Ana Belén y Víctor Manuel, durante su actuación

La historia oficial

Ana Belén y Víctor Manuel muestran en Starlite sus nuevas 'Canciones regaladas' pero también el relato musical español de los últimos 30 años

Iván Gelibter

Domingo, 9 de agosto 2015, 00:37

Ana Belén y Víctor Manuel son un pedazo de la historia de España. Esto puede resultar un tópico, un lugar común e incluso una frase ... hecha fácil de recurrir cuando se habla de esta pareja. Pero no por ello deja de ser menos verdad que sus canciones, prácticamente relatos, son una cronología de un país en un momento muy concreto. Por eso, tal como hicieron anoche en Starlite, que por cierto encara ya su parte final, Ana y Víctor volvieron a interpretar prácticamente lo mismo que llevan haciendo los últimos 25 años. Pero no es esto precisamente una crítica, sino que lo sería si se hubieran saltado el guión que todo el público había venido a ver representado. Pese a ello, no fue todo un Mucho más que dos reeditado, sino que matizaron continuamente con una Canciones regaladas que han tomado de otros al menos tan grandes como ellos.

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El tronco diferencial del recital fue, por tanto, la interpretación de doce espléndidas canciones compuestas por un grupo tan heterogéneo como sorprendente, formado entre otros por Rubén Blades, Leonard Cohen, José Alfredo Jiménez, Carlos Berlanga, Chico Buarque, Astor Piazzolla, Billy Joel o José Afonso. Pese a lo sorprendente de la selección, el triunfo en este aspecto no despertó género de dudas. Ambos saben cómo aprovechar hasta el más mínimo ápice de todo lo que toman prestado, consiguiendo, como en su concierto de Marbella, que más de una ocasión sus versiones triunfen por encima del original.

Dos horas de concierto

Pero aquello fue solo una parte de las dos horas de concierto. Por allí volvió a aparecer ese Solo le pido a dios del argentino León Gieco, una canción que nunca ha dejado, por desgracia, de tener sentido. Y para emocionarse desde el punto de vista de la clase obrera, un espacio en el que pese a haberse sentido cómodos siempre, poco tenía que ver con el grueso del público local: la Planta 14 de aquella mina que enterró a sus trabajadores con la dejadez del patrón mediante. Pero ellos también hablaron del amor que todos conocemos, el relato desde el lugar de la liberación que trajo consigo la democracia. Derroche y Contamíname como paradigma de la interpretación de las cuestiones del corazón para los hijos de 1975, que poco tiene que ver con la acepción de los tiempos actuales, pero también esa desesperación que termina con sudores y alcohol en una esquina de un bar como El hombre del piano; una figura, esta sí, que sigue vigente pese a haber sido actualizada; ya no es un pianista en un tugurio, sino un DJ apartado en una esquina de una gran sala.

Ella sigue teniendo la misma presencia de siempre cuando canta Lía. Él continúa transmitiendo la misma intensidad con Ay amor aunque nunca haya dejado de recitar más que de cantar. Porque Ana Belén y Víctor Manuel están por encima de cualquier lectura académica de la música. Que canten o no es solo una justificación para explicar el porqué de ese eterno espacio en un imaginario nacional que nunca perdieron.

Sin embargo, el tiempo, como con todas las cosas, sí que les ha cambiado. Las canciones son tan protesta como lo fueron siempre, pero han pasado de los grandes estadios a auditorios más elitistas para los que igual suena mejor Peces de ciudad que España camisa blanca de mi esperanza. No obstante, ahí está su grandeza. En que al final, treinta años después, La puerta de Alcalá sigue uniendo personas e ideologías. «Mírala, mírala», y escúchales, una vez. Porque siguen estando allí, y continúan siendo mucho más que dos.

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