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Carlos Montañez tiene 26 años y es el único de su edad en Canillas del Aceituno. La mayoría de sus amigos se han marchado. Él no. «Los que se quedan son los que tienen la vida solucionada, el resto se va en cuanto le sale algún trabajo», comenta mientras atiende a unos clientes en el bar que la familia regenta en la plaza de este pueblo enclavado en el balcón de la Axarquía. Jose es más joven (15) y aún no tiene claro su futuro, pero ya ve cómo en su grupo de amistades, que forman una decena chicos y chicas con los que año arriba año abajo comparte generación, casi todos piensan en salir. «Muchos ya están fuera estudiando», afirma antes de continuar su paseo en bici por las tranquilas calles del pueblo tras regresar de sus clases en el instituto de Periana, que está a unos 40 minutos en autocar. «Yo no me voy, pero no es por falta de ganas», admite Vanessa Hidalgo, que en unos meses traerá al mundo a uno de los cuatro bebés que se esperan este 2019.
La cifra es de las más bajas de los últimos años en un municipio donde las canas y los bastones triplican a los juguetes y donde las defunciones duplican a los nacimientos. De hecho, el envejecimiento de la población está llegando a tal punto que la ayuda a domicilio da casi tanto trabajo como el taller de textil o el almacén de aguacates.
También se nota en el colegio, donde desde hace unos años se vienen agrupando en una misma clase niños de distintas edades porque no son suficientes. Algo que desde hace tiempo viene ocurriendo en el Genal y en entornos más rurales y aislados, pero no aquí. De 3 años sólo hay siete alumnos, uno de ellos el hijo mayor de Eliana Castillo, cuya familia es la excepción en el pueblo. Vienen de la bulliciosa Buenos Aires y llevan dos meses en Canillas. «Mi marido es de aquí. Trabaja fuera, pero nos hemos venido al pueblo, que es muy lindo y tranquilo», asegura a la salida de un cole que cada curso tiene menos ajetreo.
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Cuando se habla de la despoblación que padece el interior de la provincia o de la Málaga vacía las miras siempre apuntan a esos pequeños pueblos encajados en el corazón del Valle del Genal como Atajate (169 vecinos censados), Júzcar (225) o Pujerra (294), pero este fenómeno se está extendiendo a otros muchos municipios de mayor tamaño que van menguando sin freno. El ejemplo más sintomático es el de Canillas del Aceituno, que en la última década ha perdido casi un tercio de su población empadronada (-30%) hasta quedarse en 1.620. Una sangría que si no ha sido mayor a efectos estadísticos es por la creciente llegada de extranjeros, la mayoría británicos, que ya representan casi una quinta parte del censo. Eso sí, sin integrarse demasiado con los autóctonos, ya que suelen residir en las casas rurales que jalonan el monte.
No es el único síntoma de la despoblación que padece esta localidad situada en la ladera del pico de La Maroma. En el consultorio sólo hay médico de lunes a viernes en horario de mañana, de forma que por la tarde hay que ir al centro de salud de Viñuela (11 kilómetros) o al hospital comarcal en Vélez (21 kilómetros). El autobús sólo pasa a las 7 de la mañana y a las cuatro de la tarde, una frecuencia que se reduce a la mitad los sábados con sólo uno a primera hora. Ya cero los domingos y festivos.
¿Ocio juvenil? Un pub, la piscina municipal en verano y el campo de fútbol. Para ir al cine o de compras toca arreglárselas con el que tiene carné de conducir, un bien muy preciado y más desde que la autoescuela cerró hace unos años. «Salvo en feria o el Día de la Morcilla (27 de abril), por aquí no hay nada de ambiente», reconoce Juan Antonio López, que a sus casi 23 años aguarda una oportunidad para ganarse la vida fuera aunque sin renunciar a sus raíces. De momento, acaba de empezar a trabajar en la obra del nuevo bar que abrirá en unas semanas. «No hay jóvenes y cada vez quedamos menos viejos. Esto está muerto», sentencia Fernando Jiménez (80 años) mientras toma el aire sentado en un banco junto a la iglesia. «Aquí se vive muy bien, pero no hay nadie», le responde su contertulio Manuel González, que es de su misma quinta.
Lejos de ser una excepción, la pérdida de población se ha acelerado en el interior de la provincia en la última década mientras sigue al alza en la Costa. El saldo a lo largo y ancho de la geografía malagueña es positivo, con un 5% más de habitantes empadronados desde 2008 hasta situarse en 1,64 millones. Pero en cuanto se aplica el 'zoom' a esa foto fija salen los contrastes provocados por la falta de oportunidades laborales, el difícil acceso a servicios básicos y el aislamiento que supone estar al margen de una autovía.
Salvo el litoral, pocos municipios se salvan de este éxodo, ya que únicamente 32 de los 103 de la provincia han ganado vecinos desde 2008 hasta la fecha. Destaca por encima del resto y de forma excepcional Benahavís, que ha duplicado población (+107,8%) gracias al turismo residencial empujado por la ola de la vecina Marbella. Una onda expansiva que, aunque menos acentuada, también llega a Casares (+27%) y Ojén (+33%), cuya configuración típicamente rural se ha visto alterada por urbanizaciones copadas por extranjeros. Algo similar ocurre con Rincón de la Victoria (+24%), Alhaurín de la Torre (+19%) o Cártama (+26%), que fueron creciendo como 'ciudades dormitorio' de la capital y que se van consolidando como grandes municipios situándose a la altura de cabeceras de comarca como Antequera y Ronda, cuya tendencia es a la baja con un descenso en la última década del 8% y del 7%, respectivamente.
Pese a la despoblación que padece el interior de la provincia, Málaga sigue siendo un imán para atraer nuevos residentes gracias al dinamismo económico y al tirón del turismo residencial en la Costa. Así lo constatan las proyecciones realizadas por el Instituto Nacional de Estadística, según las cuales Málaga será, junto a Madrid, la provincia española que más habitantes ganará desde 2016 hasta 2030: algo más de cien mil frente. En términos proporcionales, este crecimiento a futuro del 6,7% contrasta tanto con la caída que se espera a nivel nacional (-1,2%) como en el conjunto de Andalucía (-0,2%). Si se cumplen estas predicciones, Málaga tendrá 1.748.554 habitantes en 2030.
Una caída que se expande a un ritmo medio del 15% por la mayoría de municipios de la Sierra de las Nieves, la Serranía de Ronda o la alta Axarquía, pero también en la Vega de Antequera y toda la zona norte de la provincia. ¿La nota común? Cada vez hay más casas desocupadas. Municipios que históricamente se mantenían en torno a los tres o cuatro mil habitantes y que se van quedando vacíos. A día de hoy, ya son 29 los pueblos que no llegan al millar de vecinos cuando hace cuatro décadas eran 14.
Menos vida y, por tanto, menos empleo, menos negocios y menos servicios en un círculo vicioso de falta de rentabilidad que no deja de girar. Las sucursales bancarias no paran de esfumarse (sumaban 1.393 en 2008 frente a las 764 actuales, retrotrayéndose al nivel de 1987) y ya hay uno de cuatro pueblos sin una entidad financiera a la que acudir. En algunos pueblos como Alpandeire (252 vecinos) el Ayuntamiento fleta un autobús una vez a la semana para que los vecinos puedan hacer sus gestiones bancarias en Ronda, mientras a Benadalid (225) se desplaza una oficina móvil.
Lo que todavía sigue siendo una quimera en el Genal es la llegada de la fibra óptica, y hay zonas concretas donde tener cobertura en el móvil supone casi un milagro. ¿Y farmacia? Atajate es el único municipio sin botica, según los datos del Colegio de Farmacéuticos de Málaga.
Lo mismo ocurre cuando toca ir al médico. O más bien, esperar a que llegue, porque en estas pequeñas localidades de la Serranía, el Genal o la Axarquía se limitan a cuatro horas semanales porque varios pueblos comparten doctor. Uno de ellos es Guillermo Téllez, que cada mañana recorre unos cien kilómetros para dedicarle aproximadamente una hora a sus pacientes de Cartajima, Júzcar, Faraján y Alpandeire en sus respectivos consultorios auxiliares. Nada de centro de salud.
Ni siquiera un consultorio básico. Uno auxiliar, que no es otra cosa que una sala para la consulta y poco más. «Empiezo en Cartajima a las 8.30 y acabo en Alpandeire sobre las 13.30 horas, y los miércoles los reservo para ir a la residencia de mayores de Faraján. Procuramos ser flexibles, pero tenemos siempre encima la losa del tiempo porque si nos retrasamos al principio los perjudicados siempre acaban siendo los del último pueblo que visitamos», explica este médico de cabecera que también suele ejercer de pediatra dado que el especialista que los niños de estos pueblos tienen asignado está en Ronda.
El panorama es un calco en el ámbito educativo, con profesores haciendo ruta por distintos pueblos cada día. En esta misma comarca hay hasta cinco colegios públicos rurales. Administrativamente funcionan como cualquier otro centro docente, aunque con la particularidad de desarrollar su actividad en varias sedes distribuidas en localidades del entorno. Junto a los que hay repartidos por la Axarquía y en Antequera, en total son 13 centros rurales que dan cobertura a los alumnos de una treintena de municipios. Al ser tan pocos niños, lo habitual es que estén agrupados en una misma clase.
Con sus pros y sus contras, como asegura José Antonio Sánchez, director del colegio Alto Genal que engloba seis localidades (Parauta, Pujerra, Júzcar, Cartajima, Alpandeire y Faraján) que suman 54 alumnos. En los dos primeros, los escolares están divididos en dos grupos (Infantil y Primaria), pero en el resto son tan pocos que niños de 3 años comparten clase con otros de 12 (6.º). «Hay centros que se van a ver abocados al cierre, pero sería una lástima porque se les ofrecen las mismas garantías y el mismo currículum que en cualquier otro colegio. Es cierto que hay que adaptar el día a día a las distintas edades, pero al final la atención es individualizada como si fueran clases particulares», afirma Sánchez, poniendo como ejemplo los cuatro alumnos que hay en Faraján, donde el curso que viene serán tres porque el mayor termina Primaria. Para la Secundaria, el destino es Ronda.
29 municipios de la provincia tienen menos de mil habitantes. Hace cuatro décadas eran 14.
1,64 millones de habitantes tiene la provincia, según el último padrón municipal de 2018. Supone un 5% más que en 2008, aunque las diferencias son notables entre el interior y el litoral.
80% de la población malagueña se concentra en la franja litoral de la provincia.
En cada 'sede' hay un maestro tutor que imparte las asignaturas troncales, mientras que idiomas, música, educación física o religión las dan profesores especialistas o itinerantes que se van desplazando a los pueblos. «Trabajar con distintos niveles es muy complicado porque te encuentras con niños de 3 años que no controlan aún los esfínteres y andan jugando con plastilina mientras a otros les estás explicando un problema de Matemáticas, pero también tiene grandes ventajas para ellos, porque los pequeños van aprendiendo de los mayores y éstos, a su vez, están muy pendientes de los pequeños, por lo que el ambiente es supersano», afirma José Merino, director del Colegio Rural Almazara, que cuenta con 18 alumnos en Genalguacil y 29 en Jubrique, todo un récord porque este curso han entrado nueve niños de 3 años.
Lo peor, tras dos décadas de labor docente en la comarca, es cuando llega el salto a Secundaria, ya que tienen que desplazarse a Algatocín, y sobre todo cuando acaban cuarto de la ESO, ya que las alternativas para seguir los estudios están en Cortes de la Frontera (50 minutos), Ronda o Estepona (una hora). Una cuestión de kilómetros, de tiempo y de esfuerzo para seguir vinculado al pueblo.
Benahavís es un territorio de contrastes, con una estampa en la que se entremezclan la vida pausada característica de un entorno rural con la del lujo 'made in Marbella'. En este municipio no hay instituto y, a la hora de ir al médico, sus vecinos únicamente disponen en el sistema público de un consultorio que funciona tres horas al día. Pero, en cambio, alrededor del núcleo urbano en el que residen el grueso de los benahavileños de toda la vida hay 13 campos de golf y una hilera de mansiones y urbanizaciones de alto 'standing' como Los Flamingos, La Quinta, Los Arqueros, La Heredia y, especialmente, La Zagaleta, que lleva por bandera ser la zona residencial más exclusiva de Europa.
Combinar sus atractivos de típico pueblo blanco andaluz con su apuesta por un turismo de alta gama ha dado como resultado una exitosa fórmula que convierten a este pequeña localidad situada a 7 kilómetros de la costa en la más rica de la provincia con una renta media de 28.443 euros (según el último informe de rentas medias de la Agencia Tributaria relativo a 2016) y en un imán para los inversores.
Una realidad que también tiene su reflejo en las estadísticas del padrón municipal, que muestran cómo la población se ha duplicado en la última década hasta los 7.989 habitantes, aunque el número real se estima en unos 15.000 en invierno y prácticamente 30.000 en verano debido a que aún quedan muchos residentes sin empadronarse.
Aún así, lo cierto es que apenas el 7% (590) de los vecinos censados son nacidos en Benahavís y tres de cada cuatro (5.120) son extranjeros. Echando la vista atrás sólo un año, el municipio ha incorporado 526 foráneos y 85 nacionales, de los que únicamente 5 son nacidos en Benahavís. Si se hace dos décadas atrás, el salto es más que evidente. En los últimos 20 años, la población autóctona ha aumentado en 305 habitantes, mientras la extranjera en 4.368. Un pequeño municipio, pero una gran Torre de Babel en la que conviven hasta 80 nacionalidades distintas, aunque los británicos ganan por goleada con un 34,2% (1.752), seguidos pero muy atrás por franceses (4,3%) y alemanes (3,5%).
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