Carlos, el policía metalero:«El que me conoce en lo personal y luego se entera de mi trabajo, al principio, le choca»
El subinspector de Policía Nacional, dedicado a perseguir proxenetas y liberar a víctimas de trata, compagina su labor con la afición al death metal, que le llevó durante años a los escenarios
Barricada, Leño y Extremoduro marcaron su infancia y un sencillo programa de ordenador a base de tablaturas, que no partituras, le enseñó a dar sus ... primeros acordes. Ya hecho un adolescente, se interesó por los bajos, las voces guturales, la ropa oscura, los pelos largos y la atmósfera de ultratumba que envuelve al death metal; uno de los géneros más extremos del heavy que lo llevó, durante años, a los escenarios. Junto a la guitarra negra rematada en cuernos y un vinilo de la banda británica The Cult (enmarcada con el mensaje: «En caso de música basura, romper el cristal»), Carlos guarda el traje de policía, su otra gran pasión: «Un hobby por el que me pagan», define él. Cazar a narcos y proxenetas nunca le impidió disfrutar de lo mejor de ambos mundos.
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–¿De dónde le viene el interés por la Policía Nacional?
–No tengo familia relacionada con la Policía. Me empezó a llamar la atención cuando estaba en la universidad porque también me interesaba el tema militar. Y, al final, poco a poco, empecé a descubrir este mundo, que vi que tenía una aplicación más real, más directa en el día a día. Y ya, mientras terminaba ciencias empresariales, empecé con la oposición.
–¿Le suelen decir mucho que no tiene pinta de poli?
–El que me conoce primero en lo personal y luego se entera en qué trabajo, al principio, le choca un poco. La gente quizás tiene una imagen de la Policía muy cuadriculada, aunque en realidad hay de todo.
–Bueno, está bien para despistar a los malos…porque de metalero sí que cumple el estereotipo.
–Un poco más. Pero no tengo ya tampoco las pintas que llevaba con 15 años, cuando tenía el pelo largo y llevaba pulseras de pinchos. Ahora, vaquero, camiseta y converse es mi uniforme habitual.
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–¿Cómo se adentra uno en un estilo más 'heavy' que el heavy metal?
–Desde los siete u ocho años me gustaba mucho el rock nacional porque tengo un hermano mayor que traía los discos a casa de los clásicos. Pero, un día vino un amigo suyo con cuatro discos de metal extremo, que son los pilares de mi afición: Dusk and her embrace, de Cradle of Filth; Something Wild, de Children of Bodom; Nexus Polaris, de Kovenant, y Whoracle, de In flames. A los 16 monté mi primera banda de black metal en mi ciudad natal en la que yo era el vocalista. Después, empecé a moverme por otro tipo de grupos de punk rock y power metal más afianzados. Dimos conciertos en diferentes locales y el último grupo que tuve antes de mudarme a Málaga era de thrash metal, estilo Sepultura o Pantera. Bueno, eso es lo que intentábamos.
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–¿Siguió con la afición cuando se mudó a Málaga?
–Sí, a través de una amiga que era batería de mi primer grupo, contacté con unos chavales con una banda más o menos establecida y que se habían quedado sin vocalista. Hice unas pruebas con ellos, empezamos y estuvimos activos hasta 2013.
–Compaginó su afición con la labor en el cuerpo durante años, ¿tuvo algún problema?
–Yo entré en el cuerpo en 2008, ahí ya tenía trayectoria de estar tocando en grupos locales y nunca lo dejé. Nunca he tenido problema para compatibilizar ambas cosas. Al fin y al cabo es una afición personal, igual que al que le gusta salir los fines de semana con la bici o con las motos. A mí me gusta este tipo de música, los ensayos, los conciertos…
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–¿Le pone metal a sus compañeros cuando van de vigilancias?
–Eso tienen que sufrirlo (ríe). Sí, sí. Cuando he estado de patrulla siempre he puesto rock en la radio del coche. El metal extremo igual no es para todos los públicos, pero el rock general tiene un abanico muy amplio y yo creo que todo el mundo puede disfrutar de alguno de los estilos.
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–¿Cuánto de peligrosos son los malos con los que trata?
–Ahora mismo estoy en un grupo de la UCRIF (Unidad Central de Redes de Inmigración y Falsedades Documentales) que se dedica a la trata de seres humanos con fines de explotación sexual y a la investigación de todos los delitos que envuelven esa trama y la verdad que encuentras de todo.
–¿Cumple un perfil el proxeneta?
–No, de hecho, en alguna de las operaciones recientes, la persona que estaba en la cúspide de la organización compaginaba esto con actividades aparentemente legales, vivía en un barrio bueno y llevaba a sus niños al colegio. Una persona, aparentemente, normal y legal. Pero, es cierto que últimamente lo que más estamos viendo son bandas plurinacionales, que tienen tanto gente de España como del país originario de las mujeres explotadas, habitualmente, sudamericanas.
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–Desde hace un tiempo a esta parte hemos visto que la mayor parte de la prostitución se ha trasladado de los polígonos a pisos.
–Aunque sigue quedando algo de prostitución callejera, es cierto que en Málaga se ha diluido bastante, sobre todo, hacia lo que llaman casas de citas, encubiertos en pisos o chalets o clubs. Los clubes también se están dando menos o situaciones menos graves que las que vemos en casas de citas.
–¿En qué situación encuentran a las víctimas cuando entran a este tipo de pisos?
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–Lo que siempre se ve son condiciones completamente abusivas de explotación. Unos horarios larguísimos con sanciones por incumplimiento de la disciplina interna que establezca la organización, además de estar con una disponibilidad completa, lo que hace que su círculo no salga del prostíbulo y, al ser mujeres que vienen sin familia, no tienen otro arraigo social ni personal. En muchas ocasiones, ni siquiera se consideran víctimas.
–Imagino la satisfacción, pero si tuviera que elegir entre llenar estadios o resolver las mejores operaciones...
–¡Uf! No me digas. No me hagas esas preguntas. Yo sé que de la música es muy difícil vivir. A mí me gusta mucho mi trabajo y me da también una estabilidad. Y satisfacción. ¿Por qué no las dos cosas? ¿Por qué elegir?
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