Son como niños. Hace nada estaban jugando a la pelota en el recreo de la escuela y, sin apenas darse cuenta, se ven con equipación ... y botas al lado de gente mayor con la que, al cabo de no mucho tiempo, coinciden en la gala del Balón de Oro. Es lo mismo que les ha ocurrido a ellas, con la presencia de Aitana Bonmatí para recoger, junto a Lamine Yamal, su tercer Balón de Oro consecutivo, siguiendo los pasos del 'viejo' Messi como acaparador de trofeos. Si fantástica ha sido la irrupción de ellos en el mundo de la competición, más lo ha sido la de ellas, que se dieron prisa en proclamarse campeonas del mundo.
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Y digo todo esto para destacar esta ebullición de futbolistas jóvenes cuando eran más niños de lo que son actualmente. Y es normal que unos y otras 'exploten' el día en que no les salen las cosas o el entrenador los manda al banquillo. Y es ahí cuando debe actuar el lado pedagógico del técnico correspondiente para 'educar' deportiva y personalmente al jugador díscolo que, a veces, la lía en el terreno de juego e incluso con los espectadores. Eso no quiere decir que estos mismos futbolistas no lleguen a llorar, de pena o de alegría, según las circunstancias.
Resumiendo: el derbi madrileño que vimos el sábado nos ha deparado buena parte de las aspectos que comento en esta columna. Empezando por las lágrimas de Simeone que, sin ser jugador, dio rienda suelta a la emoción contenida. La realidad es que entre uno y otro equipo se concentraron más jóvenes futbolistas de lo que era previsible. Los clubes, tal vez porque consideran que la cantera española está casi agotada, buscan en medio mundo jugadores entre 17 y 20 años que están colmando últimamente el fútbol español, ya que en este caso hay buena parte de equipos que cuentan ya con jugadores incipientes con los que tratan de hallar una solución. Hay clubes que compran un determinado jugador como si fuera un décimo de la lotería de Navidad, con la ilusión de que les toque el Gordo.
Confiemos en que al Málaga le toque, al menos, alguno de los premios mayores.
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