Imagen de archivo de Álvaro Pombo. EFE
Flashback

Vivan los viejos

Sábado, 26 de abril 2025, 00:09

El poeta Luis Antonio de Villena declaró hace poco: «Soy la imagen exacta del fracaso de la cultura en España». No lo dijo en un ... poema, sino en una entrevista reciente concedida al también poeta Antonio Lucas. Y lo dijo como quien ya no espera que nadie lo desmienta. «Administré mal mi herencia y el mundo literario también se ha ido degradando», añadió, como si su biografía y la salud de la poesía fueran parte de la misma ruina. Y puede que tenga razón: La vejez de los artistas no es solo un asunto biográfico. Es también un síntoma cultural.

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La escena cultural española está llena de homenajes, premios y efemérides, pero pocas veces se pregunta qué ocurre después. ¿Qué pasa cuando la firma de un escritor desaparece de los suplementos? ¿Qué sucede cuando ya no están cobijados bajo el calor de la novedad, mecidos con la ola expansiva del 'boom', cuando la agenda literaria los ha sustituido por autores más jóvenes y virales? En un país que presume de escritores, y de viejos, los viejos escritores son, a menudo, un problema logístico. Y, sin embargo, no hay muchos como Villena: uno de los escritores más brillantes y lúcidos en español. No solo por su obra, sino por su franqueza. Lleva años hablando de la vejez, de la decadencia, de lo que cuesta sobrevivir cuando ya no te llaman. Su estética es su trinchera. Su vida, un ejemplo de cómo envejecer con ironía, aunque sea a costa de mirar al abismo desde muy cerca.

Pero no es el único. Álvaro Pombo lleva tiempo alertando de esa misma sensación de desarraigo. En la rueda de prensa ofrecida por el Premio Cervantes, decía con su gracia habitual: «El dinero se ríe de mí». Y más allá del chiste, se intuía una queja. Una queja culta, elegante, pero que no deja de señalar lo mismo: que la literatura casi nunca da para vivir, y mucho menos para envejecer. Pombo, que ha sido galardonado con casi todos los premios posibles, señala al propio Cervantes como símbolo de la fragilidad. La fragilidad no como accidente, sino como destino.

Vivir de la poesía, si es que tal cosa es posible, es una heroicidad. Pombo ha dicho también otra cosa que merece ser subrayada: «La gente que tiene dinero tiene una responsabilidad social». Lo dice un hombre que nunca se ha entregado a la moralina. Pero quizás ahora, al mirar atrás, siente que esa responsabilidad debería alcanzar también a quienes han aportado algo a la cultura. Porque escribir, al menos como lo hacen ellos, es construir un archivo emocional.

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Lo más cruel de todo esto es que la poesía —esa disciplina menor, esa hermana pobre de la narrativa— sigue siendo una de las formas más puras del arte. Pero también la más precaria. Un arquitecto puede jubilarse con encargos. Un cineasta puede retirarse con su última gran película. ¿Un poeta? Un poeta traduce libros por encargo. Da talleres a veinte euros la hora. Publica en pequeñas editoriales con tiradas de 300 ejemplares. Y espera, con suerte, que lo llamen de alguna fundación para hablar de la belleza en tiempos oscuros.

Los rituales públicos se repiten, pero detrás de esa postal, fabulosa y necesaria, hay escritores que siguen escribiendo en condiciones muy precarias. Y lo más triste es que, aunque nos detuviéramos a leerlos, muchos ya no sabrían cómo hacerlo. Quizás por eso impacta tanto oír a Villena decir que es el reflejo de un fracaso. O a Pombo, con toda su ironía, señalar a un país que prefiere condecorar a sus escritores antes que atenderlos de verdad. No se trata de caridad, ni de compasión. Se trata de justicia, y de algo todavía más escaso: memoria.

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