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Javier Corcobado, de atormentado poeta a máquina de ruido experimental

Javier Corcobado, de atormentado poeta a máquina de ruido experimental

El veterano cantante repasa buena parte de su extenso y atípico repertorio, incluido su último EP, en compañía del malagueño Francisco Eduardo ‘Conde’

ISABEL VARGAS

Viernes, 19 de junio 2015, 13:53

Lucha de gigantes la que acaeció anoche en la sala Velvet. Javier Corcobado, el que fuera considerado por la crítica durante muchos años como el príncipe del underground y uno de los gérmenes del indie en España, presentaba su último elepé. En él la experimentación, el ruido y las letras cantadas a modo de recital fueron elementos indispensables (¡cómo no!). A este cóctel extrasensorial se sumó también la arriesgada pero efectiva propuesta en solitario de Francisco Eduardo Conde, donde el rock ligero se mezcló con los difuminados paisajes que crea el malagueño en cada canción. Una combinación perfecta de seso, música y alma.

Conde, que recordaba a Nick Cave ataviado con su habitual traje negro y pelo engominado, arrancó el directo con Reverbville Blues, una canción que habla de una ciudad fantasma e inventada de la que todos huyen. Una ciudad imaginaria que es la protagonista del primer proyecto sónico y literario del reconocido artista en solitario. A veces se subestima el sonido en acústico, pero en este caso es el formato ideal para este tipo de canciones donde la voz se tiene que lucir. Y se lució, con un tono más grave al que están habituados sus seguidores a escuchar en Santos de Goma, donde la tesitura es más acaramelada, más popera.

Entre baladas pop (Acaríciame), apareció The bridge, una canción que habla de marineros, putas y esas cosas, en palabras del malagueño, que estuvo a la altura de las circunstancias al interpretar aquella sinfonía pop de Scott Walker. Se despidió con El último día de la tierra, una pieza fatalista que recuerda a compositores de la talla de Bob Dylan, y Autopista, la cual se debería grabar con una orquesta en mi próximo disco, concluyó Conde, justo antes de llevarla al directo.

Le llegaba el turno a Javier Corcobado acompañado de su banda (Jesús Alonso a la batería y coros; Juan Marina a la guitarra; Sergio Devece al bajo y coros; y Julián Sanz a los teclados, la melódica y coros). Dotado para plasmar emociones intensas en unas pocas palabras, el hijo de emigrantes madrileños dividió su directo en dos partes claramente diferenciadas: una primera, caracterizada por las canciones prácticamente recitadas; y una segunda en la que la banda se convirtió en pura dinamita experimental donde la psicodelia, el noise y el rock fueron protagonistas.

El cantante decidió empezar con Soy un niño, de su largo A nadie, donde se pone de manifiesto muchas de las preguntas que se hace a menudo este trovador para después responderse a sí mismo: Soy un hombre y tengo dudas y deudas y deseos también. Como de costumbre, la retórica de Corcobado muchas veces tiene la intención de hacer reflexionar. Con Les falta amor, perteneciente a Los estertores de la democracia, su último sencillo, lo consigue. Siete minutes escupiendo verdades a la cara de su público. ¿Ser bueno para qué?

Tras el desgarrador arranque, el músico volvió al largo A nadie con ¿Por qué estoy tan triste?, una mezcla en la que géneros tan antagónicos como la rumba y la samba se dan cita, o La canción del viento, una revisión experimental del género de la copla (¡sí, he dicho copla!). Auténtico frontman de raza, miraba, se golpeaba el pecho, fumaba, recitaba, sollozaba. Todo por emocionar a su público, que disfrutó de lo lindo coreando el estribillo de Te estoy queriendo tanto, un paseo por la chanson francesa en la que Corcobado habla de manera realista sobre el amor, que no siempre puede estar de nuestro lado.

El legado indie tiene un nombre

Llegaba el momento de empuñar guitarra y demostrar porque Corcobado en su día creó escuela (Australian Blonde, Manta Rey, Nacho Vegas, Los Planetas). Un incombustible Si te matas despertó de golpe a los asistentes, que no paraban de moverse al ritmo frenético de la batería. Si te matas no dejes nota de suicidio, coreaban todos. El crooner atormentado tampoco dudó en cantar algún tema de proyectos anteriores como Dientes de mezcal (Corcobado y los Chatarreros de sangre y cielo). Muchos recordaron que el patetismo, un elemento característico en las letras del pop más auténtico tipo Smiths, tiene sentido en canciones como ésta.

Más de dos horas de concierto llegaron a su fin con la querida Caballitos de anís, una ópera sónica y ruidosa acompañada de la voz recitada de Corcobado; la coreada Sangre de perro; y la balada La libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles). Todos salieron con los oídos embotados por la acústica del local, pero una cosa había quedado claro esa noche: son las propuestas arriesgadas, comprometidas y con mensaje las que hacen reflexionar. Y este hombre lleva haciéndolo más de treinta años.

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