La crisis sanitaria que el ébola hizo agitar, con todas las prevenciones y toda la prudencia, ha pasado. Los resultados negativos de los análisis de ... Teresa Romero, una profesional valiente que se ofreció voluntaria para atender a los infectados, así como la situación asintomática de todos y cada uno de los que han sido aislados y tratados por síntomas aparentes o por relación con los enfermos, son una gran noticia. Ha sido una prueba terrible que hoy podemos dar por superada. Los dos misioneros españoles repatriados fallecieron debido al avanzado estado de gravedad en que se veían sumidos por esta enfermedad. El fatal desenlace de ambos pacientes y el contagio de la auxiliar clínica y su posterior aislamiento pusieron de manifiesto la inmensa peligrosidad de este síndrome. La discusión acerca de la conveniencia o la bondad de la decisión de traer de vuelta a estos dos ciudadanos españoles gravemente enfermos llegó ipso facto. Sin embargo es una obligación legal y también es una exigencia de la OMS (Organización Mundial de la Salud) a la que estamos obligados por convenio. El doctor Llamazares, entre otros, debería saberlo.
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Paralelamente en Estados Unidos se producía una situación similar, ello hizo que los observadores de forma inevitable hicieran análisis comparativos entre uno y otro país en la forma de afrontar los acontecimientos y disponer acciones. La tentación de usar determinadas circunstancias de desgracia o fatalidad para producir reproches, exigir resultados inmediatos, interpretar los hechos de forma a veces impaciente, a veces interesada, y sacar suculenta tajada política, no es ya una novedad. Así pues, la polémica y los malos modos políticos y parlamentarios estaban servidos y desvirtuaban lo que debía ser el centro y el objetivo único y crucial.
La titular de la sanidad gubernamental, de inmediato, dio una rueda de prensa acompañada por el equipo del Ministerio y responsables de Sanidad de la Comunidad de Madrid. La comparecencia -a todas luces normal y acorde con la situación- fue inmediatamente tachada con los peores adjetivos que más parecían referirse a la mala noticia del contagio que a otra cosa. Generosos, como somos, con nuestros adversarios para regalarles expresiones como desastroso, vergüenza, chapuza, dimisión inmediata, etc., ello no se hizo esperar. Pronto, también, llegaron algunas desafortunadas e inadecuadas expresiones por parte del consejero de Sanidad madrileño, era lo que faltaba. A más, la revisión de los protocolos que el Ministerio comunicaba pasaba a interpretarse de la peor manera. Los comentarios en algunos medios y fuera de ellos parecían la investigación lega y sumaria del uso de las ambulancias, las medidas y adecuación de los trajes preparados para evitar los contagios y la discusión de todos los procedimientos. También los bulos y falsas noticias acerca de la aparición de nuevos enfermos por el resto de España. Todo quería llevarnos a estadios de desesperación y alarma, que pronto se han entendido claramente injustificados, mucho.
Tampoco la decisión de las autoridades sanitarias de sacrificar al perro de la auxiliar contagiada para evitar situaciones de riesgo cayó en saco roto. Cientos de manifestantes intentaron impedir el traslado del animal por parte de los técnicos, ya que no estaban de acuerdo con la decisión, otra cosa es que tuvieran los conocimientos adecuados para opinar sobre ello. En el centro del marasmo creado, una televisión emitía un apresurado reportaje sobre «las diez diferencias» entre lo que ocurría en USA y en España. La conclusión, tal y como cabía esperar, arrojaba un balance de 10 a 0. Sin embargo, los acontecimientos solo 24 horas más tarde hacían caerse a 9 de las 10 diferencias. Tan injusta era la frívola comparación en la que el escrutinio dejaba a la sanidad española como arrasada perdedora como la que al día siguiente, usando aquellos parámetros, producía los resultados contrarios.
Se puede decir, de forma aún provisional y en un primer balance global, que se ha obtenido una gran victoria sobre una enfermedad que había prendido en España y en Occidente por primera vez en la historia. Los profesionales sanitarios, todo el personal facultativo, han estado a la altura a la que nos tienen acostumbrados. Tras las dudas y el temor que una situación como la vivida puede desencadenar, se puede decir que todo ha funcionado más que correctamente. Las autoridades y los responsables políticos, técnicos y sanitarios, han hecho su labor y han obtenido buenos resultados -es empírico-, con comparaciones allí y allá y sin ellas. Puede que no guste escucharlo, puede que la lamentable oportunidad que alguno quiso aprovechar se haya esfumado. Es posible que nuestra acostumbrada y feroz llamada a la «chapuza nacional», al fin, no se haya dado tampoco esta vez. Puede, solo puede, que este país al que tanto solemos exigirle sí funcione como es debido. Quizá seríamos mejores si nos apreciáramos un poco más y nos empeñáramos en ayudarnos. Atrás quedó el 'Prestige' y sus aguas negras -alejar o acercar el barco cuyo casco se partía fue una encrucijada cuya resolución no nos libraba en ningún caso de chapapote-. Atrás quedó, con todo el dolor e irremisible, el gran atentado de los trenes de Atocha. La desgracia siempre vuelve a aparecer , siempre hay que afrontarla como mejor se pueda y nunca puede convertirse en una ventaja.
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