Ojeando cumple con el objetivo: divertir
Con los brazos en altos y saltos sin control. Así se vive la noche en el pueblo indie
Regina Sotorrío
Domingo, 6 de julio 2014, 10:42
Un festival es para escuchar buena música, sí. Para descubrir grupos nuevos, vale. Para estar con los amigos, también. Pero sobre todo un festival es ... para divertirse. Y Ojeando cumplió con el objetivo. La noche del viernes se vivió en el escenario Patio con los brazos en alto, con saltos descontrolados y coreando a gritos los himnos de Izal, Sidonie o Delafé y Las Flores Azules. Y todavía faltaba el fin de fiesta de anoche a ritmo de Fangoria, los más esperados de la cita con el pop rock independiente de la Sierra de las Nieves.
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El otro Ojeando
El viernes no se pudo colgar el 'no hay billetes' -se logró ayer por la noche- y eso se dejó sentir en el patio del colegio Los Llanos transformado estos días en base de operaciones indie. Hubo menos público, pero el que había era del bueno. El cartel de este año ha atraído a un perfil de más edad... y con más dinero en el bolsillo. El botellón se redujo considerablemente -explican desde la organización-, lo que permitió un aumento del consumo en barra. Todos contentos. Las esperanzas del lleno estaban puestas en el cartel de ayer, con La Habitación Roja, Grises y, especialmente, Alaska y Nacho Canut. Y no fallaron: por tercer año, se agotaron los 2.300 abonos.
Hacer que Ojén se lo pasara en grande era la meta, y por eso los grupos apostaron sobre seguro: llenaron los repertorios con sus temas imprescindibles, esos que acaban cantando a dúo con el público. Izal jugó con la ventaja de la hora: fue el tercero en salir -ni muy temprano ni muy tarde- y quien más personas congregó frente al escenario. La banda se lució con un directo vibrante que abrieron con 'Despedida' y cerraron con 'La mujer de verde'. Entre uno y otro, los temas 'in crescendo' en los que son unos maestros, esos que empiezan con una cadencia relajada y acaban haciendo temblar cualquier recinto. 'Magia y efectos especiales', 'Agujeros de gusano', 'Prueba y error', 'Extraño regalo' y, por supuesto, 'Qué bien' con Mikel Izal al ukelele y con confeti para el público. Que se notara que era una fiesta.
Sidonie lo avisó al poco de salir: harían más de lo antiguo -de las letras memorizadas por casi todos de los allí presentes- que de lo nuevo. Y eso que izaron la bandera de Canadá como telón de fondo antes de arrancar con Sierra y Canadá', el single y título de su último álbum. En formato quinteto, los veteranos del indie interpretaron 'Costa azul', 'A mil años luz', 'El bosque', 'Nuestro baile del viernes', 'El incendio'... Quizás porque eran ya las dos de la madrugada o porque Izal les dejó agotados, parecía que al público le costaba entrar en el concierto...pero al final se consiguió. Sidonie se lo trabajó haciendo gala de los buenos músicos que son, con impresionantes partes instrumentales, y hasta bajándose a la arena: Marc dejó el escenario para mezclarse entre la multitud mientras cantaba 'Un día de mierda'. ¡Qué momento!
El honor -y también la dificultad- de inaugurar el cartel lo tuvo Ruidoblanco, con buena parte del público aún recorriendo las calles del pueblo y cenando. Pero se entregaron y convencieron a quienes vieron su propuesta. También se reconoce el mérito de despedir la noche a The Right Ons, un banda potente y cañera que derrochó energía pasadas las tres de la madrugada. Entre medias, lo dieron todo Delafé y las Flores Azules, que no pararon de saltar y recorrer el escenario de punta a punta desde el minuto uno. Atraparon con sus canciones de rimas sugerentes, pegadizas y bailables como 'Mar el poder del mar', 'Espíritu santo' y 'La primavera' (la banda sonora del anuncio de unos grandes almacenes).
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Pero hay muchas maneras de disfrutar del Ojeando más allá del Escenario Patio. En uno de los laterales, Amanda e Isabel cenaban en el restaurante con mejores vistas al Ojeando, el Hogar del Jubilado: su mesa daba directamente al recinto de conciertos.
A la hora punta, las terrazas del pueblo se quedaban sin mesas libres y los puestecillos del mercado artesanal hacían caja. Aunque, como aseguran, «siempre se puede hacer más». En los bares de Ojén se consume en estas dos noches más que en cualquier fin de semana del año, «pero cada vez son menos pelotazos y más cervezas», comentan. En el menú gastronómico, los clásicos perritos, hamburguesas, pizza y, por primera vez, paella. Los chicos de Paellero en Casa pusieron a prueba su negocio en el campo festivalero y comprobaron que el arroz entra mejor al mediodía: cuatro paelleras grandes se habían agotado a las cuatro y medio de la tarde de ayer. «Pero por la noche la gente prefiere otra cosa», reconocían. En las bebidas, también innovó Ojén: en el 'stand' de la Chupitería se podía probar chupitos de gelatina, de vodka o tequila, creados por Eva y Amelia.
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Con la resaca de una larga noche (acabó a las seis de la mañana), el pueblo amaneció tranquilo... Pero la calma duró lo que tardó el sol en irse. Tras una jornada en la piscina del pueblo, en la playa o en las casas, Ojén volvió a revivir por la tarde. Tocaba despedir la edición a lo grande.
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