Oliver Laxe: «Dentro de poco, la vida en el campo será la única salida»
El cineasta vive en una aldea en Galicia sin apenas internet y alejado de los focos de la industria. La vida en el campo es lo que más le estimula
El cineasta Oliver Laxe es hijo de inmigrantes gallegos y nació en París en 1982. Se licenció en Comunicación Audiovisual en Barcelona, se ... mudó a Londres y empezó a cursar cine «en una escuela execrable». Decidió entonces tomar otros caminos, y se fue a vivir a Marruecos. Después de varios cortometrajes, rodó dos películas que fueron bendecidas por el Festival de Cannes: 'Todos vosotros sois capitanes' (2010) y 'Mimosas' (2016). Con su tercer largometraje, 'Lo que arde' (2019), logró un reconocimiento internacional aún mayor y ahora también le distinguen en España. Ahora el Festival de Málaga le otorga el premio Málaga Talent, un galardón dedicado a las miradas más prometedoras y arriesgadas del panorama nacional.
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Laxe vive en el campo, «en un paraíso» en Galicia, y ahora mismo lo que más le estimula es su trabajo en la aldea de Los Ancares, en Lugo. Se reivindica como un «campesino activista», alguien que prefiere el pastoreo al postureo, el firmamento como contraposición a las firmas: «A veces me veo haciendo películas e intentando hacerme preguntas muy sesudas y complejas, y entonces veo que enfrente tengo una manifestación clara de que el mundo y la naturaleza se expresan de una manera bella y contradictoria, y ya no caben más preguntas. La realidad es sencilla y clara». Cuando ha llegado a Málaga, casi se había olvidado de que era cineasta. «Una persona que se considere mínimamente sensible tiene que hacer todo lo posible por vivir en el campo. No hay excusa. Las cosas que ves, lo que saboreas, es indescriptible. Aunque luego de alguna manera llevas contigo la ciudad. Yo estoy instalado en la cultura del proyecto, y al final mi tiempo en el campo también es deficiente. Hay piedras en el camino, pero te llena», sentencia Laxe.
Como cineasta, hasta ahora ha trabajado con actores no profesionales y es consciente de que hace un cine de una contemplación más difícil que el que se anuncia en las carteleras, que requiere más esfuerzo y que tiene más que ver con el encuentro que con la evasión, lleno de brumas y de texturas: «Sospecho del camino fácil como del demonio. No es por una decisión consciente. Es que, al final, el corazón manda». Además, casi siempre sus personajes se sitúan en un estado fuera de lo común: «Sí, pero en esencia todos compartimos la misma herida. Los artistas también somos 'outsiders', y ellos son los que más sufren esa herida y son más conscientes de estar separados de la esencia, de estar velados».
Tanta autenticidad en su cine no significa que no le interese el éxito. «Sí me interesa. Tengo ego y pido amor por mi trabajo, pero intento equilibrar todo eso con la verdad. El éxito y el fracaso son circunstancias pasajeras. Uno quiere que sus películas sean obras maestras y eso produce unas expectativas desmesuradas. Yo he intentado neutralizar eso poniendo mi proceso creativo bajo una perspectiva de desarrollo personal. A lo mejor esta película no es buena, pero lo importante es que me haga crecer», enfatiza Laxe.
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Ningún artista de verdad toma la decisión de resultar marginal, y ningún director quiere hacer cine para minorías: «También me interesa salir de esa élite autista que a veces es el cine, pero es difícil, porque nos ha tocado convivir con un espectador que ha sido maltratado y ninguneado, con poca capacidad de concentración y con un paladar acostumbrado a una comida edulcorada, transgénica e insalubre. Yo lo veo como alguien que va a caballo y que sabe dónde va, pero que tiene que bajarse para recoger al espectador para que vaya contigo en el mismo caballo, y entonces lo llevas a donde quieras».
Su próximo proyecto se acerca más al género. Dice que le parece excitante «llevar a los jóvenes al cine» con su siguiente película: la historia de un grupo de gente que busca una fiesta en el desierto. Puede incluso que haya algo de comedia: «La profundidad necesita a la ligereza, y viceversa, porque la sencillez es la mejor manera de llegar a algo profundo. Los cineastas tenemos que ser celebradores de la vida, de lo frágil, de la belleza, de las contradicciones del ser humano… y yo me acerco a la inocencia, a la ternura y a la sencillez».
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Vive sin apenas internet y ve muy poco cine. Le hablo del botón de 'reproducir algo' de Netflix, que te pone cualquier cosa elegida por el algoritmo. Laxe alucina: «Eso es como la ganadería intensiva. Es estar estabulado, sin ver la realidad, y que te están cebando para no pensar y para no sentir que estás vivo. Toda esa producción audiovisual, o casi todo, evoca a la destrucción o a la distracción, y nos degradamos más y más. Yo ya no creo en las empresas como defensoras de la cultura». Y, respecto al futuro: «Intento controlar la esperanza y no tenerla, porque te lleva a la frustración. Yo no quiero cambiar el mundo y no quiero cambiar el cine español. Yo sólo soy optimista, es una cuestión de fe. No participo en las angustias porque no tengo miedo de la muerte. No me fijo en el resultado, sino en el camino. Mi única preocupación es ser coherente y no engañarme. A veces me cuesta, pero no me produce angustia. Tengo fe. Y eso es suficiente para mí».
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