Una noche en llamas
SUR acompaña a los servicios de emergencias en la madrugada más conflictiva desde que comenzó la huelga
Juan Cano
Viernes, 11 de marzo 2016, 00:53
La estampa, cuando la algarabía desaparece de las calles, es desoladora. «La plaza del Siglo estaba mejor, pero fíjate que montaña de basura hay aquí... », ... dice Delta 41 al pasar por Molina Lario. Delante del coche patrulla se cruzan bolsas, cartones o botellas que el viento arrastra de un lado a otro en la noche solitaria, como si fueran matorrales en el lejano Oeste. Pero estamos en Málaga, en pleno centro, y a sólo unos días de la Semana Santa.
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Delta 41 es el subinspector que coordina a todos los agentes de la Policía Local que están de servicio esta noche, es decir, las 20 unidades habituales más las ocho de refuerzo desde que empezó el conflicto de Limasa, hace ya 10 días. Su coche patrulla viene a ser la centralita móvil de la Policía Local. Desde que empezó la huelga, dice, apenas entran llamadas por robos o peleas. Su emisora parece la de los bomberos: «Delta 41 para base. Incendio en Camino de San Rafael».
Es la una en punto de la madrugada de ayer. Desde que empezó el tercer turno, a la 22.30 horas, bomberos y policía han atendido ya 19 incendios en las calles de la ciudad. Hay un detenido, el tercero esta semana, por la quema de contenedores. «Un Citroën negro ha tenido un accidente con un coche aparcado justo después de originarse el fuego (el de Camino de San Rafael», cantan por la emisora. En apenas cinco minutos, el número 40 de la calle se llena de patrullas, que investigan la posibilidad de que el conductor sea el responsable de las llamas prendidas en la basura.
Es difícil distinguir al vecino curioso del agente de paisano. «De eso se trata», apunta uno de ellos, un joven con rostro de veinteañero que se protege del frío con el gorro de la sudadera. El subinspector avanza una hipótesis: «También es posible que se asustara al ver el fuego y diera un volantazo». Minutos después, la sala del 092 lo confirmó. El conductor, un joven que dio positivo en alcohol, se habría despistado al ver las llamas.
La tregua dura exactamente ocho minutos. Avenida Jane Bowles, en La Virreina. El vigilante de seguridad de una urbanización advierte de otro fuego que afecta al menos a tres contenedores. Otro testigo asegura haber visto a un chaval con una capucha y una sudadera a rayas contemplando el fuego a unos 100 metros. «Al verme, salió corriendo», dice. Su pista se pierde entre las columnas del campo de fútbol de La Rosaleda.
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El siguiente aviso salta a las 1.31 horas en la calle Profesor García Rodeja, en Campanillas, un distrito que se ha visto especialmente afectado por los incendios las noches previas. Los contenedores son metálicos y resisten, pero la montaña literal de basura arde como la tea entre sonidos de explosiones metálicas. «No te asustes, son ambientadores o desodorantes en spray, que hacen ese ruido», dice un bombero del retén.
La radio vuelve a sonar. «En la Calle Comandante Román, en la barriada 25 Años de Paz, están ardiendo contenedores», anuncian desde la sala. Son las 2.14 horas. En cada aviso coinciden no menos de cuatro patrullas uniformadas de Policía Nacional y Local, y otros tantos agents de paisano que siguen el recorrido de los incendios con un único objetivo: anticiparse y detener a los autores. «¿Oportunistas? Seguro que los hay. Vándalos, pirómanos, vecinos cabreados...», comenta uno de los agentes. «Pero es evidente que muchos de los incendios están relacionados con la huelga», apunta otro. La policía cree que existe cierta organización detrás: se mueven en vehículos, con ciertas medidas de seguridad y vigilancia, y utilizan pastillas de barbacoa, por lo que, cuando la basura empieza a arder, los responsables ya se han esfumado del lugar. «Nuestra única opción es sorprenderlos in fraganti», confiesan.
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Coches a punto de quemarse
Vecinos bajan de sus casas en bata o en pijama para retirar sus coches, que están a punto de ser alcanzados por el fuego, avivado por el viento. «Yo he llegado con mi mujer desde Madrid. Menos mal que lo he escuchado y me ha dado tiempo a cambiarlo; si no, imagínate la gracia», afirma uno de ellos. Sólo un Volkswagen Golf de color gris permanece aparcado junto a los depósitos en llamas. La intervención de los bomberos evitó que acabara calcinado.
La radio se calla durante una hora. «Igual que ayer», barruntan los policías. «A partir de las 4 empezarán otra vez». Se equivoca por media hora. La quema de contenedores se reanuda con media hora de antelación. Tres avisos seguidos, todos en Campanillas: incendios en las calles Samuel, Fausto y Praga. El último punto es el más peligroso. Hay casas enfrente y coches aparcados muy cerca.
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Los bomberos actúan como un pequeño escuadrón. «Esto es como el Ejército, es un cuerpo jerarquizado y todos tenemos claras las funciones», bromea uno de ellos. El número 1 es el que maneja la manguera, que, «a chorro libre» y a una presión de entre 10 y 15 bares (el conductor del camión es el que se encarga de ajustarla), profundiza más y acaba antes con el fuego. El número 2 le ayuda con un escardillo para llegar a los rescoldos y, entre todos, acaban con el incendio en 10 minutos. Los contenedores, en total 38 esta noche, la peor desde el inicio de la huelga, desaparecen por completo, pasto de las llamas. Pero los coches están a salvo. «Base para Delta 41, el fuego ya está apagado».
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