Conocer y prevenir el alzhéimer

pablo lara, Decano de la Facultad de medicina de la Universidad de málaga

Lunes, 21 de septiembre 2015, 17:49

Hoy 21 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Enfermedad de Alzheimer (EA). Supone una nueva oportunidad para conocer mejor esta patología y ... ser más conscientes de su realidad: constituye, junto con los otros tipos de demencia, uno de los principales desafíos socio-sanitarios al que nuestra sociedad, cada vez más globalizada, ha de enfrentarse.

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Los datos son preocupantes y nos sitúan frente a una auténtica pandemia. Se estima en 47 millones, las personas afectadas por esta enfermedad, que alcanzarían la cifra de 75 millones, en el año 2030 y 131 millones, en el año 2050, produciéndose cada tres segundos un nuevo caso en el mundo. Su principal factor de riesgo es la edad en una sociedad como la nuestra, cada vez más envejecida. Supone ya la sexta causa de mortalidad en un ranking en el que va a continuar escalando puestos en los próximos años. No es de extrañar que las autoridades sanitarias y políticas a todos los niveles, internacionales y nacionales, pongan en marcha planes de acción estratégica dirigidos a su prevención, diagnóstico y tratamiento ante un reto que está obligando a cambiar el modelo asistencial y al que hay que dedicar recursos investigadores y asistenciales enormes.

La EA es una enfermedad neurodegenerativa crónica e incurable que deteriora de forma progresiva la capacidad cognitiva y funcional de la persona, haciéndole perder su autonomía, acompañándose también de síntomas psicológicos y conductuales. Se caracteriza por la presencia de lesiones cerebrales, los ovillos neurofibrilares y las placas de B-amiloide, que aparecen en el cerebro unos veinte años antes de que lo hagan los primeros síntomas, lo que se conoce como fase preclínica. Quiere esto decir que cuando se produce el diagnóstico clínico de la EA, cuando la enfermedad se manifiesta, lleva ya muchos años de evolución lo que explica en parte, la limitada eficacia de los tratamientos farmacológicos y no farmacológicos disponibles en la actualidad.

Resulta lógico que uno de los objetivos principales de las investigaciones actuales en la EA se dirija precisamente al desarrollo de marcadores biológicos, es decir, al conocimiento de variables fisiológicas, bioquímicas o anatómicas que nos indiquen la presencia de esas lesiones cerebrales mucho antes de que comiencen los síntomas. Esos marcadores permitirán tanto realizar un diagnóstico precoz, en la fase preclínica, como evaluar la eficacia de los tratamientos instaurados, también de forma precoz.

¿Podemos prevenir la aparición de la EA? Sabemos, aunque desconocemos mucho aún, que su origen es multifactorial interviniendo también en su génesis componentes vasculares, inmunológicos, inflamatorios, presencia de otras patologías que cursan con deterioro cognitivo No obstante, diversas evidencias han permitido introducir el concepto de reserva cognitiva: la capacidad que tiene el cerebro, mayor en unas personas que en otras, para compensar la presencia de lesiones cerebrales. Así, ancianos con una función cognitiva dentro de la normalidad antes de su muerte, cumplían los criterios de lesión cerebral necesarios para el diagnóstico de la EA. Es decir, la presencia de un cerebro con EA no implica necesariamente que se vaya a manifestar esa enfermedad, o al menos, se podría retrasar de forma significativa la aparición de los síntomas clínicos, dependiendo de la reserva cognitiva.

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En este contexto, otro de los objetivos principales de las investigaciones actuales se dirige al conocimiento por una lado, de los factores de riesgo, que aceleran la formación de lesiones cerebrales y por otra parte, de los factores protectores que aumentan la reserva cognitiva. Entre los primeros, se encuentran algunos factores genéticos, la escasa escolaridad infantil, los factores de riesgo cardiovascular como la hipertensión, la obesidad, el tabaquismo, la diabetes o el colesterol y estilos de vida inadecuados. Entre los factores protectores, se podrían destacar el ejercicio físico e intelectual, la restricción calórica y la nutrición adecuada, la interacción social y la reducción del estrés.

Gran parte de estos factores son modificables mediante hábitos saludables y estilos de vida adecuados. Podemos dejar de fumar, seguir una dieta mediterránea, realizar ejercicio físico, desarrollar actividades intelectuales, tener el tiempo ocupado, relacionarnos y ayudar a los demás. Estos diversos factores pueden coexistir e interaccionar, potenciando su influencia beneficiosa o perjudicial que además, está presente a lo largo de todas las etapas de la vida. Lo que somos y hacemos en la infancia, en la juventud y en la etapa adulta tiene mucha importancia en lo que será nuestro cerebro cuando hayamos envejecido. Cuidar nuestro cerebro está en nuestras manos, si queremos. Podría ocurrir que prestemos más atención a las arrugas de la cara que a las arrugas del cerebro. La medicina del futuro es una medicina preventiva y personalizada. Llegará y esperemos verla pero mientras tanto pongamos de nuestra parte todo lo que podamos para prevenir la EA y tener el mejor envejecimiento activo y saludable posible.

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