'True detective': Familias, desapariciones y mentiras
Sur en serie ·
La tercera temporada de 'True Detective' (HBO) funciona como un viaje en el que se desmonta la verdadmiguel ángel oeste
Lunes, 4 de marzo 2019, 00:38
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En un primer momento del visionado de esta tercera temporada, uno puede tener la sensación de que Nic Pizzolatto se ha estudiado a sí ... mismo, a tenor de las opiniones extremas de las dos temporadas anteriores, esto es, que si la primera temporada de 'True Detective' fue fantástica y la segunda fue vulgar. Mi aproximación a estos extremismos aquí reducidos resulta diferente. Porque ni una cosa ni otra.
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Disfruté de todo el proceso de la primera temporada de 'True Detective', pero el desenlace del último episodio me pareció discutible, mientras que el proceso de la segunda era más ambicioso pero también más irregular y, sin embargo, el episodio final –que puede incluso verse de manera autónoma– funciona y cierra el ciclo de un modo coherente. Todo esto viene al caso porque si bien se ha apuntado que hay elementos comunes de la primera temporada en esta tercera que acaba de finalizar –narración fragmentada, pareja de detectives atormentados, niños desaparecidos, muñecos de trapo, aire filosófico-literario…– también los hay de la segunda, sobre todo en el argumento familiar –tan relevante, sobre el matrimonio, la familia, la paternidad–, y también sobre cómo se construyen los engaños de cualquier vida para soportar el sufrimiento. Y, al mismo tiempo, esta nueva temporada intenta desmarcarse de las anteriores y el final –no haré spoilers en este acercamiento– se manifiesta como una prueba de esto que comento. No solo por las posibles interpretaciones que propone.
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La tercera temporada se vertebra y estructura en tres tiempos cronológicos: 1) el 7 de noviembre de 1980 desaparecen en Arkansas los hermanos Purcell –Willy de 12 años y Julie de 10–, entonces los detectives Wayne Hays (Mahersala Ali) y Roland West (Stephen Dorff) se encargan de la investigación durante semanas, metidos en un círculo infernal del que no saldrán, una vez encuentren al chico muerto mientras la búsqueda de la chica se desvanece. 2) 1990, cuando se vuelve a abrir el caso Purcell después de una grabación en la que aparece Julie, y West y Hays regresan al caso, obsesionados como están por aquel suceso que los marcó. 3) 2015, cuando una joven cineasta realiza un documental sobre el caso Purcell para esclarecer la verdad y entrevista a Wayne Hays ya mayor, con lagunas de memoria, circunstancia que provoca, por un lado, que todo vuelva a accionarse y, por otro lado, que sea ambiguo y poroso, como cualquier memoria y cualquier recuerdo, narradores poco fiables de por sí.
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La narración salta de un tiempo a otro con bastante fluidez dentro de un tono sosegado, casi de duermevela, a veces onírico, potenciando la atmósfera, en un recorrido obsesivo por desentrañar una verdad que cuando llega se pierde como los lapsos de memoria y la desorientación del Wayne Hays viejo de 2015. La obvia querencia literaria de Pizzolatto –las tres temporadas están subrayadas de influencias, citas, ecos, y en esta se perciben los de Truman Capote, William Faulkner o Robert Penn Warren entre otros– favorece esta sensación que cobra sentido en el último episodio.
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Este apunte termina siendo clave: a) porque precisamente cuestiona la concreción de la imagen y de los hechos, representados tanto por la investigación, como por el artificio de poder de representación de las distintas administraciones, como por la periodista Elisa Montgomery (Sarah Gadon) que trata de aclarar aquel caso en el que se cometieron al parecer demasiadas anomalías; y b) porque otorga a la palabra su verdadero poder revelador a través del libro de Amelia Reardon (Carmen Ejogo) que escribió sobre el caso, que no es otra cosa que extraer la vida, sentimientos, emociones de aquellas personas de Arkansas que no encuentran acomodo ni en los hechos ni en concreciones, incapaces de explicar no solo lo que sucedió, sino también las propias existencias de los implicados, acaso porque la verdad o verdades están pobladas de sombras y son estas las que perviven desde el pasado. O acaso porque la naturaleza de las cosas funciona libre de representaciones y juicios. En un momento de 'True Detective' Hays dice que debería haber leído el libro antes. Ahora es lo que lo mantiene vivo. Pero las imágenes finales de esta ficción colocan a Hays en ese lugar de sombras en el que quizá siempre estuvo, y que dejan en suspenso los posibles viajes, en un juego de luces y sombras.
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«Pensé que mi paso por Vietnam me había marcado, pero fue el caso Purcell», dice Wayne Hays en el primer episodio a la periodista en 2015. Y en el último, Hays le revela a su mujer Amelia en 1990 que sus vidas están ligadas a un niño muerto y a una chica desaparecida. La investigación estructura la narración, pero de lo que se habla en esta nueva temporada es de familias: la de los Purcell, la de Hoyt, la no familia de West, y, claro, la de Hays y Amelia, su lucha y fracasos y el velo del caso como excusa, tanto en la relación de los personajes como en la narración.
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De hecho, la relación de los detectives va girando en peso dramático hacia la relación de Hays-Amelia y, al mismo tiempo, la relación de ambos detectives se configura definitivamente como una relación de amistad-familiar. A la vez, todas las relaciones que plantea esta nueva temporada de 'True Detective' se contienen en una línea de diálogo del episodio 4, cuando Amelia le pregunta a Hays «¿Quieres volver a empezar?», y éste le responde con otra pregunta «¿Cómo se consigue eso?». El desenlace, cuando Hays bebe ese vaso de agua lentamente con las gafas algo empañadas viene a ser la respuesta más plausible que ofrece la serie. Esa escena, ambigua en su lectura, resulta poderosa por el nivel de interpretaciones que se pueden hacer desde ella. Pero es que la imagen final de cuando Hays está en el porche con sus hijos y West amplía el enigma de cuál es realmente el viaje de esta ficción, cuando la cámara se acerca al rostro de Hays y se introduce en uno de sus ojos y pasamos a verlo en un bar emborrachándose, al que llega Amelia y al salir vemos una luz blanca cegadora e inmediatamente la jungla y Vietnam mientras suena 'St. James Infirmary Blues'.
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El peso de esas escenas parte en gran media del trabajo interpretativo de Mahersala Ali, su lenguaje corporal en cada uno de los distintos tiempos cronológicos resulta para enmarcar, la capacidad para trasmitir la tragedia y el dolor sin un gramo de impostación, el hecho de que hasta el maquillaje cuando es un viejo sea un elemento que usa para aportar matices emocionales, la química con Carmen Ejogo –en un personaje realmente complejo, que gana en representación y redime parte del tratamiento que se hace a las mujeres en la serie en el episodio 8–, y la magnitud interpretativa para mantenerse en esa zona porosa, la ambigüedad más absoluta, cuando pierde o no la memoria y no sabe dónde está, como en el momento del vaso de agua –lo simbólico resulta evidente– llega a ser asombroso.
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A pesar de que en líneas generales esta tercera temporada es una narración sólida, con distintos niveles de lectura, eso no impide que haya momentos más débiles, como la caída de West y la asociación que hace con los perros –pero que funciona–, el encuentro azaroso de Hays con la cita del libro –aunque igual de coherente con el azar que prima en la historia–, el incremento de la música a medida que avanza la temporada, y otros elementos. Sin embargo, lo que domina es el peso de estar frente a un noir reposado, contenido, que establece perspectivas diferentes desde Wayne Hays y Amelia Reardon por medio de una historia policiaca que los enmarca, pero donde la verdadera protagonista –también la verdadera 'investigadora'– con su lucidez y la vaguedad es Amelia. Y esto en un mundo masculino, machista, de hombres viriles pero débiles, miedosos, si bien no del todo bien resuelto y tibio en algunos momentos, resulta una innovación dentro del mundo de Pizzolatto.
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