar la película como se dice en los medios del séptimo arte, destruyendo unos capítulos de nuestro libro vital ¿no lo haríamos? Pero no se puede porque palabra suelta no tiene vuelta. Y le guste o no al representante público, la Constitución existe y rige. A veces parece que no mucho pero rige. Aunque se la coma como mi voraz deudor. A lo mejor no la votó porque no parece de una edad -física que no mental, lo que es obvio, suficiente- pero sus padres, porque seguro que los tuvo, sí pudieron hacerlo y si perdieron el referéndum, mala suerte. Que se arrimen al presidente del gobierno que en vista de los últimos resultados electorales se me antoja más dispuesto a meterle mano a la carta magna. Pero no ensucie el hemiciclo. Civilícese. Le dieron oportunidad de disculparse, no de reparar el texto destruido y se negó. Terminaron echándolo del recinto lo que representa probablemente una pérdida irreparable para el poder legislativo. ¡Que le vamos a hacer!
Es que en esta vida, no todo sale a nuestro regalado gusto. Hay que estar a las duras y a las maduras.
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