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Miles de monjes viven en casetas de madera y adobe alrededor de Larung Gar. :: Damir Sagolj / reuters

China asesta un nuevo golpe al budismo tibetano

Las autoridades aducen problemas en la seguridad de los edificios para desmantelar el instituto Larung Gar

ZIGOR ALDAMA

Lunes, 12 de diciembre 2016, 01:24

Larung Gar se parece a una favela brasileña. Sus pequeñas casas de madera y de adobe rojizos trepan por la ladera de la montaña y componen un espectacular mosaico abigarrado. Los tonos ocres y el blanco de los marcos de las ventanas contrastan con el intenso azul del cielo tibetano, pero están en perfecta conjunción con el rojo de las túnicas que visten los 20.000 budistas que habitan el mayor instituto de esta religión en el techo del mundo. Aunque actualmente es más apropiado utilizar el tiempo pretérito, ya que 20.000 eran los que habitaban hasta hace unos meses el complejo religioso situado en la provincia china de Sichuan, colindante con la Región Autónoma del Tíbet.

Fue en julio cuando las autoridades decidieron desmantelar el lugar debido al exceso de población y a la falta de medidas de seguridad en las improvisadas construcciones. Ahora, el Gobierno tibetano en el exilio denuncia que las expropiaciones forzosas están provocando una crisis humanitaria que ya ha derivado en la inmolación de varios monjes. El último fue un hombre que reside en una zona tibetana de la provincia de Gansu. Se prendió fuego el pasado viernes y se desconoce qué ha sido de él porque fue evacuado por la Policía. Así son ya 146 tibetanos los que se han quemado a lo bonzo desde 2009 -125 han muerto-, muestra de que el choque sociocultural que enfrenta a la población de etnia tibetana y al Gobierno central controlado por la mayoría étnica 'han' continúa al rojo vivo.

A pesar de que China ha afirmado que su intención no es destruir el complejo de Larung Gar, diferentes ONG pro derechos humanos afirman que el Gobierno busca reducir su población a unos 5.000 religiosos -actualmente quedan unos 11.000-, una cifra más manejable en caso de protesta. Según denuncia Radio Free Asia citando fuentes sobre el terreno, muchos de los desplazados se hacinan en campos temporales. De hecho, ese medio de comunicación alternativo muestra en su página digital una fotografía enviada por un oyente que aparentemente muestra un conjunto de edificaciones prefabricadas en medio de un lugar desértico en el que habitan 800 monjas desalojadas el pasado día 1. Desafortunadamente, las estrictas restricciones que China impone a la prensa extranjera en todo lo concerniente a Tíbet imposibilitan confirmar las informaciones.

Eso sí, el pasado día 5 el Gobierno en el exilio, que opera desde la localidad india de Dharamsala, pidió al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos que investigue lo que está sucediendo en el instituto budista. «Tememos que la Revolución Cultural viva un resurgimiento en Tíbet», afirmó el primer ministro tibetano, Lobsang Sangay. «Porque, además, el Gobierno chino está preparando un nuevo borrador para implementar una legislación que incluya todavía más restricciones a las prácticas religiosas. Es demasiada casualidad con lo que está sucediendo en diferentes monasterios», concluyó.

Bastiones étnicos

Por su parte, el portavoz del parlamento tibetano en el exilio, Khenpo Sonam Tenphel, incidió en el tratamiento que China dispensa a los expropiados. «Varía según la región. En Tíbet, muchos han sido enviados a programas de reeducación, y algunos incluso han sido encarcelados. Es horrible ser testigo de estas atrocidades», sentenció. Pekín, por su parte, aunque no ha hecho comentarios recientes acerca de lo que sucede en Larung Gar, siempre asegura que respeta la libertad de credo.

En cualquier caso, no es la primera vez que los líderes chinos justifican demoliciones de bastiones étnicos señalando la peligrosidad de sus construcciones. También ha sucedido en Kashgar, uno de los puntos más importantes de la antigua Ruta de la Seda y territorio de la minoría musulmana uigur de la Región Autónoma de Xinjiang. Allí, la ciudad antigua que data de hace más de 2.000 años también ha sido demolida para reconstruirla de acuerdo con las nuevas normativas antiincendios y de protección sísmica. Algunos de sus residentes, así como el Consejo Mundial Uigur, critican que es una estrategia para extirpar sus raíces culturales en un brutal proceso de asimilación étnica que resulta similar al de Tíbet.

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