La vida sigue
Cruce de vías ·
Si escribiera una novela basada en hechos reales que acontecen a nuestro alrededor nadie soportaría tanto pesimismoGina es una amiga que escribe relatos excepcionales. Nos hemos citado en un bar del centro para ponernos al día y comentar los últimos libros ... que más nos han gustado. Dice que el final de una historia está siempre en el principio. Le contesto que salvo en una sola ocasión yo nunca sé cómo va a finalizar la novela que estoy escribiendo y que el final surge de manera espontánea, como ocurre tantas veces en la vida cotidiana. A mi modo de ver, la vida de los personajes de ficción transcurre a la par que la nuestra. ¿Acaso sabemos lo que sucederá mañana? Ni siquiera hace falta ir tan lejos, la sorpresa puede surgir de inmediato y cambiar el destino de manera inminente. Pienso en una llamada telefónica, una visita inesperada, un recuerdo que de pronto nos asalta, un accidente, una mirada. Gina confiesa llevar una doble vida. Afirma que ella marca una frontera entre la realidad y la fantasía para no volverse loca. Yo, por el contrario, soy incapaz de separar los dos mundos.
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Nos despedimos y vuelvo a casa. Oigo noticias desagradables en la radio del coche. Una tras otra, sin respiro. ¿No existe ni un ápice de esperanza? Si escribiera una novela basada en los hechos reales que acontecen a nuestro alrededor nadie soportaría tanto pesimismo. De vez en cuando necesitamos tomar aire para seguir adelante. Esto pienso mientras conduzco con la ventanilla abierta una noche de diciembre. Me gustaría planear el futuro y que después se cumpliera, como ocurre con los personajes de las novelas. Crear un mundo y elegir el destino de cada uno de sus habitantes. Quizás alguno se distraiga en un momento determinado pero enseguida vuelve al redil. Un punto de locura lo tiene cualquiera. El futuro de cada personaje está escrito, aunque nadie lo conoce excepto el autor que los ha creado.
Gina me decía esta tarde que la melancolía era una enfermedad de la inteligencia y que la Navidad solía inspirar cuentos tristes. Por un instante, me he quedado en blanco. Le he preguntado cuántos días tenía diciembre y ella se ha echado a reír. «¡Treinta y uno!, los fines de año son siempre el mismo día» ha exclamado, igual que si fuera algo tan evidente como el descubrimiento de América. Llego a casa, aparco el coche y me quedo mirando el Papa Noel que trepa por la terraza de los vecinos con un saco colgado a la espalda. «Ahí dentro se ocultan las ilusiones», pienso. Abro la puerta de la casa vacía y me encuentro con la novela que todavía no he comenzado a escribir. Ignoro el principio y el final. No sé nada de nada. Me encierro en el estudio y abro las puertas del mundo.
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