Rocío Lavigne: «Se habla mucho de inclusión, pero en el día a día ves que es mentira»
Coautora del libro 'Los Trastornos en el neurodesarrollo. Una propuesta de trabajo desde el aula', esta doctora en Psicopedagogía de la UMA alerta de la falta de formación, tiempo y sensibilidad para trabajar con estos casos
Su tesis doctoral, dirigida por el catedrático Juan Francisco Romero Pérez, se basó en la comparativa de diferentes tratamientos para niños con TDAHd. Sabe bien ... de las dudas y la inseguridad que puede generar en los profesionales de la enseñanza contar en sus aulas con alumnos con trastornos de neurodesarrollo. Por eso, promovió la edición de un libro donde se dan pautas sobre cómo actuar para la mejor adaptación, aprendizaje e inclusión de estos alumnos. También sirve de manual para los estudiantes de Ciencias de la Educación, que aprenden así cómo enfrentarse en un futuro a esa realidad. Los ingresos obtenidos por la venta de este libro (va por su segunda edición), que superan los 2.000 euros, van destinados íntegramente a la Fundación Olivares.
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–¿Por qué se hacía tan necesaria una guía de estas características?
–Llevo impartiendo la asignatura de trastornos del desarrollo en el segundo curso del Grado en Educación Primaria desde hace más de diez años. Hay muchos manuales y muy buenos, pero queríamos hacer algo muy práctico que sirviese como material de consulta sobre cuestiones de investigación, pero también de guía, a modo de protocolo para que el profesorado supiera qué hacer en cada momento cuando se encuentra en el aula un niño con unas características que encajan en un trastorno en el neurodesarrollo. Este libro nace de las entrañas de esa profesora o de ese profesor que se cuestiona cosas de las que ha oído hablar pero que realmente desconoce.
–¿Cuáles son los trastornos que aborda el libro y cuáles son las señales de alarma para detectarlos en las aulas?
–Del capítulo 2 al 7, se aborda un trastorno del neurodesarrollo. Existen más, pero por cuestiones de tiempo para poder impartir la materia y también por cuestiones de prevalencia en las aulas hemos atendido solo a algunos, los más comunes. Así, hay un capítulo en el que nos adentramos en las dificultades específicas en el aprendizaje de la lectura y de la escritura, las conocidísimas dislexias y disgrafías. Luego tenemos otro dedicado a los problemas de aprendizaje de las matemáticas (discalculias y dificultades con la resolución de problemas matemáticos). También está el destinado a los trastornos específicos del lenguaje, otro al TDAH, que son los trastornos por déficit de atención con hiperactividad. Además, hay espacio para el trastorno del espectro autista, y un último, en el que abordamos el trastorno del desarrollo intelectual. En cuanto a las señales de alarma, varían en función del trastorno, pero básicamente una señal clara es un niño o una niña en clase que comparativamente con el resto no aprende.
–Y a partir de estas sospechas, ¿qué pasos hay que dar?
–El primer paso es pensar qué situación tengo y describir lo que se observa. Lo siguiente que aconsejamos es hablar con el orientador del centro que, en función del caso, sugerirá unas lecturas y unos protocolos. Nosotros en el libro también lo hacemos y vamos dando respuesta a todo eso. Posteriormente y una vez cumplimentados unos cuestionarios, pasaríamos a hacer un análisis de todos los datos recogidos. Un análisis, que puede ser más desordenado, en el que buscaríamos información sobre el caso, hablando incluso con otros profesores que han podido trabajar con esos niños e incluso con sus familiares. Y otro más sistemático. Ya con toda la información aconsejamos que ese profesor se reúna con el equipo, con el resto de los profesores y con la familia. Y luego, de nuevo, con el orientador. ¿Con qué objetivo? Para que el profesor dictamine una serie de medidas generales para aplicar en el aula. Con la nueva ley, el protocolo ahora mismo exige la aplicación de estas medidas generales durante tres meses. Si funcionan, se continuaría con ellas. Pero si no funcionan, habría que plantear la posibilidad de derivarlo al orientador para que evalúe ya específicamente el caso y valore si realmente se trata de un niño con algún tipo de necesidad específica de apoyo educativo o necesidad educativa especial. En este punto, explicamos en el libro cómo se censa al niño y los distintos tipos de tratamiento que se le aconsejaría, incluso, si es conveniente que algún especialista pueda intervenir dentro del centro, como un profesor de pedagogía terapéutica o de audición y lenguaje, además de pautas a la familia.
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–¿Cuentan los centros educativos con los medios adecuados para este correcto aprendizaje?
El profesorado en la universidad tiene una formación muy escasa en trastornos en el neurodesarrollo. Solamente hay una asignatura en toda la carrera y se deberían dedicar más horas a cuestiones que luego estos alumnos se van a encontrar en un futuro cuando impartan sus clases. Por otro lado, a veces los centros están saturados. Debería haber mayor número de especialistas que pudieran asesorar al profesorado para trabajar con estos niños. Y hay otras veces, que te encuentras a personas muy poco sensibilizadas con esta población, incluso que no se creen la existencia de algunos trastornos
–¿Cómo se hace ese trabajo extra cuando falta profesorado de apoyo y el resto de la clase tiene que seguir con su rutina?
–Pues es difícil, pero las medidas generales a aplicar en el aula, si las observas en el libro, no son complejas de aplicar. Sí requiere que el profesional que lo vaya a hacer le dedique un ratito para organizarse. Es difícil, pero no es imposible si se establecen unas buenas pautas y se hace equipo con familia y profesor.
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–Y en esa banalización que a veces se hace de estos trastornos, ¿es por falta de sensibilidad o es más desconocimiento?
–Ambas cosas. Creo que hay mucho desconocimiento, pero también hay falta de sensibilidad de algunos profesionales. Yo lo veo en la propia universidad. Se habla mucho de inclusión, pero luego en el día a día, esa inclusión es mentira. Y también creo que por parte de las administraciones sería interesante reducir el nivel de burocracia, que en algunos casos es absurda y quita mucho tiempo para realmente la tarea a la que se deben dedicar los profesores, que es ayudar a los niños.
–En este libro abordan experiencias reales de docentes. ¿Cómo relatan su día a día?
–Por un lado, están los que miran para otro lado porque son poco sensibles o no están preparados. Y luego hay otros que quieren ayudar, pero no tienen la formación o se ven desbordados por esas burocracias para emprender un plan de ayuda. Por eso, ponemos en marcha también manuales de este tipo para que mientras interviene el profesor especializado, el docente pueda adoptar medidas generales que no son difíciles de aplicar y sí son eficaces en la clase.
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–¿Se sienten abandonados a su suerte estos profesores?
–Algunos sí. Están un poco perdidos y necesitados de ayuda.
–¿Qué representaría o qué supondría para el futuro de ese niño mirar para otro lado?
–Depende del caso, pero en primer lugar sería una imprudencia del profesor. Y luego, el impacto que ciertas patologías o trastornos podrían tener en la edad adulta o adolescente sería tremendo.
–Y en este reto, ¿qué papel juega la escuela en esa detección temprana?
Fundamental. Y, concretamente, en el caso de la escuela pública, la detección de estas problemáticas y la intervención dentro del entorno escolar puede que sea lo único que se lleven estos niños. Existen unas becas que la Junta de Andalucía da a aquellas familias que no tienen recursos, pero a niños que ya están evaluados. Sin embargo, hasta llegar a esa fase tienen, primero, que ser detectados en el aula, de ahí el papel crucial del profesorado.
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