Susy Gómez: «El mar es fuente de riqueza, pero también de mucho dolor»
En los márgenes. La artista balear se estrena como directora artística en 'El vientre del mar', la película favorita de esta edición del Festival de Málaga
Susy Gómez (Mallorca, 1965) es una de las artistas baleares con más proyección internacional. La relación de su obra con la moda o con la ... memoria individual y biográfica se pone ahora al servicio de 'El vientre del mar', la película favorita de esta edición del Festival de Málaga, en la que participa por primera vez como directora artística, encargándose de los decorados y del vestuario para crear un espacio de atemporalidad y de abstracción.
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–Su trabajo como directora artística es fundamental en 'El vientre del mar'. Tiene mucho peso narrativo. ¿Cómo ha sido esta primera vez en el cine?
–Partía de una sensibilidad afín con Agustí (Villaronga, el director). Los dos somos de Mallorca y compartimos la simbología del mar. Hace cien años, salir de las islas era casi una cuestión de vida o muerte. El mar es una fuente de riqueza, pero también de mucho dolor. Nos comunica, pero también nos aísla.
–¿Cómo afrontó este proceso creativo?
–A los artistas, el confinamiento nos ha permitido una introspección más fuerte. Me retiré al lugar donde nací, la Cala de San Vicente, a escuchar el mar, y el mar me conectó con mi propia historia personal. Me inspiré en una casa de pescadores que permanece intacta después de más de 50 años y que replicamos, en fotos de un manicomio abandonado en Centroeuropa, y me permití alguna licencia, como una silla Thonet 14, una de las primeras que se hicieron de forma industrial en Europa. Desde el principio, tenía claro que si me llamaban a mí como directora artística era porque yo no estaba profesionalizada en el lenguaje del cine. Me he sentido muy libre.
–A menudo se refiere a sus instalaciones como 'escenografías', así que ya tenía experiencia en la puesta en escena.
–La película propone un espacio emocional y requería una abstracción que tiene mucha relación con mi obra. Yo trabajé como si estuviera haciendo una de esas escenografías, que requieren la presencia del espectador para detonarlo, porque la gran misión de esta película es humanizar el dolor, pero sin apropiarnos de él.
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–También tiene un papel fundamental la vela metálica y la relación con 'La balsa de la Medusa', de Géricault.
–La vela es lo más importante de la escenografía. El metal tiene capacidad sonora y plástica, es durísimo y a la vez da imagen de fragilidad. El último viaje antes del confinamiento fue a París y estuve horas delante de ese cuadro. Ese espacio, la balsa, se convierte en tumba, en salvavidas, en un ring de confrontaciones, y en la tabla rasa donde los migrantes cruzan el Mediterráneo en condiciones lamentables.
«El misterio de la vida tiene que tener un peso mayor en nuestra existencia»
–Dicen que el mar y el desierto son los lugares más hostiles para un rodaje.
–Yo me he criado en el mar, he visto muchos temporales y sabía que ese rodaje no se podía hacer cerca de tierra porque las rocas no perdonan. Fuimos todo lo lejos que nos permitió la infraestructura, que pesaba ocho toneladas, y tenía que flotar. Una noche dormí junto a la balsa, y fue maravilloso. Aquello fue la noche oscura del alma. Fue brutal estar allí. Debajo de las estrellas te haces cargo del riesgo que asumen estas personas.
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–Su obra habla de las raíces y propone la identidad como parte de un sistema que viene de antiguo. ¿Ese condicionamiento del pasado nos hace menos libres?
–Es que no existe el libre albedrío. Hay lealtades, vínculos o caminos que parece que elegimos nosotros, pero vienen dados por el pasado, por puro equilibrio. Mi obra, desde el principio, se ha planteado como una forma de mirar atrás.
–¿Cree que los objetos tienen memoria?
–Totalmente. A mí me fascina Robert Graves. En 'Yo, Claudio' da muchos detalles de la vida cotidiana de la antigua Roma. Es increíble. Luego, en 'La diosa blanca', confiesa que era coleccionista de objetos arqueológicos y los cogía con las manos para canalizar información, y se le creaban imágenes como si fueran fotografías. Esta sensibilidad la tenemos todos. Cuando llegas a un espacio, el lugar te dice algo, es un lugar de memoria de nuestros antepasados. Igual que ejercitamos el cuerpo, también podemos entrenar cómo nos sentimos y cómo pensamos.
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«El confinamiento ha ofrecido a los artistas una introspección más fuerte»
–Su obra artística también demuestra que la belleza no está reñida con la profundidad.
–La búsqueda de la belleza como un lugar de transformación es una responsabilidad del artista. La poesía tiene un peso importante en mi obra porque es un lugar de reflexión pura y radical, que tiene la capacidad de abrir el corazón. La poesía es la libertad del ser humano, y sin ella no podríamos vivir. La belleza es como un cuchillo que disecciona la realidad y que llega al fondo de las cosas, aunque también puede ser silenciosa, distante o agresiva.
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–¿Cuál es ahora su relación con el arte?
–A mí el arte es como una gran madre que me acompaña para comprender las cosas más dolorosas y más fuertes que he vivido como ser humano. Me ha ayudado a transitar la enfermedad o la muerte, que es un lugar de transgresión total donde la vida se da la vuelta y todo se cierra y se comprende. El arte también es comprensión de la muerte.
–Los huérfanos dicen que la muerte de los padres no se termina de superar jamás.
–Hay sociedades que, cuando muere un padre, te cambia el nombre o el tratamiento, y así ya sabes que les ha ocurrido esto, tienen esa herida que es la muerte de los padres. La muerte física es real, pero la presencia emocional está mas presente y es más pura. Hay un antes y un después de la muerte de los padres, incluso una pérdida del sentido de la vida.
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–¿Falta emoción y espiritualidad en nuestra vida?
–Me preocupa que a la parte emocional no se le dé la importancia que tiene, y ahí entran la cultura y las artes. El misterio de la vida tiene que tener un peso mayor en nuestra existencia. Hay circunstancias que se comprenden a nivel espiritual y no les puedes buscar una razón científica, y hablamos poco de nuestras emociones. Rilke decía que había que amar la pregunta misma, hasta los huesos. No para encontrar una respuesta, sino para indagar dentro de nosotros mismos ese mundo de posibilidades que encierra. Estuve en Ronda, donde Rilke superó una enorme crisis de creatividad, y me encantó aquel campo dorado y el acantilado. Estuve a punto de buscarme algo allí. Una parte de mí se quedó en Ronda.
–¿Cómo valora la posición del arte español actual?
–El arte español es buenísimo, pero la manera en la que se gestiona es otra cosa. A veces es muy autoritaria y se ven muchas cosas que son sencillamente inmorales. También me preocupa la libertad porque muchos artistas trabajan con precariedad y son muy dependientes. Algunos se han convertido en funcionarios, con una manera de trabajar demasiado obediente, incluso los más radicales. Hace poco, estuve en la apertura de PhotoEspaña y cuando subí al avión me pregunté dónde se ha dejado su alma el arte español.
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