Ver fotos
Más de 750 alumnos no podrán ir a clase este lunes en Campanillas
El CEIP Francisco de Quevedo y el IES Torre del Prado están afectados por la riada que ha sufrido el distrito
Campanillas va a tardar en recuperarse de la riada que se ha llevado por delante medio distrito. Un día después de que el cielo descargara ... sin piedad y el agua inundara viviendas, comercios y edificios públicos, el vecindario trata de recuperarse de este nuevo palo meteorológico entre el pesimismo y la desesperanza de sus residentes. Los destrozos causados por el desbordamiento del río Campanillas han sido tan importantes que hoy no podrán abrir sus puertas el colegio Francisco de Quevedo ni el instituto Torre del Prado, por lo que más de 750 estudiantes se deberán quedar en casa mientras se completan las labores de limpieza y mantenimiento.
Publicidad
Con la intención de recuperar la normalidad cuanto antes, durante toda la jornada de ayer trabajaron en ambos centros educativos diferentes cuadrillas e incluso una empresa especializada. En el caso del colegio colaboraron trabajadores del Infoca, aunque finalmente determinaron que no se podrá abrir hasta que se revisen de nuevo las instalaciones de agua, electricidad o informática. Por contra, el centro de salud sí recuperará esta mañana la normalidad y la calle José Calderón pudo reabrir anoche al tráfico.
Paradójicamente, el cielo amaneció ayer despejado, limpio, casi como cualquier día invernal en la capital de la Costa del Sol, pero al bajar la vista al piso, las calles de Campanillas continuaban siendo un escenario de guerra con muros derrumbados, vecinos achicando agua de sus viviendas y decenas de operarios de diferentes cuerpos limpiando las calles aún llenas de fango.
«Ahora tenemos que empezar de cero; el agua se ha llevado todo lo que teníamos», resumía Sole Serrano, propietaria de Liantry Floristería, uno de los negocios más afectados en la céntrica calle Camoens. En esta tienda las marcas de agua y barro alcanzaron el metro de altura y la fuerza de la riada tras el desbordamiento del río Campanillas destrozaron el cristal del escaparate principal y volcaron la enorme máquina en la que se conservan las flores. Además de flores, ellos han perdido también los numerosos y exclusivos artículos de decoración en los que están especializados. «Todavía no los he tirado porque mi corazón no me deja; aún creo que se pueden recuperar, pero en el fondo sé que es imposible porque la madera ha comenzado a hincharse», resumía con los ojos rojos.
En la otra punta del barrio, en la calle Cristobalina Fernández, se encuentra la 'zona cero' de la catástrofe. Por esta zona se desbordó el río y el agua entró en los sótanos de todas las viviendas arrasando a su paso con muebles, coches y todo tipo de objetos. Tras 24 horas de trabajo casi sin descanso, Ismael Fontalba limpia con delicadeza una máquina de coser de la marca Singer, recuerdo de su abuela, uno de los pocos que quedan sin deteriorar en todo el trastero. En su caso, el agua se ha llevado recuerdos de toda una vida y un flamante BMW serie 3 nuevo. «En un momento vino una ola gigante y se lo llevó todo por delante». Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, su padre salió corriendo al sótano para coger la televisión y tratar de sacar el coche, pero ya era tarde. «Casi se queda atrapado y no tenemos que contar una desgracia mayor».
Publicidad
Agua por el cuello
En la casa de al lado vive Jonathan Rojas, que se acerca muy molesto para contar todo lo que ha pasado e intentar desahogarse tras el desastre vivido en toda la calle. Su habitación se encuentra en un semisótano, del que tuvo que salir «con el agua por el cuello». Especialmente molesto, se muestra convencido que de que el río se desbordó porque se abrieron las compuertas de la presa (algo que ha sido desmentido por las autoridades). «Sino no hubiera venido una ola tan fuerte». «Nos tendrían que haber avisado de la gravedad, decretar la alerta roja para que desalojáramos las casas y evitar parte de todo lo que ha sucedido».
El día después de la tormenta, Campanillas se convirtió en una ola de solidaridad y cientos de personas ayudaban a los afectados a limpiar sus viviendas y a recuperar lo poco que se pueda rescatar de entre el lodo y los escombros. En la avenida principal, en la calle José Calderón, el agua y el barro también camparon a sus anchas. Antonio Baeza, propietario de la cafetería El Capricho, ya casi tiene el negocio limpio y se mostraba ayer algo más tranquilo que el día anterior. «El bar estaba recién reformado y el barro ha encharcado los recubrimientos de madera y entrado en las neveras. ¿Ahora quién se va a hacer cargo de estos daños?», se preguntaba. Él espera que se declare como zona catastrófica para que el consorcio de seguros se haga cargo de todos los daños, pero mientras tanto no les queda otra que esperar. «Tengo dos coches afectados y no sé lo que voy a hacer».
Publicidad
Y fuera de los negocios, en la calle, operarios de Limasa también se afanaron durante toda la jornada por limpiar las calles y aceras con excavadoras, agua a presión y cepillos. «En el distrito nos quedará faena para toda la semana», resumía un trabajador. A consecuencia de las inundaciones, dos personas tuvieron que ser realojadas por los servicios de Emergencia Social, una fue derivada a un hostal y otra, a una residencia de mayores. Entre el resto de personas atendidas, algunas se han alojado en casas de familiares o amigos.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión