Familias de acogida: puente y corazón
Hoy se celebra el Día Internacional de las Familias, pero también las historias de Jessica, Yolanda o Rafi, en cuyos hogares crecen menores en desamparo «hasta que encuentren su lugar»
A Jessica Vegas, 39 años y casi ocho como madre de acogida de menores con discapacidad, le gusta comparar su compromiso con «mis niños» –así ... los siente– con un puente: «Mi labor es que ellos encuentren un lugar, y yo no soy ese lugar (...). Sólo soy un puente para que alcancen su bienestar y sean felices».
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Con ellos, con todos los que han crecido en una casa que es un hogar, un puente y una tabla salvavidas; le gusta recurrir a una fórmula más sencilla que les deja claro que para ser madre no hace falta parir: «Yo soy tu mamá de corazón y de acogida. Y también tienes una mamá de verdad. ¿Sabes qué? Que tienes suerte de tener dos mamás».
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Con los demás, con todos esos que le preguntan por su historia y zanjan que ellos no podrían asumir los sacrificios y las despedidas «porque son muy sensibles», le gusta recordarles que «quizás no lo hacen porque son unos egoístas». «Antes me daba un poco de vergüenza decirlo, pero ya no. Es más, creo que hay que darse la oportunidad de hacer esto una vez en la vida; y ya no sólo por los niños, sino por ti mismo. Y verán que esto engancha».
'Esto' es el acogimiento, una fórmula necesaria e imprescindible que permite que menores que nacieron en el seno de familias marcadas por la violencia, el abuso o las mil formas de la desesperación encuentren un hogar seguro donde desarrollar su infancia hasta que sus familias biológicas se recuperen o hasta que haya para ellos una familia que los adopte. Y hoy,Día Internacional de las Familias –de todas las formas de familia– es un buen momento para recordar que hacen falta muchos más como Jessica. También como Yolanda García (52) y su hija Yolanda (27), o como Rafi Medina (49), que asienten a cada palabra de su compañera porque ellas saben de sobra qué es eso de convertirse en puente y de que los niños nazcan del corazón. Las cuatro tienen sus propias familias –Jessica, Yolanda y Rafi son madres biológicas–, pero comparten otra más extensa al abrigo de Hogar Abierto, una de las dos principales entidades (junto con Infania) que asumen la tutela y el bienestar de los menores en situación de desamparo temporal a partir de conciertos específicos con la Junta de Andalucía.
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Las historias de estas cuatro mujeres y las de sus hijos o hermanos de acogida terminan por tejer una red que no los deja caer pero que también tiene sus agujeros: la última campaña de sensibilización puesta en marcha para atraer más familias de acogida dejaba una cifra sobre la mesa que da que pensar, ya que, en la provincia de Málaga, 320 menores de más de seis años crecen al amparo de centros residenciales en lugar de hacerlo en el calor de un hogar. De hecho, los siete años suelen marcar el punto a partir del cual un niño es derivado a un centro y no a una familia. «Y eso es un problema, no sólo por el menor, sino también en los casos de grupos de hermanos en los que uno de ellos ya es un poco más grande», explica la coordinadora de Hogar Abierto, Marisol Romero, sobre el drama de tener que elegir entre separar a los más pequeños o dejar que todos se críen en un centro.
Para evitarlo, en colectivos como el suyo se trabaja a destajo para aumentar el número de familias capacitadas para la acogida. De partida, sólo hacen falta las ganas. Los cursos de 'entrenamiento' corren a cargo de Hogar Abierto, así como los grupos de autoayuda o la asistencia en cualquier trámite que se necesite. Con esa cobertura asisten en la actualidad a 170 familias de las denominadas 'extensas' –tienen un vínculo biológico con el menor desamparado, por ejemplo los tíos o los abuelos– y a 80 familias 'ajenas', es decir, que no tienen una relación previa con ellos. También hay diferentes formas de acoger: existen las familias de urgencia, las de acogimiento temporal (por un periodo de dos años), las definitivas y las especializadas, que se encargan de niños con algún tipo de discapacidad.
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Más que esperanza
También es el caso de Rafi, que suma compromiso y profesión –es integradora socioeducativa especializada en estos menores– al cuidado de I., un bebé que llegó a su casa unos días antes de que se decretara el estado de alarma y al que los médicos daban pocas esperanzas: «Lo conocimos cuando tenía cinco meses y llevaba ingresado en el Materno desde que nació. Había tenido una falta importante de oxígeno en las primeras horas de vida y nos dijeron que probablemente no andaría», explica Rafi mientras contempla a I., que hoy tiene 19 meses y que corretea alrededor de su madre de acogida agarrado a un violín de juguete.
Que estos niños son «un regalo» y que «generan una enorme ternura en todo el entorno» es algo que también saben bien Yolanda y su hija, cuya familia biológica incluye a otro hijo de 11 años pero que en realidad es mucho más amplia. «En ocho años hemos acogido a nueve niños», celebran al echar la vista atrás y al recordar al último, que ha estado con ellas desde los cuatro y hasta que cumplió seis. Ahora esperan a que el teléfono vuelva a sonar y a «salir corriendo», ya que como familia de urgencia, el tiempo que pasa entre que surge una emergencia y ellas acogen es muy corto. Lo cuenta su hija, Yolanda, acostumbrada a crecer en una familia numerosa y comprometida con la herencia de su madre hasta el punto de estudiar Trabajo Social «y seguir con la idea del acogimiento cuando yo tenga mi propia familia». Las cuatro insisten, de hecho, en el beneficio «exponencial» que esta fórmula genera en el entorno cercano: «Los hijos biológicos crecen con unos valores increíbles, y además se implican a fondo tus padres y hermanos», concluye Jessica, también ejemplo en este círculo virtuoso ya que sus padres son familia de acogida especializada de un niño de ocho años que necesita «de todo» para sobrevivir pero que tiene lo más importante para vivir.
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