En la mente del corrupto
Patrones ·
Los acusados por estos delitos comparten rasgos como la falta de empatía y el narcisismo, pero también tienen don de gentes y son «simpatiquísimos»Me he enterado ahora y me he quedado estupefacto. Es una noticia difícil de creer. Estoy muy decepcionado. Estas cosas duelen, es un golpe». El ... 21 de febrero de 2024, solo 24 horas después de que su exasesor Koldo García hubiera sido detenido, el exministro de Transportes y diputado José Luis Ábalos respondía a los periodistas que se acababa de enterar de que su subordinado podía estar inmerso en asunto turbios. Visto con la fenomenal perspectiva que ofrece el informe de la UCO sobre el 'caso Cerdán', la interpretación de Ábalos merecería una nominación a los Goya, pero aquella cara de enorme y fingida sorpresa también ofrece información sobre los mecanismos mentales que los corruptos desarrollan primero para actuar, luego para disimular y al final, para intentar salvarse.
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«Muchos corruptos viven en una representación constante, en una mentira que crece día a día», reflexiona la psicóloga María Jesús Álava. Pero ¿existe un perfil de la persona corrupta? «Sí», contesta sin dudarlo Álava, que ha analizado los rasgos de los corruptos en su libro 'Que nadie manipule tus emociones'. «Se sienten superiores a los demás, carecen de empatía, son insensibles al sufrimiento ajeno y presentan perfiles narcisistas. No toleran la crítica y son inflexibles con los demás, pero muy laxos con ellos mismos», explica esta experta, que ha encontrado en los corruptos unos rasgos generales: «Ambición desmedida, egoísmo extremo, una ausencia de culpabilidad que les lleva a justificar sus actos como buenos para la sociedad y aunque aparenten lo contrario, una gran inseguridad, junto con cierto resentimiento, que tratan de compensar mostrándose poderosas y comprando todo aquello que son incapaces de conseguir por medios lícitos».
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Estos rasgos de carácter más bien oscuros necesitan complementarse, sin embargo, con un extraordinario don de gentes. «Los corruptos son simpatiquísimos», cuenta Fernando Jiménez, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Murcia y experto del grupo GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción) del Consejo de Europa. «Contrariamente a lo que pudiera parecer, la corrupción no se hace a escondidas. Los corruptos son muy sociables porque se consideran hombres de negocios que han de averiguar cuál es el precio de la persona que tienen delante», señala Jiménez. E igual que una pareja que cruza miradas en un bar para coquetear, los corruptos también «mandan señales intangibles, pero muy claras», continúa Jiménez. «Koldo, Ábalos, Cerdán, el Bigotes... parece que llevan escrito en la frente: 'Tú y yo podemos hacer negocios juntos, contrátame'».
Sin miedo
Aunque los jueces pueden dictar duras condenas a los corruptos, el miedo a pasar años, o décadas, en la cárcel no disuade a quienes están dispuestos a traspasar la ley en su beneficio. «Piensan que las consecuencias de sus actos de corrupción, si llegan, serán muy posteriores», argumenta María Jesús Álava, que cree que el temor a ser pillado es decreciente. «Al principio los corruptos suelen ser más precavidos, intentan cubrir sus pasos y no dejar huellas, pero a medida que ven que tienen éxito y consiguen sus objetivos, cada vez sienten menos miedo, se arriesgan más y cometen más errores», sostiene Álava. Jiménez completa esta idea: «Si sé que la probabilidad de que me pillen es baja, que el castigo no es alto y que además, puedo contar con la ayuda de mi partido político, los incentivos para la corrupción aumentan». Y en este contexto, tampoco la vergüenza pública de verse señalado para siempre como un ladrón, la llamada 'pena de telediario', ejerce como barrera. «Algunas personas no tienen ese sentimiento de vergüenza», zanja el catedrático de la Universidad de Murcia.
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«La corrupción no se hace a escondidas, mandan señales», afirma el experto Fernando Jiménez
Todos estos factores personales necesitan también un entorno social que los favorezca e incluso que los potencie. En 'La psicología social de la corrupción', el profesor de la Universidad de Duisburg-Essen Nils Kobis relaciona «los factores psicológicos personales (cálculo coste-beneficio, autocontrol, culpabilidad) con los interpersonales (normas sociales, confianza)». «Porque en Suecia, sabes que es muy probable que te pillen, pero en Nigeria, no. Si crees que no te van a coger, es más probable que caigas en la corrupción porque al final, casi todo el mundo tiene un precio», amplía Jiménez.
España «ha empeorado en los ranking mundiales de corrupción», constata este especialista, pero aun así, los corruptos no siempre se salen con la suya. Y en ese punto, cuando la corrupción aflora, cuenta Álava, «su primera reacción siempre será negar su participación; son capaces de inventarse las excusas más absurdas e inverosímiles, en su intento de defender su 'inocencia'». Y si las pruebas les acorralan, «igual que no tuvieron límites para cometer sus actos, tampoco los tienen para intentar llegar a pactos que les beneficien, aunque esos pactos puedan hundir a otras personas, incluso a antiguos compañeros, cómplices o socios. El esquema mental de la persona corrupta es: ¡Todo vale para salvarse!».
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«Cuando les pillan, su esquema mental es: ¡Todo vale para salvarse!», dice la psicóloga María Jesús Álava
Las investigadoras Kendra Dupuy y Siri Neset, del Centro contra la corrupción U4, con sede en Bergen (Noruega), publicaron en 2020 un estudio referencial, 'La psicología cognitiva de la corrupción'. «Es más probable que las personas actúen de manera corrupta cuando pueden obtener beneficios personales, tienen poco autocontrol, perciben que la corrupción sólo causará un daño indirecto y trabajan en organizaciones donde no se castiga el comportamiento poco ético», resume el documento.
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