La Baltasara. Antonio contreras

Así es la finca de Antonio Gala en Alhaurín el Grande: entre manuscritos y las tumbas de sus nueve perros

La Baltasara, donde el poeta disfrutaba de sus mejores momentos y se aislaba del mundo en los peores, sirve hoy como museo y refugio para jóvenes creadores

Sábado, 21 de junio 2025, 00:11

La Baltasara es un sueño encarnado en piedra, cipreses, jazmín, hierba luisa, lavanda y laurel. Una finca que descansa al abrigo del río Fahala con ... la ardua tarea de contener un alma inabarcable. Sus muros y jardines se levantaron por primera vez en el siglo XVIII para ser la primera finca de naranjos de la provincia de Málaga, pero su historia no empezó a latir hasta 1987, año en el que el escritor Antonio Gala pisó su suelo. Decía el poeta que soñó, soñó y soñó. Y entre tanta ensoñación apareció un anhelo: un pueblo blanco que llevaba el nombre de Alhaurín.

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Cuando el icónico poeta, de sangre ciudadrealeña pero corazón andaluz, contó su sueño a su amigo Teodulfo Lagunero, éste le dijo que el pueblo que soñó no solo existía en su mundo onírico, sino que también lo hacía en tierra firme. Acompañó a Gala hasta la provincia de Málaga y le mostró el municipio de Alhaurín de la Torre. No se ajustaba a lo que el poeta vio mientras dormía. «No te preocupes, aquí hay otro Alhaurín». Y esta vez visitaron el Grande, donde, ya sí, vio su sueño levantarse en la colina.

La Baltasara. Antonio Contreras

Aquí Gala tropezó con el Naranjal, una finca de 30.000 metros cuadrados en la periferia oeste del pueblo que se convirtió en 1987 en el refugio del escritor para huir del teatro y la gran ciudad. Un refugio idílico donde tostarse en verano y abrigarse en invierno. Pero «ese paisaje verde y escalonado, ese cielo diáfano, esa luz incansable…», tal y como lo describía Gala, era en principio una casa de aperos. Un lienzo en blanco donde el autor de 'El manuscrito carmesí' supo construir su hogar y su templo de la 'soledad sonora'. Aquí el escritor disfrutó de largas temporadas de soledad elegida, de pocas visitas reservadas para sus más íntimos allegados. Él mismo se autodenominó 'solitario solidario', un hombre que dedicó su vida a escribir para los demás.

El Naranjal, rebautizada como La Baltasara

La Baltasara. Antonio Contreras

La finca del Naranjal no se llamó Baltasara por elección consciente de Gala, sino por error, destino o coincidencia: «Yo había entendido de modo confuso que la finca pertenecía a una familia, los Baltasaros, descendientes de una especie de bruja benévola que hubo allí en el siglo XVIII. Cuando, para firmar la escritura, me leyó el notario, le oí: `El Naranjal, hoy La Baltasara…´ `¿Cómo hoy La Baltasara?´ `Sí, el nombre se lo has puesto tú. Siempre se ha llamado El Naranjal, porque fue la primera finca de naranjos que hubo en Alhaurín el Grande.´ Me quedé de una pieza…».

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Cuando el poeta empezó a investigar sobre el nombre de Baltasara topó con una actriz del Siglo de Oro español, Francisca Baltasara. Curioso cuando menos, pues el artista vio en la finca un lugar donde esconderse del teatro y comenzar su carrera novelística.

La Baltasara

La Baltasara cuenta con un sendero, flanqueado por altos cipreses, que indica el camino hacia la casa, de unos 380 metros cuadrados. Esa pequeña boca de entrada a lo ancho y gigante a lo alto crece y se abre conforme más nos acercamos a la casa y sus jardines. En sus jardines y habitaciones el ruido desaparece, interrumpido únicamente por el viento que acaricia las copas de los árboles, el canto de los pájaros, el crujir de los troncos o la vida que aún habita en su interior (la Baltasara, además de estar abierta al público desde su adquisición por el Ayuntamiento de Alhaurín el Grande en 2020, es residencia de artistas de la Fundación Antonio Gala).

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En la calidez de sus jardines brotan cientos de especies vegetales, caminos de piedra y tierra, bancos para el descanso y la contemplación y vistas colmadas de verde hasta donde alcanza la vista. Al olor del romero y lavanda durante el día le sucede el jazmín en la noche. Entre cipreses, que rememoran la época de Gala en la Toscana italiana, crecen tipuanas que bañan de amarillo cielo y tierra en su época de floración. Más abajo, mirtos, hierba luisa, laurel o pacífico se disputan el hueco entre setos y bancos pintados de blanco. Estos bancos y sus paisajes fueron una profunda fuente de inspiración para el poeta. Gala, con la libreta sobre su rodilla, encorvado y con el cuello desnudo, escribía durante horas entre paseos y baños en la piscina.

La Baltasara. Antonio Contreras

una decena de metros de la piscina se erige un gran eucalipto, guardián natural que, con su sombra, protege las tumbas de sus perros: aquí yacen los restos de Mambrú (2005-2021), Olé (2012-2016), Toisón (1995-2005), Zagal (1987-2003), Zahíra (1981-1998), Zegri (1981-1997), Rampín (1998-2011), Ariel (1998-2012) y Troylo (1969-1980). Los restos de este último, en un principio, se encontraban en su casa de Madrid, pero uno de los requisitos puestos por Gala para la venta era la exhumación de Troylo. Quería que lo acompañase a la Baltasara. Para él, sus perros no eran parte de su familia. Eran su familia.

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En un principio Alhaurín era su retiro estival e invernal, pero con el paso del tiempo y con la venta de su casa de Madrid se convirtió en hogar del artista para todo el año hasta que, en 2018, se marchó a Córdoba, ciudad que lo vió crecer y donde reside la fundación Antonio Gala. Desde su marcha, en la Baltasara se ha parado el reloj, quedando todo como él lo dejó.

La Baltasara. Antonio Contreras

En medio de este idilio de jardines se erige una casa de piedra blanca y tejado a dos aguas, con una arquitectura y estética propia de los cortijos andaluces del siglo XIX. Sus paredes se han convertido en protectoras del pasado, pues aquí dentro se guarda, intacto, el caminar de uno de los escritores más importantes que ha visto nacer el siglo pasado. Sus desayunos, sus reuniones, sus manías y su intimidad en general. Intimidad a la que muy pocos tenían acceso. Tal era su recelo a que nadie hurgara lo que tramaba su soledad que los invitados contaban con una casa separada.

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Leer, escribir, leer y volver a escribir. Así transcurrían los días de Gala en la Baltasara, rodeado de libros y escritos, entregado a la escritura de obras, columnas y novelas. Aquí fue, de hecho, donde corrigió su primera novela, 'El manuscrito carmesí'. La planta baja nos sugiere, entre la decoración y el mobiliario, la personalidad y vida de Gala: los suelos y muebles son austeros, sencillos, sin necesidad de ostentación. Las paredes se llenan de cuadros, regalos de amigos en su mayoría, vírgenes y benditeras a raudales. El escritor tenía cajas llenas de benditeras, algunas eran un regalo y otras las había comprado él. Una tarde de tantas con su amigo y pintor Pepe Agost, quien pasaba en la Baltasara un par de semanas al año para que Luis Cárdenas, secretario y amigo de Gala, pudiera coger vacaciones, le dijo que colgara las benditeras. «Tú qué sabes de arte».

Al ver las innumerables benditeras, las vírgenes, los cristos y las pilas sagradas repartidas por el hogar, cualquiera creería que Gala era un ferviente devoto cristiano. Lo cierto es que así fue en sus primeros años de vida, pero con el paso de los años lo que heredó de su infancia fue un fuerte misticismo más que un cristianismo crudo. Su carácter picante, jugón y arrancador de sonrisas también queda presente en el mobiliario. Entre los distintos enseres vemos dos platos con salchichón y chorizo pintado. El maestro de la letra encargó estos platos a Antonio Torren. Cuando hacía alguna fiesta colocaba los platos entre el resto y se entretenía viendo a la gente intentar coger el chorizo inexistente. O sus 'cervezas con malicia', como él las llamaba, a las que echaba un chorreón de alcohol duro para que sus invitados se pusieran a tono más rápido de la cuenta.

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La Baltasara. Antonio Contreras

En la planta baja, junto al salón comedor, se encontraba la habitación de Cárdenas, igual de austera que el resto de la casa, y un baño donde descansaban los perros, que solían arañar la puerta al escuchar levantarse al amo de la casa para que Cárdenas pudiera abrir y subieran a dar los buenos días al poeta. En la primera y última planta, la corona de la casa, se encontraba el despacho de Antonio, la terraza y su habitación. El despacho, que gobierna la planta alta, está rodeado por ventanales que hacen del cuarto un éxtasis de luz a cualquier hora. A través de sus cristales, verde. Verde al norte, al sur, al este y al oeste. Aquí, como abajo, todo queda tal y como él lo dejó: una mesa en la que no entran más libros, una escritorio con decenas de bolígrafos repartidos en tazas y portalápices de madera o cerámica. Los Pilot de 0.5 para escribir. Los de 0.7 para firmar. Y la casa entera como huella de su paso por este mundo. No como el gigante inmortal que nos llega a través de sus obras, sino como el hombre terrenal que hay detrás y las escribe.

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