Isabel Soto posa en al oficina de su empresa, en pleno centro de la ciudad. Salvador Salas

Isabel Soto, CEO de Malagaflat, constructora y presidenta de Fundación Sheguitu

«Estoy en un momento en el que mi alma ya no se mueve por el dinero»

Pionera en el mundo de los apartamentos turísticos en la capital, ha puesto en marcha la Fundación Sheguitu que ya forma en oficios de la construcción a población joven vulnerable

Lunes, 13 de octubre 2025, 00:29

Es todo un temperamento. Y eso ha sido clave para hacerse un hueco en un mundo dominado por los hombres, el 'ladrillo'. Estudió Historia del ... Arte y Arte Dramático. Pero pronto descubrió que ninguna de las dos cosas eran su pasión. Por eso y porque en realidad lo que le corría por las venas era lo de ser emprendedora –su padre fundó la primera empresa de máquinas tragaperras de España– a los 22 años puso en marcha su primer negocio: una tetería en la calle San Agustín cuya reforma dirigió y que cuando abrió el Museo Picasso convirtió en una tienda de souvenirs; a ello sumaría el Café de la Abuela, que también reformó; la primera tienda de mueble moderno de la capital, Avant Haus; o el gimnasio Fibra. En torno a los 36 años, dio un giro a su vida: muere su madre, se insemina, pierde al bebé, echa los papeles para adoptar en Etiopía –tiene un hijo de 22 años que vino a España con tres y que estudia en Irlanda–, deja atrás todos esos establecimientos y se mete en el negocio de los apartamentos turísticos, en el que se la considera pionera, y, por extensión, en la construcción –esas reformas que hizo sí eran su gran vocación–.

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Y justo ahora le está dando otro giro a su vida: ha creado una Fundación, Sheguitu, que lleva el nombre de la niña que iba a adoptar en Etiopía después del primer niño que se trajo a España. Pero en esta segunda ocasión se frustró porque ella es lesbiana y la homosexualidad es perseguida en el país, hasta tal punto que llegó a pasar por la cárcel. El episodio le removió tanto que a eso se debe la Fundación Sheguitu que acaba de crear. Y a que ahora ya no quiere «capitalizarse» más, sino que desea hacer el bien, ayudar a los jóvenes inmigrantes o a los más vulnerables a formarse e insertarse en el mercado laboral, en un sector, el de la construcción, en el que hay mucha falta de trabajadores.

–¿Significa esta puesta en marcha de la Fundación que deja los apartamentos turísticos?

–No, no. Tengo treinta pisos que sigo llevando en gestión y mi empresa vacacional. Lo que pasa es que cuando algo lo tengo ya aprendido, voy en busca de otras cosas. He sido así de inquieta. De hecho, durante un tiempo veía que los pisos que me dejaban para que los llevara en gestión eran una catetada. Y yo tenía una marca. Así que empecé a reformar muchos. Por eso creé una pequeña constructora con la que también promovemos y construimos. Aunque a mí lo que más me gusta es rehabilitar, transformar espacios.

«Sin los apartamentos turísticos no se hubieran rehabilitado los edificios»

–Cómo lleva que parte de la sociedad malagueña considere que los apartamentos y las viviendas turísticas sean un problema.

–Es verdad, contra esto se ha manifestado media Málaga. Aunque a mí no me guste lo que ahora mismo veo, porque voy por la calle y parece que estoy en Berlín y no en Málaga, esto es lo que ha levantado la ciudad. Se han abierto muchas lavanderías, hay muchísima gente trabajando en el sector turístico, los abogados también se han visto beneficiados, las cafeterías están llenas, las calles están a tope de tiendas de souvenirs... Sin los apartamentos turísticos no se hubieran rehabilitado edificios. La calle Carretería era la boca del lobo. Y ahora la transitas y tiene panaderías bonitas, cafeterías bonitas... Y Atarazanas parece la Boquería cuando antes los de los puestos no llegaban a final de mes. Hay una crítica muy grande a lo que ha pasado con los apartamentos, pero no seamos falsos; igual ha habido un poco de desmadre, pero tenemos que culparnos todos.

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–También parece haber un problema de redistribución de esa riqueza, porque ahora a los malagueños les es muy difícil acceder a una vivienda.

–Pero eso no pasa sólo en Málaga, pasa en Madrid y en España, en las grandes ciudades bonitas y con buen clima. La gente no va a poder vivir en lo alto de la catedral, pero sí en Churriana, en La Cala, en El Rincón, en La Unión. Eso es de ahora y de siempre. Aunque en realidad el centro se ha puesto muy caro porque ha venido capital extranjero y fondos de inversión.

Salvador Salas

–¿La solución es que la gente se vaya a Churriana?

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–Una respuesta podría ser que se convierta el suelo que ahora no es urbanizable para que se puedan construir viviendas sociales. Yo he planteado al Ayuntamiento y a la Diputación que si me ceden suelos, en la construcción yo voy sin ganancias como parte de la obra de mi fundación.

–¿Detecta falta de trabajadores en la construcción?

–No es que lo detecte, es que faltan cientos. Ahora yo llamo a un carpintero y lo primero es que ya no son ni de Málaga, tienes que buscar fuera. Y luego te ponen en lista de espera. Igual hasta primeros de año no te pueden empezar la obra. Todo es para dentro de dos, tres, cinco meses.

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–¿Por qué sucede eso?

–No hay personal formado en este sector por desconocimiento, porque se cree que la construcción es muy cansada, pero es mentira: a las tres de la tarde estás libre y en verano, antes, las fiestas las tienes todas y los sueldos no son bajos. Debería haber una campaña publicitaria para hacer atractivo el sector. Eso cambiaría las cosas.

–Con su fundación formará a migrantes para que trabajen en la construcción.

–Estoy en un momento existencial en el que no quiero capitalizar más mi ser, mi persona. Yo no quiero seguir generando patrimonio. Mi alma ya no va más por el hacer dinero. De ahí la fundación. Mi intuición me dijo que todas esas personas que vienen en patera necesitan un trabajo, no podemos dejarlas de lado. Así que hemos diseñado un curso con las mínimas horas posibles, porque ya había formaciones, pero de seis meses, con lo que mucha gente no puede hacerlas y se van de hamaquero o a un chiringuito. Como tengo muchos contactos en el sector, formaremos una cantera, como hizo la Fundación El Pimpi con la hostelería, pero con la construcción. Vamos de la mano con Arrabal, que lleva haciendo inserción laboral toda la vida, y con La Noria, el espacio habilitado por la Diputación... La formación tendrá 120 horas y empezó el 9 de octubre.

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–Más allá de la construcción, ¿cómo ve el mercado laboral malagueño? Se crea empleo, pero aún hay un paro elevado.

–El que se quiere formar, se forma. Y el que quiere tener un trabajo y vivir de ese trabajo e incluso mantenerlo de por vida, lo puede tener. Te lo digo yo que llevo toda mi vida siendo empresaria.

–¿Cómo le marcó ese episodio que vivió en Etiopía, que al final no pudiera traerse a Sheguitu?

–Es una cosa que no he olvidado nunca. Esa niña ahora estará por el mundo. Igual está adoptada en otro país, no lo sé. Pero ahora con la fundación, me siento más cerca al nombrarla todos los días. Cuando faltaban horas para coger el avión de regreso, vinieron, nos detuvieron, nos quitaron los pasaportes, a la niña la llevaron al orfanato de origen y yo estuve cuatro días en la cárcel esperando la sentencia. Me hicieron un juicio rápido, me cayeron 16 años pero luego salí por acuerdos internacionales. Tras todo esto, los primeros tres años lo pasé muy mal. Traté de ayudarla de otras formas, pero no pudo ser, no dimos con ella. Por salud mental tuve que parar. En la Fundación también vamos a organizar charlas sobre la postadopción.

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«No hay personal formado en la construcción por desconocimiento: a las tres de la tarde estás libre»

–Abogó por la adopción, no por otras vías, como la gestación subrogada. ¿Qué opina de ella?

–Soy muy respetuosa con que todo el mundo haga con su vida más o menos lo que queira, mientras no haga daño a los demás. Pero sí creo que también el día de mañana serán criaturas que se harán muchas preguntas. Mi hijo ha hecho 20.000 millones de preguntas. Él ha tenido muchos procesos complicados, porque al final lo estás desarraigando y ha notado mucho el racismo.

–Habla de racismo. ¿Teme un retroceso en los derechos del colectivo LGTBi?

–No he sido nada activista, cero. Y, salvo en Etiopía, que estábamos en otro país y otra cultura, en ningún caso yo he tenido que lidiar con eso como un hándicap. Que hablen de mí o me critiquen, pues no sé. Y no creo que eso se revierta. Además, en la juventud la bisexualidad ahora está a la orden del día.

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–Y como mujer, ¿cree que lo ha tenido más difícil en un mundo tan masculino?

–Si yo no tengo este carácter, no me como una mierda, te lo digo así, sin filtros. Yo no me siento ni mujer ni hombre. Voy a lo mío. Y así me he hecho mi sitio, porque me lo he hecho yo. Aquí ya tengo un bagaje.

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