Canela y clavo, un bar de barrio con alma y amor por las cosas bien hechas

Alquilaron un local con una gran terraza en una plaza ajardinada del barrio de Vistafranca y se pusieron manos a la obra. «Yo pensaba que siendo buena cocinera doméstica iba a ser coser y cantar. Me equivocaba. Además, nos sorprendió el confinamiento recién abiertos». Pero las familias de sus cinco empleados dependían del éxito del proyecto. «Leímos, investigamos, probamos, trabajamos y aprendimos», resume. Canela y Clavo es un bar y restaurante de barrio con alma. Todo, desde las croquetas a los postres, pasando por los guisos y las marinadas de las carnes de su barbacoa, se elabora en casa. «Lo único que compramos hechos son los dulces sin gluten, que nos hace un pequeño obrador especializado», comenta Cristina. Por lo demás, las carrilladas al vino tinto, las croquetas, la famosa arepa pibil o el tiramisú de Cristina (vivió en Italia bastantes años), el banoffee o la tarta de queso se elaboran desde cero allí mismo.

Algo que da personalidad a la casa es la barbacoa, instalada a la puerta del negocio, tan pulcra y reluciente como si se acabara de estrenar y libre de humos. «Funciona con piedra lávica, y la campana extractora está conectada al sistema central de evacuación de humos», explica Cristina. Allí se cocinan las parrilladas mixtas, pero también cerdo ibérico, piezas de vacuno como la entraña argentina, especialidades como las brochetas de pollo, elaboradas con el contramuslo y marinadas en ras el hanout, o las costillas de ternera y cerdo, hechas a baja temperatura y terminadas en la parrilla. Las raciones son muy generosas y los precios, populares, y cuando hace buen tiempo, su hijo Carlos, músico, programa recitales de clásica para amenizar.