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Jara, a los pies de Pepe Salas.

Una nueva vida para Jara

Un técnico de Medio Ambiente cría en casa a un chivo recién nacido de cabra montés

Ignacio Lillo

Lunes, 31 de agosto 2015, 00:19

A Jara lo que le gusta es comerse las flores del jardín. También jugar con los perros y acompañar al hombre a quien cree su madre en las batidas por el monte. Jara es un chivo hembra de cabra montés y, por tanto, un animal salvaje y de una especie protegida, que nunca debió salir de su hábitat. Su historia comienza un día del pasado abril en el que un turista se la encontró junto a un camino, mientras paseaba por la Serranía de Ronda. Tenía un día de vida, con el cordón umbilical todavía. La vio aparentemente sola y se la llevó.

En este punto entra en escena Pepe Salas, supervisor de Fauna de la Agencia de Medio Ambiente y Agua (Amaya) de la Junta en Málaga. Con una larga experiencia en el trato con esta especie, consciente de que ya no era posible reintroducirla en el medio natural, el técnico asume la crianza del chivito en su casa. «La cabra, cuando nace la cría, por muy despierta que esté y aunque se mantiene en pie no puede seguir a la madre por la orografía quebrada».

«Los primeros días, hasta que tiene esa capacidad, su defensa es quedarse quieta para que los depredadores no la detecten; incluso logran camuflar su olor. Se quedan totalmente quietas y por eso tienen las pintas, para difuminarse», explica este experto. En cambio, la madre sí huele y no puede estar allí, por lo que se queda a unos cien metros, vigilándola. Sólo se acerca para amamantarla y se retira.

El Seprona de la Guardia Civil, que fue su destino, se puso en contacto con la Junta, y en ese momento se determinó que un animal tan pequeño no podría ser atendido en las instalaciones para la preservación de esta especie que existen en la Serranía. Para la acogida en su domicilio, la Delegación Provincial de la Consejería de Medio Ambiente le expidió una autorización excepcional, con supervisión veterinaria y con un chip identificativo bajo su piel.

Jara se toma seis biberones al día, para lo que Pepe se ha turnado con su pareja, Silvia. «El primero a las siete de la mañana y el último a la una de la madrugada, todos los días. Cuando tiene hambre nos llama como una desesperada», sonríe. En casa, su mejor amiga es Moka, una perra de agua de un año, con la que está jugando continuamente y de la que incluso intenta mamar. «Quería dormir con los perros (tienen dos). Las cabras son muy gregarias, forman grupos familiares compuestos por la madre, la cría del año anterior y la de ese año. A los dos años se quitan de en medio».

La suerte de Jara es que es una hembra, que son más regulares en su comportamiento y aceptan mejor estar en cautividad y el trato con los humanos. En cambio, los machos cuando crecen pueden suponer un riesgo, porque atacan en los momentos de celo y compiten por la jerarquía.

La cabrilla ya no puede reintroducirse en el medio natural: «El animal está improntado, tiene la huella del Hombre, ya no tiene comportamientos naturales, está domesticado. Se ha criado con perros y con humanos, y ya no cree que sean un riesgo, es inapropiado»; a lo que añade: «Es una delicia tenerla, pero una putada para ella y su vida natural». Durante su estancia en casa, los técnicos de la Junta han aprovechado para obtener información sobre proporciones de alimentos, el momento en que come verde y la tolerancia al pienso, para en el futuro poder criar otros ejemplares en cautividad, si fuera necesario.

En paralelo, Pepe se ha ocupado de que tuviera la actividad que tiene que tener según su edad, con excursiones al campo, donde Jara le ha acompañado en sus batidas de control de esta misma especie, para desgastar las pezuñas, fortalecer las patas, correr y brincar, mientras él y otros técnicos censaban en Ronda, Sierra Tejeda y el Torcal. «Va pegada, me sigue de piedra en piedra, como un chivo con su madre».

Jara ha cumplido cuatro meses y acaba de pasar a la estación de referencia, donde permanece aún en cuarentena. Ya en octubre se integrará con la manada reproductiva y tendrá una vida lo más parecido posible a lo normal. «Si ella no va a ser plenamente libre vamos a hacer todo lo posible para que sus hijos lo sean», añade este profesional, que se muestra ante todo orgulloso de haber conseguido q salga adelante y de que pueda tener una vida lo más plena posible. «Va a ser una madre magnífica y sus hijos servirán para repoblar los montes de Málaga y conocerán la vida en libertad que a ella le han quitado». Además, servirá para manejar a la población que vive en semilibertad, sobre una finca de unas 60 hectáreas, en un lugar no revelado (para evitar a los furtivos) en la Serranía. «Será una especie de espía, que tranquilice a la manada y que baje a comer para guiar a los otros».

Pepe Salas espera que su caso sirva de reflexión general para los ciudadanos que sean aficionados a pasear por el campo: «El mensaje es que no están abandonados; salvo que los vea heridos, no hay que tocarlos. Se recogen muchos animales, la gente satura los centros de recuperación y eso les hace daño. Si ve a un camaleón que cruza la carretera, póngalo en el otro lado y ya está. No se puede pecar de hiperprotección ni querer criarlos, porque, además de que es ilegal, no son mascotas».

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