GASTROCONFESIONES

Un poquito de orgullo terruñero, por favor

Esperanza Peláez

Lunes, 29 de agosto 2016, 22:38

Lo más estimulante del despertar de Málaga como destino turístico es el hecho de que la gente empiece a ver su ciudad con cierto orgullo. ... Salvo una minoría, bien que ruidosa, por aquí no somos dados a la exaltación de lo patrio. Más bien, y no lo considero un defecto, hemos cultivado una actitud de apertura a lo que viene de fuera. Esa divisa de «muy hospitalaria» del escudo tiene sentido, al menos quien suscribe se reconoce en ella. No me siento cómoda con quien proclama que lo suyo es lo mejor sin mostrar el más mínimo interés por lo de al lado, pero en materia de vinos, que es de lo que hablamos hoy, va siendo hora de empezar a interesarnos un poco por lo nuestro. La reflexión viene a cuento de una anécdota sucedida ayer mismo en un restaurante de playa al que llevamos a unos amigos de fuera. Llega el momento de ordenar el vino y preguntamos por algún blanco local. El camarero responde que nos recomienda el vino de la casa, un Rueda que está «muy bien de precio».

Publicidad

Insistimos y el camarero deja la carta sobre la mesa con cierto fastidio. Probamos a pedir dos o tres referencias de la carta pero contraataca el maître dispuesto a que probemos el vino de la casa, y hasta trae una copa para convencernos, para terminar reconociendo que no hay existencias de ninguno de los vinos malagueños que tienen enunciados. Terminamos bebiendo Rueda. Punto para Valladolid.

Nuestros amigos son de Granada, y mientras almorzamos, hablan de los excelentes vinos que se están haciendo allí. Es cierto. Prácticamente en toda España, en todo el mundo, incluyendo países donde hace años no sabían ni lo que era una viña, se están haciendo vinos buenos.

Los de Málaga, además de serlo, forman parte de nuestra pequeña historia y de nuestro patrimonio botánico, paisajístico, etnográfico y cultural. Sin las imprentas malagueñas, nacidas para estampar etiquetas de pasas y vinos, no hubiera existido la revista y es posible que hubiera habido de todas formas una Generación del 27, pero no la habrían vertebrado tres poetas y editores malagueños. Eso por poner un ejemplo entre miles. Pero nosotros, que nos vamos aficionando a pasear por nuestras calles con ojos admirados de turista, de nuestros vinos aún solo sabemos decir, y solo de oídas, que son caros.

Las cosas no son caras o baratas. Tienen el valor que les demos, y nuestros vinos, empezando por los tradicionales de la DO Málaga y terminando por las últimas innovaciones, destilan memoria, sabiduría y personalidad, y a cambio de precios nada disparatados, dejan riqueza, fortaleza económica y masa verde que protege el suelo y limpia la atmósfera. Y también cimentan la marca Málaga. Ya es hora de que los profesionales empiecen a conocerlos y venderlos, y dejen que seamos los clientes quienes decidamos si queremos pagarlos y disfrutarlos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad