Los demiurgos eran, en la mitología griega, los dioses que creaban a partir de lo material. Lo más parecido hoy serían carpinteros, cocineros, productores agroalimentarios... ... Cocineros y productores han tenido siempre una relación de dependencia mutua, y si antes un gran chef podía revelar, a modo de confidencia con el cliente, quién le proveía el queso o el pescado, hoy se canta en las cartas de muchos restaurantes el pedigrí de tomates y lechugas, el barco que pescó los calamares de potera, el ganadero que crió el cerdo o el que trajo los huevos. Y es lógico.
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Tal como evoluciona el mundo, dentro de poco será más fácil obtener los nutrientes que necesitamos a partir de pastillas, barritas o batidos formulados a medida para nosotros que disfrutar de un pepino, una copa de vino o un vaso de leche fresca. ¿Por qué? Pues porque el campo se mistifica, pero no se paga, ni se reconoce, ni se proveen las condiciones para que la supervivencia de la vida rural o marinera sea viable. Una de las grandes sorpresas de la primera edición de Féminas, congreso internacional sobre mujer, gastronomía y medio rural organizado por Vocento, fue la mesa redonda de mujeres productoras, por cierto, magistralmente moderada por la joven periodista Jessica M. Puga, que reunió a Lucía Velasco, ganadera; Rita Míguez, mariscadora, y Eva Sañudo, agricultora. Cierto que las tres lideran movimientos asociativos y se les presuponía capacidad para ello, pero su discurso estuvo sembrado de frases para la reflexión: «El valor de un productor es pagar un precio digno por su producto. Los grandes modelos de producción nos van a llevar al desastre, tenemos que ir a un medio rural limpio, a modelos pequeños y de venta directa» (Eva). «Tiene que haber más animales en el campo, así se combaten los fuegos» (Lucía). Pero si un ternero les cuesta 300 euros y perciben 250 por él, sus palabras serán una semilla caída en tierra estéril.
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