Natalia, en una terraza del Centro, acompañada de uno de sus hijos.

«He perdonado a mi padre, pero si viviera lo denunciaría por dejarme en la calle»

A sus 76 años, Natalia reclama la herencia millonaria de su padre biológico, que tras separarla de su madre la abandonó en la posguerra

Montse Martín

Domingo, 31 de enero 2016, 11:59

Sus ojos cansados se humedecen cuando recuerda. «Pasé muchas, muchas penalidades. Era muy niña, solo tenía cuatro años y él me dejó tirada en ... la calle. Me encontré como una vagabunda, comía de lo que me daba la gente y dormía en los bancos de piedra del Parque». Natalia (prefiere omitir sus apellidos) tiene 76 años y quiere justicia moral, una reparación por todo lo que sufrió. Un sufrimiento que le vino dado por el abandono de su padre biológico, que nunca le dio sus apellidos, a pesar de que convivió durante catorce años con su madre, de la que la separó después en los durísimos años de la posguerra. Hoy, casi ocho décadas más tarde, Natalia ha decidido obtener esa reparación por la vía judicial. Ha pedido al juez una prueba de ADN que le reconozca formalmente como la hija de aquel adinerado empresario para poder reclamar la millonaria herencia que legalmente le corresponde y cuya cuantía su familia prefiere, por ahora, no desvelar.

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Cuando Natalia nació en 1939 no fue reconocida por su padre biológico, sino por el marido de su madre que le dio sus apellidos. Aquel hombre combatió en el frente republicano durante la Guerra Civil. Más tarde fue fusilado. Sus recuerdos de niña son apenas retazos de una infancia feliz mientras vivió con su padre biológico y su madre como una familia normal. Sin embargo, su corta existencia se truncó muy pronto. Un día su abuela paterna echó a su madre de la casa. «Ella nunca la quiso», se lamenta. Natalia se quedó con su padre, esperando a que su progenitora regresara algún día.

Pero no volvió. Y todavía le esperaba lo peor. En la vida de su padre había ya otra mujer. La niña estorbaba. A los pocos meses su progenitor la dejó abandonada en la calle y se marchó. Natalia tenía sólo cuatro años.

«Estaba sola, iba como una vagabunda, pidiendo por la calle. Comía de lo que la gente me daba y dormía en los bancos de piedra en el Parque», relata. «Pasé mucha hambre. La gente me preguntaba por qué pedía y yo les respondía que tenía hambre y entonces me preguntaban por mis padres. Yo les decía que no sabía dónde estaba mi madre y que mi padre me había dejado en la calle».

Tiempo después de abandonarla, su progenitor la encontró en el Centro pidiendo. «Cuando yo lo vi, lo primero que pensé es que me iba a dar de comer. Le dije hola papá y le cogí del pantalón. Fui con él andando hasta la calle Salinas y allí me él metió en un portal y me preguntó por mi madre. Le contesté que no sabía nada de ella y el me advirtió tú no te pierdas y agarrándome del pelo y me dio golpes contra la pared y patadas».

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Un día de aquellos miserables años de la posguerra, Natalia se tropezó con una mujer. «La reconocí enseguida. Tenía muy mal aspecto, se le veía muy enferma». Era su madre. «Yo le dije mamá, mamá, soy tu hija, pero ella no me reconocía porque yo estaba muy delgada y no parecía la misma. Entonces se desvaneció y entre algunas personas la llevaron a la casa de socorro. Yo me quedé allí con ella».

La madre de Natalia fue ayudada por algunas vecinas que la acogieron en una habitación con su hija hasta que pudo recuperar la salud y comenzar a hacer algunos trabajos como asistenta. Mientras estaba trabajando, Natalia se quedaba en la calle, pero el Tribunal Tutelar de Menores la encontró y decidió internarla en una institución religiosa, las monjas carmelitas del Limonar, ante la precaria situación económica de la familia. Allí estuvo hasta los 17 años, edad en la que comenzó a trabajar como asistenta en algunas casas. Se echó novio, se casó y tuvo cinco hijos. Uno de ellos murió. Actualmente vive con su marido, que está totalmente impedido, y su hijo pequeño, que padece una ataxia, una perturbación del sistema nervioso que afecta al sistema locomotor lo que le obliga a desplazarse en silla de ruedas. Entre las pensiones de los tres, reúnen unos 1.400 euros al mes.

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El padre biológico de Natalia murió en 1974. «Yo le he perdonado ya, pero si ahora viviera lo denunciaría por haberme dejado en la calle. Fue muy mal padre», reflexiona.

Patrimonio inmobiliario

Asegura que lleva muchos años pensando en dar el paso que ahora ha dado en los juzgados pidiendo que se le reconozca su filiación para reclamar la herencia que le pueda corresponder. «Por cuestiones muy personales no he podido hacerlo hasta ahora», precisa Natalia. «Lo veo como un acto de justicia moral por la vida tan triste y las penalidades que pasé a causa de su abandono. Es poner las cosas en su sitio y reclamar lo que me pertenece», explica.

Tras dejarla en la calle, su padre se casó con la segunda mujer pero el matrimonio no tuvo descendencia. Natalia es, pues, su única hija biológica.

Ni ella ni sus hijos quieren desvelar el valor de la herencia, por ahora. Su abogado, Fernando Osuna, asegura que es millonaria. Se trata, sobre todo, de patrimonio inmobiliario: una docena de fincas urbanas y unas cinco rústicas. Eso sólo en Málaga».

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