Cruce de vías

Últimas palabras

Curiosamente a mí no me provocaba desazón ni inquietud jugar con el propio porvenir

Hubo un tiempo en el que me dediqué a escribir necrológicas en un periódico que desapareció. A veces me encargaban la esquela de alguien famoso ... que todavía no había muerto y yo me estremecía al pensar que estaba enterrando a un ser vivo. Escribía por adelantado, antes de que se produjera la noticia, como si fuera un adivino.

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Un día me encomendaron escribir la esquela de un personaje muy popular con el que había coincidido en una cena justo la noche anterior. Lo había visto incluso con mejor aspecto que yo y me parecía imposible que pudiera morir en un breve periodo de tiempo. Pero como se trataba de un encargo, lo hice. Mientras realizaba una síntesis de lo que había sido su vida tuve la sensación de que estaba escribiendo mi propia carta de despedida. Las palabras que me gustaría escuchar cuando ya no existiera. Se lo conté a una amiga y me dijo que anduviera con cuidado, que las balas las cargaba el diablo, y que recordase mis propias experiencias anteriores en las que había presagiado el futuro.

Curiosamente a mí no me provocaba desazón ni inquietud jugar con el propio porvenir

Ella hacía referencia a los cuentos que yo escribía y en los cuales ponía nombres de amigos a los personajes. Si en la ficción cualquiera de ellos se divorciaba, a los pocos días lo hacía en la vida real. Si le picaba una garrapata, al día siguiente estaba en urgencias. O sea que mejor no jugar con asuntos tan serios como la vida y la muerte. Curiosamente a mí no me provocaba desazón ni inquietud jugar con el propio porvenir. Era un juego literario que llevaba practicando desde que comencé a escribir siendo adolescente, o sea que tenía una larga experiencia.

Cuando se producía el fallecimiento de las personas que yo había enterrado unos meses antes era como si todo el mundo se hubiera equivocado, porque para mí morían en el instante en que redactaba el homenaje póstumo. Si después coincidíamos por la calle, tenía la convicción de cruzarme con fantasmas. No los saludaba, y si lo hacía simplemente era para quedar bien con los espíritus. Como quien asiste al funeral de un enemigo. No me gustaba escribir los epitafios de personas amigas. Cuando recibía un encargo de este calibre, recordaba unas palabras que oí pronunciar a Marlon Brando: «Si me preguntas qué ha sido lo que más he valorado hasta el día de hoy. Si me estás pidiendo que diga lo más importante y memorable que recuerdo. Te diría que fue pasear, sentarme y soñar al lado de un hombre llamado James Baldwin». Yo experimenté esta misma sensación y después me costó expresarla por escrito. No es fácil plasmar los sentimientos públicamente cuando la tristeza se aloja en lo más profundo del corazón. Las veces que viví esta experiencia, no sé por qué me quedaba mudo, como muerto.

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