Resulta asombroso que, pese a la importancia del aceite de oliva en España, hasta esta semana no se haya aprobado en el Consejo de Ministros ... una norma de calidad que, a partir de ahora, regulará su producción y comercio reemplazando una normativa obsoleta de casi 40 años. En 1983, con España aún fuera de la Unión Europea y bajo la presión del marketing agresivo del aceite refinado de girasol, el de oliva, sobre todo el virgen extra, era un producto poco rentable. La mayor parte de la producción, procesada con medios y criterios anticuados, se vendía a granel para ser embotellada en Italia. Hoy todo ha cambiado. Las cualidades saludables del aceite de oliva virgen extra son reconocidas en el mundo entero. Hasta China se ha lanzado a la carrera de plantar olivos, mientras que en España, el olivar tradicional, de gran valor cultural, medioambiental y paisajístico, representa el 60% de la superficie total de un cultivo que ocupa el 15% de los terrenos agrícolas del país, dando de comer a 350.000 trabajadores en el campo y a otros 15.000 en la industria. Se ha transformado la forma de producir, el embotellado y la comercialización, y los AOVEs españoles cosechan premios allá donde van. Sin embargo, una regulación obsoleta validaba, por debajo del nivel de excelencia, prácticas como la mezcla de aceites antiguos con los de nueva cosecha, la importación de graneles desde terceros países para embotellarlos como 'virgen' o 'virgen extra' de marca blanca ocultando su origen, o el anuncio engañoso en los envases de latas de conserva, bollería y platos preparados, de un contenido en aceite de oliva que en realidad era residual. Todas esas prácticas quedan abolidas por una norma que cumple un requisito fundamental: reconocer, comunicar y hacer rentable la calidad. La transparencia y la trazabilidad son fundamentales para ser competitivos hoy. Por fin diremos con propiedad que el AOVE es oro líquido.
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