Por cierto sentido del pudor mal entendido mantenemos algunas costumbres mojigatas, como no confesar qué votamos o cuánto dinero tenemos. En realidad casi nadie puede ... disimular su cuenta corriente ni su tendencia política; salen a flote antes o después, como una botella con un mensaje secreto lanzado al mar. Me obligo a practicar la impertinencia de preguntar «y tú, ¿a quién vas a votar?» cuando se acercan las elecciones, a poder ser entre gente diversa, más o menos cercana. Un amigo respondió que hace años que vota «con la nariz tapada». Me pareció una metáfora acertada pero triste, habitual en cualquier caso. Lo ideal, si la política fuera una aspiración platónica y no esta conjura de necios obsesionados con el poder, sería votar «sin esperanza, con convencimiento», como tituló Ángel González uno de sus mejores libros. Así debería también amarse, trabajar y procrastinar, que son las únicas cosas importantes de la vida. Pero las paredes desconchadas vuelven a llenarse con carteles electorales y caras retocadas con Photoshop que miran a cámara intentando arañar votos entre los indecisos, que al parecer tendrán la última palabra. El futuro de Andalucía está en manos de personas que no saben lo que quieren. Alguien debería recomendarles que piensen en lo que no quieren.
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