El sueño del Berlín: en las tripas de un circo

Lo que se ve son payasos, acróbatas y trucos de magia. Lo que no se ve brilla mucho menos: artistas con sueldos mileuristas que se dejan la piel por sacar adelante un espectáculo milenario con más ilusión que presupuesto

Domingo, 7 de enero 2024, 00:12

Hace casi cuatro años que un temporal de viento destrozó la carpa del Circo Berlín en La Línea de la Concepción. Sus treinta trabajadores asistieron ... al desastre sin poder hacer nada. Tocaba comenzar de cero, reconstruir esta fábrica de magia y piruetas reducida a escombros. No era la primera vez y tampoco sería la última. Meses después llegó la pandemia con su agujero negro de restricciones e incertidumbre. Por entonces ya habían tenido que reinventarse para adaptarse a la prohibición de usar animales en sus espectáculos, una norma que puso contra las cuerdas este oficio milenario. El circo arrastra desde entonces una frágil salud de hierro mantenida, como en los buenos trucos, con más ilusiones que recursos, con más imaginación que presupuesto.

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Es momento de arrimar el hombro. Aquí todos hacen de todo. Ya vestido para su actuación, apenas media hora antes de que el público ocupe la mitad del aforo, en una tarde «buena» en términos de asistencia, Frank mezcla azúcar y colorante azul con empeño de repostero. Nadie diría que es el hijo del gerente. «Es para los algodones de azúcar», cuenta tras la barra donde venden refrescos, patatas y chucherías. A José Manuel, presentador del espectáculo, la cara más visible del circo, le preguntan si tiene un gemelo cuando lo ven llenando cubos de palomitas cinco minutos después de conducir la función. Él responde con guasa: «No, señora, es mi primo. Nos parecemos mucho». La magia debe continuar.

El Circo Berlín cuenta con acrobacias, trucos de magia y payasos. Dani Maldonado

Mari tiene 56 años y lleva toda su vida en el circo. Se especializó en tres números: caminar sobre un alambre, colgarse del pelo y esquivar cuchillos. Su historia, como la de muchos de los que se dedican a esta vida itinerante, se remonta casi a la cuna: «He estado en circos desde que nací. Mis abuelos y mis padres ya se dedicaban a esto». Ahora, jubilada del escenario, echa una mano en el bar del Berlín. «Ya no puedo hacer los números que hacía», explica mientras sus compañeros de barra la animan a repasar una carrera que consideran admirable. Ella esquiva cualquier atisbo de heroísmo: «No creo que sea tan sacrificado como dicen, aunque es verdad que sufres lesiones y dolores. Una vez me dañé de tanto coger a mi hermana al peso, pero bueno... Si lo llevas en la sangre no te cuesta». El desdén con que ha respondido hasta ahora, más ocupada en preparar los perritos calientes, se evapora cuando le preguntan si le gustaría volver a la pista. Suelta el bote de mostaza y mira a los ojos por primera vez.

–Me encantaría.

–¿Y no te resulta raro estar ahora aquí, del otro lado?

–Nada es raro en el circo. Esto es como un pequeño pueblo y hacemos lo que haga falta por sacarlo adelante. Mírame a mí, que ya no hago números y aquí sigo aunque sea despachando.

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Andrea, en su furgoneta mientras se maquilla. Dani Maldonado

El pluriempleo no parece pesarles. Y eso que las condiciones no son las de antes. Ya no hay grandes cachés ni colas kilométricas, sino artistas con salarios mileuristas y entradas compradas a cuentagotas por Internet. Atrás quedan los años dorados, cuando la visita de un circo suponía un acontecimiento en cualquier ciudad. Ahora sobreviven como pueden. Lo resume Andrea, malabarista y payaso del Berlín: «Nunca imaginé que trabajaría aquí». Vive en una pequeña furgoneta donde está haciendo obras para instalar una ducha. Tiene 28 años y vocación de actor: «Vine a España a probar suerte cuando acabé mis estudios de teatro en Suiza, aunque soy italiano». Como muchos, primero comenzó dedicándose a la animación en hoteles. Luego llegó la posibilidad de unirse a esta gran familia, tan bien y mal avenida como cualquier otra. «Pasamos mucho tiempo juntos. Nos queremos, pero a veces hay roces en la convivencia».

Es otra de las ilusiones que la realidad ha dejado atrás: la familia del circo. Lo son en sentido literal, porque la mayoría de trabajadores tienen parentesco unos con otros, pero en la trastienda no hay ni rastro de esas mesas largas donde magos, domadores, equilibristas y hombres-bala compartían almuerzos y cenas. Cada uno dispone de su propia caravana o furgoneta. Allí cocinan, duermen y se visten y maquillan antes del espectáculo pero también durante la propia función, cuando muchos tienen que cambiar de personaje. A falta de camerinos han habilitado una «zona de control» para calentar y almacenar parte del vestuario y los aparatos de magia, máquinas donde las chicas aparecerán y desaparecerán, lanzarán rayos láser o se cambiarán de ropa en cuestión de segundos.

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En la primera, Inma calienta antes del número que abre la función: una acrobacia aérea. En la segunda, José Manuel, presentador del espectáculo, se prepara en su caravana. En la tercera, Hannelore, ya lista para el espectáculo, posa delante de la furgoneta en la que pasa la mayor parte del tiempo. Dani Maldonado

Como Frank, que unos minutos antes de la función mezclaba azúcar y colorante, Hannelore es hija de Franky Bügler y Miss Esmeralda, alemán él, española ella, propietarios del circo. Ella nació en Lérida, aunque su verdadera casa es el circo: «No conozco otra vida, siempre he estado en ruta». Ahora hace el número del láser «porque hay que adaptarse a los nuevos tiempos y la tecnología», además de participar en un truco de magia con su hermano, su cuñada y su tía.

–¿Y cómo es la infancia en un circo?

–Fue la infancia más bonita del mundo. Al principio íbamos a un colegio distinto en cada pueblo y era más complicado porque teníamos que adaptarnos, había compañeros nuevos… Pero luego el Ministerio de Educación nos puso un profesor y dábamos clase en el circo, en un aula que habilitaron. A veces éramos seis niños, otras veces ocho o diez… Nos examinaban cada trimestre y ya está.

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Inma haciendo una acrobacia aérea en el espectáculo. Dani Maldonado

Su hermano Frank, más pequeño, coincide: «Lo mejor era que dabas clase con tu hermana, con tus primos… Era como un juego, estábamos todo el día haciendo el gamberro aunque también estudiábamos». Ahora el número de niños que hay en el circo, hijos de trabajadores, no supera el mínimo exigido por el Ministerio para enviar un profesor, algo que obliga a artistas como Inma a vivir con un pie dentro y otro fuera. Ella es gimnasta y su marido trabaja como acróbata, aunque también hace labores de mecánico cuando alguno de los más de treinta vehículos que forman la flota del Berlín se estropea.

«Nuestra hija tiene ocho años y pasa parte del tiempo en Tenerife y el resto, de gira con nosotros. A ella le encanta, lo lleva en la sangre. Ojalá hubiera suficientes niños como para que volvieran a tener un aula propia en el circo y un profesor», lamenta antes de irse a preparar buñuelos. Después toca calentar a fondo; su número, una acrobacia aérea, abre el espectáculo. Detrás hay horas, muchas horas de ensayo: «Pero cuando te dedicas a algo que es tu pasión, como en mi caso, no lo ves como un trabajo. He tenido lesiones y molestias, pero la reacción del público lo compensa todo. Para eso estamos aquí».

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Las entrevistas se realizan por separado, en sus furgonetas o en la zona de control. Ninguno sabe lo que cuenta el otro, pero Hannelore utiliza una expresión muy parecida: «Dicen que si trabajas en lo que te gusta no tendrás que trabajar nunca. Y yo hago lo que quiero. Es muy duro, pero me gusta mucho. No echo de menos tener tiempo libre ni haber tenido otra infancia u otra adolescencia. El circo es mi vida, no sólo mi trabajo».

–Pero habrás tenido momentos de bajón, de querer tirar la toalla.

–Nunca. Lo peor fue tener que despedirnos de los animales. Me parece muy injusto. Hemos pagado justos por pecadores. ¿Que en algunos sitios los maltrataban? Que pongan más inspectores y controles, pero han decidido que no haya animales y ya nunca será igual. Me he criado con elefantes, tigres, camellos, búfalos… Ahora sólo tengo a mis perritos. Ya el circo no huele al serrín de la pista. Y, claro, los niños ahora prefieren estar cuatro horas enganchados al ordenador y no tienen paciencia o concentración para aguantar un espectáculo de dos horas.

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Una de las acrobacias aéreas del Berlín. Dani Maldonado

Enseña su funda del móvil, con la imagen grabada de un caballo. «Yo hacía doma de alta escuela. Para mí es como mi hijo. Ahora lo tengo en un picadero y voy a verlo en cuanto tengo un día libre. Claro que me afecta». Frank tiene una sensación idéntica: «Es como perder parte de tu familia. Mi infancia era levantarme con mi abuelo y limpiar animales. Ahora no ver la cuadra por las mañanas es duro. Será una espina que siempre tendremos ahí clavada».

Ahora los números con animales han sido sustituidos por espectáculos con personajes como Mario Bros y otros reclamos, como la contratación de Rody Aragón, que pasó varias temporadas en el Berlín para tratar de atraer a los más nostálgicos: «Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón…».

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«Y alegra», matizaba la publicidad.

Más de treinta personas trabajan en el circo, muchas como pluriempleadas. Dani Maldonado

Porque en el Berlín no hay tiempo para recrearse en un pasado que saben que no volverá. Ya apenas quedan unas cuantas funciones hasta que echen el cierre en Málaga el 14 de enero. Luego tocará desmontarlo todo, aunque a eso están acostumbrados. El siguiente destino, Mijas, no está lejos. «Es una vida nómada», confirma José Manuel: «Pasamos media vida en la carretera, pero es lo que hemos elegido». No hay quejas, acaso un par de peticiones: que se homologue la documentación que tienen que enviar para que las giras no dependan de la eficacia o la dejadez de los ayuntamientos y que las tasas municipales permitan respirar a un negocio sin ayudas que sobrevive a pulmón, sólo con el dinero que recaudan con las entradas y el bar del circo. En una semana, en esta explanada junto al Martín Carpena, por donde ahora desfilan payasos, acróbatas y magos, no habrá nada. El circo habrá parecido un sueño. Tal vez lo sea.

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