Cuestión de honor
José Antonio Trujillo
Domingo, 3 de agosto 2014, 00:38
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José Antonio Trujillo
Domingo, 3 de agosto 2014, 00:38
El honor es el alma del deber. Es la opción revolucionaria del que sirve. Sin honor, no hay vida elevada. La honra nunca encontró acomodo entre monedas y prefirió siempre el bolsillo del sencillo. Las sociedades encuentran sus cimientos en el honor de los hombres con poso, y caminan al desfiladero cuando desprecian la belleza sencilla de la honra.
La política actual tiene mimbres podridos y le resulta muy difícil poder sostener el peso del honor. Las democracias respiran a través del ejercicio honrado de sus políticos pero no soportan el mal olor de la corrupción. A pesar de que la democracia ha dado muestras suficientes de tener grandes tragaderas, y una memoria frágil, para poder seguir encarando el día a día, se resiste a digerir en esta etapa de vestidos transparentes, el plato de la corrupción. La sociedad perdona el error, disculpa la tozudez y la miopía, convive con la imperfección, pero no olvida al que prefirió los oropeles del dinero antes que el peso de sus obligaciones.
La política catalana hace años que convirtió su melodía compleja en un estribillo de disco rallado. Su letra independentista recurrente invita sólo a unos a bailar y excluye al resto. El 'seny' catalán siempre admitió matices y construyo puentes entre los diferentes. Una de las tragedias del independentismo en cualquier lugar del mundo es que entierra la figura del adversario político y sólo le concede sitio al amigo, y por ende, al enemigo. El adversario en democracia es una figura trascendental, que permite que se discutan las diferencias sin tener que recurrir ni a la violencia ni a la ley de la selva. Un adversario puede ser un oponente hoy y un aliado mañana, pero en cualquier caso siempre es un compañero de viaje necesario. En la política de la exclusión, no hay sitios para los adversarios y eso es un drama de consecuencias todavía poco sopesadas.
El otoño catalán no contó con su verano previo. Hemos conocido en estos días que Jordi Puyol, figura omnipresente en la política catalana durante todos estos años de democracia reciente, cedió a la tentación del color del dinero y se adentró en el laberinto de la corrupción. El que fue llamado 'molt honorable president', ha introducido al tren independentista en una vía muerta. La política real finalmente ha sido una cuestión de honor.
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