Cientos de personas llenan la plaza de la Merced en una cacerolada en solidaridad con Gaza
«No es una guerra, es un genocidio», coreó la multitud, entre la que se encontraban palestinos de Cisjordania y también gazatíes
Los colores de la bandera palestina vistieron la plaza de la Merced en la tarde de este martes. Y el sonido de las cacerolas puso ... la banda sonora de la concentración más multitudinaria de las muchas que han tenido lugar en la capital en solidaridad con el pueblo gazatí atacado por Israel y en condena del genocidio. Las imágenes de niños hambrientos y en los huesos han resonado en las conciencias de los malagueños.
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Tres organizaciones, Málaga Por Palestina, Voces De Palestina y Axarquía Por Palestina, convocaban la cacerolada. Las asociaciones seguían al pie de la letra la sinfonía organizativa que llevaban escrita: había un orden en la colocación de las pancartas. Primero, la de los protagonistas, la del pueblo afectado, las Voces de Palestina. «¿Podemos ya poner las nuestras?», preguntaba una persona de Málaga Por Palestina. «Sí, ya sí», contestaba Hatem Abdul, que antes de que comenzara oficialmente la protesta tenía algunas palabras para SUR: «Siento mucha frustración, dolor e indignación. Las cosas empeoran cada vez más y el mundo sigue sin despertar. Si a estas alturas no se ha reaccionado se es cómplice, se forma parte del genocidio, ya no es neutralidad. Hay que pasar de las palabras a los hechos, cortar las relaciones diplomáticas, comerciales, de todo tipo, es la única manera de que Israel entienda». Adham, de 35 años, que lleva ya una década en Málaga, confía a este periódico que su familia lleva siete meses desplazada: no viven en Gaza, sino en Cisjordania, pero esa zona también sufre, recuerda, los ataques del ejército israelí para ampliar los asentamientos ilegales. A los suyos, declara, los han desalojado del campamento en que vivían en Tulkarem. «Estoy triste, enfadado, con rabia». No oculta su vulnerabilidad, su tristeza, este tiarrón de casi dos metros.
Alaa es de Gaza. Tiene allí familia. Cuando puede, se comunica con ellos. La última vez, la semana pasada, cuando le fue posible hablar con su hermano. «Me dijo que encontrar comida es muy difícil y que la que hay está muy cara», asegura. Tiene los ojos brillantes, no puede esconder su emoción al ver la plaza llena: «Hay mucha gente con nosotros. La gente sabe lo que pasa en Gaza».
Los primeros en hacer acto de presencia en la plaza de la Merced fueron los jóvenes de Málaga Por Palestina que fueron protagonistas de la acampada en la biblioteca de la UMA. Hay alguno de ellos que compara lo que sufren los gazatíes con la Desbandá, con la matanza de quienes escapaban de Málaga a Almería durante la guerra civil.
«No tiene nombre que vaya gente a pedir comida y la maten. Hay que exigir que se pare. No sé qué va a ser lo próximo. Es un genocidio a los ojos de todo el mundo. Hay que recordar también que hay israelíes que también protestan contra lo que hace su Gobierno»
Las imágenes de los últimos días en los medios de comunicación de niños hambrientos y las matanzas en las zonas de reparto de alimentos se han clavado en las mentes e inundan las palabras de los convocados: «No tiene nombre que vaya gente a pedir comida y la maten», declaraban María Jesús Lambistos Roca y Mercedes López Moret, ambas trabajadoras sociales, que añadían: «Hay que exigir que se pare. No sé qué va a ser lo próximo. Es un genocidio a los ojos de todo el mundo». Y también querían dejar claro: «Hay israelíes que están dentro del país y que protestan contra lo que hace su Gobierno».
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La misión de estas protestas, afirmaba Miriam Rengel, es «pinchar a los Gobiernos» para que actúen. «Tienen que ver que estamos en contra», agregó.
¿Qué es un genocidio?
Pero la función de estas concentraciones es también hacer pedagogía. Rami, de 16 años, confiesa que está en la concentración porque se lo ha dicho su madre, que es libanesa. Y trata de definir lo que es un genocidio: «Cuando un país mata a los civiles de otro sin oposición». Alguien le aclara que lo definitorio de un genocidio es el afán de aniquiliación de un pueblo. «En todas las guerras hay matanzas, pero aquí... todos sabemos bien lo que es», agrega otra mujer del grupo en el que está Rami, su madre Dania, además de una irakí y una tunecina.
Amina, francesa de ancestros argelinos, ha ido a la manifestación con sus niñas de tres y año y medio. Viven en Marbella y se han desplazado a la capital con el único objetivo de ir a la cacerolada. Las pequeñas llevan camisetas diseñadas por ellas mismas en solidaridad con los niños de Gaza y los de todo el mundo: «Es para ellos, por un futuro en paz y un mundo con unidad y justicia», dice la madre.
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La concentración estaba llena de gente de todas las edades, familias enteras, grupos de amigos. Fue una convocatoria multicultural. Las consignas y las pancartas también estaban escritas en inglés en algunos casos. Y además estaban las feministas: «El feminismo es internacionalista y defensor de los derechos humanos en todos los lugares del mundo».
Los convocantes leyeron un manifiesto en el que denunciaban: «Gaza se encuentra en fase de hambruna reconocida oficialmente. Pero queremos recordar que matar al pueblo palestino de hambre no es el único crimen. No basta con lanzar comida desde aviones, como hacen ahora algunos Gobiernos europeos que, tras meses ignorando el genocidio, reconocen al Estado palestino en un gesto cínico que busca lavar su imagen. Lo urgente no es tirar migajas desde el cielo, sino detener la masacre, abrir las fronteras, acabar con el asedio y romper todo tipo de relaciones con el Estado sionista de Israel». Y reiteraron sus reivindicaciones y compromisos: la ruptura total de relaciones diplomáticas, comerciales y militares con Israel, la libertad inmediata y sin cargos de todas las activistas represaliadas o el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a resistir por todos los medios. «Esto no empezó el 7 de octubre de 2023. Empezó hace más de 75 años, en la Nakba de 1948, con el inicio de la colonización, la expulsión y el asesinato sistemático del pueblo palestino», clamaron.
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La convocatoria era a las ocho de la tarde. Dos horas después aún había gente reunida. Aunque ya no se escuchaban las cacerolas. Y se habían acallado consignas que se habían coreado minutos atrás como «No es una guerra, es un genocidio».
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