«Me hubiera gustado ser el Guerrero del Antifaz»

Luis Alberto de Cuenca es investigador en el CSIC, ensayista, traductor, coleccionista caótico de figuritas... De toda esa dispersión solo aparente, lo único constante es que ha vivido de cosas de las que parece imposible vivir

francisco apaolaza

Viernes, 19 de agosto 2016, 00:18

Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) tiene algo de sabio respetable y burlón. Es investigador en el CSIC de obras literarias desde el 2000 antes ... de Cristo, ensayista, traductor, coleccionista caótico de figuritas, exsecretario de Estado de Cultura con Aznar... De toda esa dispersión solo aparente, lo único constante es que ha vivido de cosas de las que parece imposible vivir.

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Da la sensación de que todo le fascina. ¿Qué es lo que le aburre?

Me da la sensación contraria: que casi todo me aburre y que solo unas cuantas cosas me fascinan.

Cuando usted era secretario de Estado de Cultura le recuerdo recitando un poema sobre una muñeca hinchable en San Lorenzo del Escorial. ¿Cómo era aquello?

El poema se titula Tamaño natural creo y le gustó mucho a Luis García Berlanga. Forma parte de La vida en llamas (Visor, 2006).

¿Quién se escandalizaba con esas cosas suyas?

Algún imbécil o alguna imbécil habría, pero no recuerdo nombres propios.

Cuando a Belmonte le preguntaron cómo un picador suyo había llegado a alcalde, respondió que degenerando. ¿Está de acuerdo?

Totalmente de acuerdo. Lo que la gente comme il faut entiende como un triunfo es, la mayor parte de las veces, un fracaso moral y estético.

¿Es cierto que va todo mal?

Todo es susceptible de empeorar. No hay más que leer los libros de historia para estar vacunado de pesimismo.

¿Qué tiene el endecasílabo que no tengan los demás?

Tiene swing. Además, es el metro preferido por Borges. Y eso es muy importante para mí.

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Le cantó sus versos Loquillo. Creo que Leticia Sabater anda falta de letras. Para sus canciones, me refiero.

He sido letrista ocasional, pero no profesional. Pero estoy dispuesto a dar el salto en cualquier momento.

Colecciona muñequitos de personajes de la cultura popular. ¿Cuál le gustaría ser?

El Guerrero del Antifaz.

No bebe.

El alcohol me sienta como un tiro. No lo metabolizo. La gente piensa que soy un exalcohólico: tanto fervor pongo en no probar bebidas espirituosas...

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Como poeta maldito es bastante flojo.

Como poeta maldito soy un auténtico desastre.

Algún vicio tabernario y pecaminoso tendrá.

No le quepa la menor duda. Pecaminoso, pero no tabernario. Me vuelven loco los sándwiches de Embassy, por ejemplo.

¿Para ser un intelectual hay que hablar mal a la gente, emborracharse en los bares de los hoteles y hacer el amor en los sillones de los karaokes?

Como no hago ninguna de esas cosas, no debo ser un intelectual, lo que me llena de satisfacción, porque detesto esa palabreja.

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Si le dicen intelectual progre, ¿qué le recorre el cuerpo?

Lo que se debe sentir cuando uno está sentado en la silla eléctrica y alguien pulsa el resorte que da comienzo al baile.

¿Catulo y después naide?

La Antología Palatina, Catulo, Marcial, Petrarca, Aldana, Lope, Keats... Después de ellos, el diluvio.

Divirtámonos con Juego de tronos, ¿qué personaje se pide?

En eso soy muy tradicional: alguien de la casa Stark. Winter is coming.

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¿En qué instante se hizo usted mayor?

Lo empecé a ser a los 15 años, cuando estudiaba Preuniversitario. Si no fue antes, cuando leí a Shakespeare, al terminar reválida de Cuarto.

Ha conseguido usted vivir de la filología. ¿Eso no es más difícil que llegar a figura del toreo?

Cuando decidí ser filólogo, me prometí a mí mismo que haría tres comidas al día estudiando a gente como Homero, Virgilio o Eurípides. Y he cumplido mi promesa.

Es usted un tipo elegante. Bañador Meyba, imagino.

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Pero no tan amplio como el que llevaba Fraga en Palomares, cuando aquello de la bomba nuclear. Eso me recuerda que aún debo adelgazar cinco o seis kilos para estar en mi peso.

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