Foto de familia del equipo de 'Tristan und Isolde'.
Crítica

'Tristán e Isolda' en el Teatro Cervantes

El coliseo malagueño llevó a las tablas el pasado jueves el gran drama wagneriano

Francisco Martínezs

Viernes, 26 de septiembre 2025, 09:44

La inauguración de la XXXVII temporada lírica ha sido ambiciosa. Ni más ni menos que 'Tristán e Isolda', la clave de arco del catálogo wagneriano, ... umbral de la modernidad musical, luz del impresionismo, faro para Baudelaire y los simbolistas, catalizador de la estética nietzscheana, coartada de la revolución atonal de principios del XX y objeto de reconocimiento hasta para los más recalcitrantes oponentes de todo germanismo en música. Y se nos presentó con un elenco sobresaliente, dirección musical de Pedro Halffter y una ajustada producción escénica, proveniente del Maestranza sevillano y firmada en la dirección teatral y la escenografía por Allex Aguilera, y en la videocreación por Arnaud Pottier.

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La excelencia de los principales roles femeninos, por un lado, y los masculinos, por otro, resultó medianamente pareja, pero con ventaja para los primeros. La soprano armenia Lianna Haroutounian encarnó una Isolde convincente, potente, dúctil, en la que la abundancia del caudal sonoro no excluyó la ejecución de sutilezas de emoción belcantista. En las tres facetas de la protagonista –la vengativa, la amorosa y la mística-visionaria– resultó verosímil. La mezzosoprano francesa Clémentine Margaine (Brangäne) se mostró como lo que es: un formidable animal escénico de cualidades vocales extraordinarias, con una voz profunda, oscura, capaz de navegar sobre las olas del océano sinfónico wagneriano con un dominio y una fuerza de impacto auténticamente enaltecedoras. Por su parte, el tenor sueco Michael Weinius encarnó un Tristán para el que, al margen de ciertas limitaciones en lo actoral, hizo valer sus innegables cualidades vocales, que le hicieron salir holgadamente airoso del tremendo envite de este rol. Marko Mimica, bajo croata, trazó un rey Marke creíble, aunque no sacó todo el partido posible a su imponente monólogo del acto II, por momentos rayano en el hastío. Sin embargo, el barítono alemán Markus Eiche erigió un Kurwenal brillante, envolvente y ágil, aunque tal vez se resintió de una caracterización no del todo centrada: parecía más un muchacho fanfarrón que el grave y fiel vasallo-consejero que se desprende del libreto. De la puesta en escena hay que decir que es tan austera como inspirada, y el omnipresente mar de la videocreación actúa como metáfora operante de ese anonadamiento cósmico en el que finalmente se consuma la unión de los amantes.

La dirección musical de Pedro Halffter nos pareció ponderada e inteligente. Sacó un partido considerable a una orquesta necesariamente limitada en cuanto a la cuerda por el tamaño del foso. Atendió a la lectura analítica de la partitura (el denso tapiz de 'leitmotive' de la fábrica wagneriana) sin descuidar la visión de conjunto, planificando bien los clímax y los momentos de retardación, y construyendo con buena mano esas irresistibles espirales sinfónicas siempre al borde de suscitar un Stendhal hasta en los espíritus más firmes.

El tenor granadino Moisés Marín fue un Melot y Marinero reseñables, el Timonel de Ignacio Cornejo cumplió con corrección y Luis Pacetti estuvo muy bien en su papel de Pastor. El Coro titular del Teatro Cervantes de Málaga-Intermezzo, dirigido por Santiago Otero, dispuso un plantel de marineros sólidamente curtidos. Entre los primeros atriles de nuestra espléndida orquesta merece mención especial el corno inglés (Pedro Cusac), el clarinete bajo (Emilio Montoya) y la entera sección de trompas, tan prominente en toda la ópera.

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