Los González Rebollo, la familia malagueña con 14 hijos
Reconocen que para mantenerlos a todos con un solo sueldo han de hacer malabares, aunque jamás les ha faltado de nada
Antonio Contreras
Domingo, 24 de septiembre 2023, 00:23
Pensar en una familia de catorce hijos en la actualidad se antoja, entre la mayoría de los españoles, como una locura. Así es, sin embargo, ... la familia de Pilar Rebollo Fernández (55) y Fernando González Navarrete (58). Una familia que ha de hacer peripecias más allá de los obstáculos económicos para sacarlos adelante. Asuntos de menor importancia en el grueso de las familias, como prepararse para un evento o almacenar la ropa pueden convertirse en un auténtico quebradero de cabeza en familias de gran tamaño. Y es que tener catorce hijos implica mucho más que vestir y alimentar a catorce personas. «Cada uno de ellos necesita atención individualizada», confiesa la madre. Esta tipología de familia, que tanto escasea entre el individualismo occidental, es, sin embargo, la tónica general en el circulo en el que se mueven Pilar Rebollo, Fernando González y todos sus hijos. Ellos son feligreses de la Iglesia de San Patricio, perteneciente al Camino Neocatecumenal, que busca vivir la vida cristiana en su plenitud.
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A pesar de sus creencias, ni Pilar ni Fernando se planteaban de jóvenes una familia del tamaño que hoy tienen. «Si antes de casarte te dicen que vas a tener catorce hijos, lo mismo ni te casas», bromea entre risas González. Es algo que, según ellos, no se planea, sino que viene. «No sabía cuántos hijos tenía Dios dispuestos para mí. Hemos tenido los que nos había dispuesto», añade Fernando.
Tienen normas y tareas asignadas: ponen la lavadora los mayores y tienden y recogen la ropa los pequeños
Uno de los principales problemas que enfrentan en el hogar es el espacio y por eso se han mudado varias veces de vivienda
A Fernando González Rebollo (34), el mayor de los hijos, le separan 23 años de la hermana menor de la familia, Paula, con 11 años. A lo largo de esta línea temporal, con Paula en la cola y Fernando a la cabeza, se encuentran Ana, de 13 años; Marcos, de 16; Pedro, de 18; Guillermo de 20; Paloma, de 21; David, de 23; Teresa, de 25; Javier, de 27; Pilar, de 28; Daniel, de 29; Pablo, de 31; y Lucas, de 33. Además de los vástagos que tienen, Pilar ha sufrido 5 abortos.
Actualmente aún viven con ellos once de sus hijos, los otros tres se han independizado. Lucas, el segundo empezando por arriba, tiene su propia agencia inmobiliaria, aunque sigue pasando por el hogar familiar a menudo. Pablo, el tercero más mayor, lo tiene más difícil: es militar en Fuerteventura, donde vive con su pareja y sus dos hijos. Lo mismo le ocurre a Pilar, de 28, a quien la distancia le impide visitar a su familia todo lo que le gustaría. Es docente en Logroño y, al igual que Pablo, vive allí con su pareja y sus dos hijos.
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Convivencia y día a día
En el día a día, la dinámica es, salvando las distancias, como la de una familia normal, pero elevada al cubo. Al levantarse de buena mañana, en muchas ocasiones, hay cola para poder entrar a uno de los dos baños con los que cuenta la casa, aunque no suele ser demasiado larga la espera. «Ahora mismo, entre los distintos horarios de los trabajos y escuelas, no hay que esperar demasiado para entrar al baño porque cada uno tiene un horario», dice uno de los progenitores. Sin embargo, la cosa cambia cuando hay algún acontecimiento. «Por ejemplo, si tenemos un evento a las ocho de la tarde, empezamos a prepararnos con tres horas de antelación para que a todos nos dé tiempo de entrar al baño», admite el padre. La compra la hacen de manera semanal, como el grueso de las familias, pero en vez de un paquete de seis litros de leche, compran tres. A la hora de hacer la colada tienen una lavadora de diez kilos, que se llena entre dos y tres veces al día.
También existen ciertas normas y tareas que han de cumplir para que la convivencia en casa sea llevadera. Por ejemplo, de hacer la colada se encarga la madre o los más mayores, pero de tenderla y recogerla los más pequeños de la casa. Además, existen turnos para las tareas del hogar u horarios, «aunque como todos los niños, no respetan la hora de llegada» confiesa la pareja. Aun así, están muy orgullosos de cada uno de ellos y se sienten muy afortunados, puesto que todos han salido 'buenos'. En el camino de la fe, ninguno de ellos se ha «descarrilado», aunque «como es normal todos han tenido momentos de oscuridad en los que no encontraban a Dios, pero finalmente siempre han encontrado la luz y continuado su camino», dice el padre orgulloso.
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«Para mantener a catorce bocas hay que hacer malabares, pero nunca nos hemos privado de nada»
Pilar Rebollo, ama de casa
«Hubo un tiempo que tenía que dar dos viajes en la furgoneta para llevarlos a todos»
Fernando González, administrador de lotería
Durante el verano intentan reunir más momentos en familia. En el almuerzo, por ejemplo, intentan comer todos juntos, cosa que durante el resto del año es más difícil. «Aunque la comida siempre la preparamos para todos. Lo único, que cada uno come cuando llega», comenta el padre. Junto al salón se encuentra un comedor de grandes proporciones donde hay cabida para todos los miembros de la familia, el par de kilos de pasta necesarios para alimentarlos a todos e incluso algún invitado. «Donde comen diez comen once», comenta González.
Uno de los mayores problemas, aunque no lo sea en la mesa, es el espacio. La vivienda que habitan ahora cuenta con cuatro habitaciones, una para los padres y las restantes para los once hijos que aún viven con ellos. «Ahora mismo cada uno tiene su cama, pero en el pasado las cinco chicas dormían en cuatro camas», recuerda el padre. Aspectos como el almacenaje de la ropa pueden convertirse en todo un quebradero de cabeza. «Falta espacio para tanta ropa. En nuestro armario, que está un poco más holgado, intentamos guardar prendas que no se usan tan a diario, como los chaquetones», confiesa González.
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Esta situación, sin embargo, ha ido cambiando con el paso de los años. Ahora que la mayoría son más mayores todo es más fácil, pero los padres aún recuerdan las peripecias que tenían que hacer en etapas anteriores. Como cuando eran niños y necesitaban dar dos viajes para poder llevarlos a todos al colegio, pasando por cinco escuelas diferentes entre guarderías, colegios e institutos antes de entrar a trabajar. O los años posteriores, donde la mayoría de la prole se encontraba en la adolescencia. «Antes no dormías por los llantos y después por ver donde estaban», confiesa Pilar.
Un aspecto que recalca profundamente la madre son las laudes. «Para mí es lo mejor que me ha dado la iglesia a la hora de criar a mis hijos». Todos los domingos se reúnen todos los miembros de la casa para rezar y, tras esto, se abre una ronda de charlas en las que todos, incluidos los padres, han de abrirse. Se trata de decir qué les molesta y cómo se sienten, pero también de pedir perdón y saber perdonar. «En esas charlas se han curado muchas cosas. Es un momento de limpiarse, porque si las cosas no se limpian se acaban haciendo bola y al final no sabes ni por qué estás enfadado», explica Pilar.
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A pesar de tener catorce hijos, con todo el tiempo que eso implica, pues todos y cada uno de ellos necesitan atención individualizada y no como grupo, algo que recalca la madre que es «totalmente necesario», el matrimonio sigue teniendo tiempo para disfrutar en pareja. Aquí, la comunidad a la que pertenecen ha sido un bastón en el que apoyarse cuando todos los niños aún eran pequeños. «La comunidad, cuando veía que lo necesitábamos, nos decía de quedarse con los niños un fin de semana para que podamos disfrutar los dos solos». Y es que, al igual que la atención individualizada de cada hijo es necesaria, el cuidar la relación y pasar tiempo en pareja también es importante para que los lazos no se debiliten.
Economía familiar
Todos sus retoños han salido adelante con un único sueldo. Fernando regenta una administración de lotería con su cuñado, Vicente, en el barrio de Huelin. «Eso cuando eran más pequeños. Ahora que son mayores aquellos que pueden aportan económicamente a la casa», confiesa el padre de familia, quien deja claro que, por fortuna, jamás les ha faltado de nada. «Para mantener a catorce bocas hay que hacer malabares, pero nunca nos hemos privado de nada, tampoco de caprichos», aclara Rebollo Fernández.
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Tanto es así que siempre que lo han necesitado, ya sea por crecimiento de la familia o por las necesidades del momento, han cambiado de casa. A la última, en la que viven ahora con once de sus hijos, se mudaron hace apenas un año. Nunca han necesitado de ayudas económicas, pero aparte de las existentes en el gobierno, saben que si lo necesitasen la comunidad arrimaría el hombro, tal y como lo hacen en otros aspectos.
Además, desde que tienen edad para trabajar, la mayoría se ha buscado la vida como ha podido, ya sea vendiendo flores en el mercadillo, cuidando niños, de socorrista, etc. «Pedro, por ejemplo, se curra el verano de tal manera que también tiene dinero para todo el invierno», dice el padre entre risas.
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Aquí la única herencia que importa es la espiritual, dice la madre. «Para mí, poder transmitirles esa fe, la sensación de que no están solos en la vida, es lo más bonito y grande que puedo dejarles en esta vida».
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