Spiga Negra, apuesta por la pasta artesana y ecológica desde Humilladero
Hace cinco años que dos hermanos vascos, Igor y Arrate, decidieron montar un molino de harina propio en el pueblo, a ochocientos kilómetros de su Vitoria natal
Hacer pasta artesana con cereales cultivados en el entorno. El concepto parece sencillo –hoy puede parecer incluso utópico–, pero detrás de esa idea hay ... una historia de entusiasmo, valentía y compromiso de los hermanos Corres, que, con su inconfundible acento vasco, están dejando huella en el municipio malagueño de Humilladero.
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Después de un lustro del inicio de Spiga Negra, Igor y Arrate recuerdan perfectamente una de las anécdotas que hoy suena cómica, pero que en aquel entonces fue toda una tragedia. Él se fue a Ronda a comprar la primera partida de cereales para obtener sémola con la que hacer pasta. Confiesa que no tenía «ni puñetera idea». Por eso, le pareció bien adquirir cinco toneladas de granos de trigo, que resultaron ser «un verdadero engaño», ya que estaba lleno de tierra y de malas hierbas.
«Limpiarlo fue un suplicio», recuerda Arrate. Después de un rato haciéndolo, ambos, que iban con sus equipos de protección, descubrieron que estaban tiznados. «Parecíamos mineros más que molineros», bromea ella ahora. En aquel momento, fue un gran varapalo. Perdieron mucho tiempo y mucho dinero, pero no la ilusión.
De aquel episodio han pasado ya cinco años, en los que han aprendido mucho. «Este año desde el punto de vista económico estamos viendo por fin la luz», comenta Arrate Corres. Su vocación no era hacer números sino trabajar con la agroecología. De hecho, esta pequeña empresa es el fruto de su idea de conseguir que los cultivos de cereales ecológicos no pierdan ese valor añadido y se transformen en un producto elaborado artesanalmente. Es el germen de Spiga Negra, la empresa en la que embarcó a Igor desde el principio. Además de ser su hermano, tenía el perfil idóneo para diseñar un molino a medida. Le dio la idea para que hiciera su proyecto fin de carrera como ingeniero técnico de un molino de cereales que consiguiera hacer, en una escala comarcal, sémola para elaborar pasta artesana.
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«Cuando vimos que el proyecto era realizable y que incluso podría servirnos para tener un empleo, nos lanzamos», asegura Arrate. El trecho que había del dicho al hecho se les hizo llevadero porque disfrutaron de él. Empezaron un auténtico postgrado en el campo y en el emprendimiento. Encontraron el sitio idóneo para instalarse en Humilladero, situado prácticamente, como buena parte de la Vega de Antequera en el centro geográfico de Andalucía.
Este municipio no sólo se encuentra muy bien comunicado con el resto de la región sino que está en una zona idónea para el cultivo del trigo duro, el que es más adecuado para hacer pasta. En Humilladero y en otros pueblos cercanos, como Campillos o Sierra de Yeguas, Arrate asegura que hay cereales tan desconocidos como de gran calidad: «En esta zona de Andalucía se da el clima propicio para cosechas de gran calidad, ya que tiene que ser frío en invierno y seco en el principio del verano, como pasa en esta zona».
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Después de aquella primera mala experiencia de compra, ahora Igor y Arrate trabajan con mucha antelación. Tanta que trabajan con los agricultores que le proveen de la materia prima antes de la siembra. «Ahí es cuando vemos qué variedades queremos y en qué condiciones», afirma Arrate. Gracias a ello, después de cinco años inmersos, «casi 24 horas en los siete días de la semana», hoy aquella loca idea de hacer pasta con cereales ecológicos es un proyecto maduro.
Lo de trabajar en el campo y a ochocientos kilómetros de su Vitoria natal no les pesa. Por un lado, ambos se criaron en esa ciudad vasca, tradicionalmente muy vinculada a la agricultura, pero, además, visitaban con frecuencia la pequeña villa de Aguillo, en el Condado de Treviño, donde vivieron con naturalidad el contacto con el mundo rural. Por otro, Igor ya llevaba varios años residiendo en Málaga. Aunque no descarta mudarse algún día a Humilladero o a su entorno, ahora mismo sólo es viable tenerlo como lugar de trabajo para poder hacerlo compatible con la profesión de su mujer, Sonia –trabaja en el Hospital Costa del Sol de Marbella–.
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Por su parte, Arrate, que es veterinaria de profesión, ha conseguido después de los primeros años en Spiga Negra estar algo más liberada. Así puede hacer compatible estar entre Navarra, donde vive su pareja, y el molino, donde acude varios días al año para la molienda del cereal.
Ambos forman hoy un equipo indivisible y compenetrado, a pesar de que se llevan casi diez años de edad. «No me puedo imaginar trabajar con alguien mejor que mi hermana», advierte Igor. Entre ellos, dice, no hay diplomacia: «Si nos tenemos que decir las cosas claras, lo hacemos sin problema». Según este ingeniero, ella es más «socióloga» y él «más técnico» en esta empresa. «Ambos nos complementamos a la perfección», concluye.
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Los dos coinciden que Spiga Negra no sólo ha sido posible por el entusiasmo que le pusieron desde el primer día sino también por el apoyo familiar que han encontrado en el primer momento, desde sus respectivas parejas a sus propios padres.
En estos años, han tenido sus propias válvulas de escape. Igor ha podido seguir practicando su pasión deportiva, el rugby, en la Universidad de Málaga, aunque confiesa que últimamente la paternidad lo ha hecho «tenerlo un poco abandonado». Arrate, por su parte, ha aprovechado estos años en Málaga para conocerla mejor y dejar que ésta le sorprenda: «Me ha encantado sobre todo el interior, con unas zonas de montaña que me han resultado espectaculares».
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Y de Humilladero sólo pueden decir buenas cosas. Desde el primer día vieron las puertas abiertas y muchas facilidades: desde el ayuntamiento de la localidad hasta algunos vecinos que le han ayudado en muchos aspectos.
Todo ese cúmulo de colaboraciones y algunas casualidades se esconden hoy detrás de cada uno de las bolsas de pasta ecológica, artesana y honesta de Spiga Negra. En estos años, estos autodidactas han conseguido sacar partido a una buena parte del campo malagueño para transformarlo con cariño y con sostenibilidad en fideos, macarrones, espaguetis o rigatonis, entre otras muchas referencias. No será fácil encontrarlos en grandes superficies, pero sí en pequeños comercios que, como Igor y Arrate, apuestan también por lo local y lo ecológico.
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