Concha Vila: «Los veranos en los pueblos eran mejores que los de las ciudades»
Fue una de las primeras mujeres emprendedoras que decidió tomar las riendas de un negocio de perfumería que le dio grandes satisfacciones
Martes, 11 de agosto 2020
Hubo una hora de camino hacia esta entrevista, en la que se respiró verano por los cuatro costados. Me habían hablado de Concha Vila, una ... mujer todoterreno, pero nunca imaginé que correspondía tanto con la realidad. Cae la tarde y Mercedes Carrión -la nieta de la entrevistada- y un servidor llegamos a la finca de Pizarra en la que espera Concha con sus mejores galas. Ella es conocida por todos en su pueblo, Álora, ya que fue una de las primeras mujeres emprendedoras que decidió tomar las riendas de un negocio -perfumería- que le dio grandes satisfacciones.
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La tarde daba un respiro al calor sofocante, y Concha esperaba a los pies de la piscina de su finca con gran vitalidad. «No sé bien de qué quieres charlar, pero si quieres vamos contando cosas y tú eliges las que quieres» me dice al verme llegar.
En esta ocasión, más que de una época me intereso por cómo ha pasado una persona adelantada a su tiempo todos estos veranos, incluso me interesan los actuales, pero comenzamos por el principio.
«Nosotros pasábamos los veranos en pandilla en el pueblo. Una cosa tengo clara, los veranos de los pueblos son mejores que los de las ciudades. Recuerdo estar en la plaza en reunión, las fiestas... la verdad es que fuimos realmente felices. Yo me casé con un hombre 17 años mayor que yo, y eso me hizo tener dos grupos de amigos diferenciados», cuenta mientras me ofrece algo de beber.
Y es que no hay verano sin amor, o sin el primer -y único- amor. Concha habla de Paco Carrión, su marido ya fallecido, con gran alegría en los ojos, y me enseña algunas fotos en fiestas, ferias y eventos junto a él. Sigue el verano y el cariño en sus ojos nostálgicos al recordarlo, al igual que a su mejor amigo Pepe Rosas, con el que confiesa que pasó grandes momentos estivales y al que guarda un huequito en su casa como memoria. Una de las anécdotas en las que interviene su nieta Mercedes, es la de una estampa veraniega inamovible en el tiempo: su abuelo, sentado en los aledaños de la hacienda, leyendo el periódico SUR.
Una vez pasado el recorrido por la adolescencia, me invade la curiosidad por el sitio donde me encuentro. Es una finca con mucho encanto, en la que se respira el aire saneado del campo y la brisa nos facilita una conversación agradable. Me pregunto cuántas cosas se habrán hecho en verano donde me encuentro, y Concha me las resuelve: «En este lugar hemos hecho de todo durante mucho tiempo. La familia tiene este sitio como punto de referencia, y recuerdo por ejemplo cómo mis nietos se han disfrazado para fiestas, o cuando bajábamos por el río con una cuerda para que ninguno cayese al suelo».
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Veo fotografías de varios momentos felices con su familia, en la que queda claro que en este enclave se lo han pasado de maravilla. Es el momento de hacer un recorrido por la casa -reconozco que me moría de ganas-. En un momento concreto se para, y me enseña un gran biombo con historia: «Esto me lo llevé yo a cuestas en un barco desde Marruecos. Fíjate lo que pesa, pero tuvimos una serie de percances y decidí plegarlo y echármelo a la espalda». Esta pequeña historia no hace más que ratificar que Concha es una mujer hecha a sí misma, y por eso mismo estoy aquí, no solo entrevistándola, sino aprendiendo de ella.
Y es que, en otras conversaciones importa más el qué, y aquella tarde fue el cómo: «Yo me considero una persona feliz, y lo que yo deseo es que mis hijos y nietos tengan todo lo que esté en m mano. Nunca he sido rencorosa, porque creo que hay que saber perdonar a los amigos en la vida para seguir con fuerza y vitalidad», me explica cariñosamente, mientras le asiento, ya que no puedo estar más de acuerdo con ella. Sin planearlo, y mientras ponemos la mesa en el jardín que hay delante la piscina, las charlas sobre la vida, el amor y por su puesto los veranos se suceden, y va cayendo la noche hasta tener que encender las luces exteriores del jardín.
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La complicidad entre ella y su nieta es palpable, y recuerdan entre risas cómo Concha no quiso que ésta estuviese sola el día de la graduación de su máster: «Cuando me enteré de que nadie podía ir a aquella graduación, me cogí un AVE desde Málaga y me planté por sorpresa en Madrid con mi maleta en mitad de aquel jaleo. Llegué un par de horas antes, hablé con la directora y le dimos la sorpresa a Mercedes». Es noche cerrada y no quiero moverme de donde estoy, aunque es hora de volver a la ciudad, a la que Concha sigue bajando. Está siendo uno de esos días que yo mismo recordaré cuando me pregunten por mi verano.
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