Sr. García .

Solos

Cruce de vías ·

Nadie me reconoce por las calles de otras ciudades, soy una figura más, un extranjero, alguien que está de paso

Me escondo para pasar inadvertido, lo aprendí cuando era niño. Me ocultaba debajo de la mesa y ahora me encierro en casa. Quizá ... por esto me atrae viajar, porque no hace falta esconderse. Nadie me reconoce por las calles de otras ciudades, soy una figura más, un extranjero, alguien que está de paso y que no se inmiscuye en la vida de nadie. Un día en Udaipur un hombre me dijo que al verme entrar en su tienda de antigüedades tuvo la impresión de conocerme, aunque era consciente de que nunca me había visto. Dijo que existía una complicidad entre nosotros que no necesitaba transmitirse con palabras. Aquella misma noche me invitó a cenar en su casa con su mujer y sus dos hijas. Era unos veinte años mayor que yo.

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Durante la cena me habló de las exportaciones de mármol Verde Guatemala, su empresa y su auténtico negocio; las antigüedades era un entretenimiento que le apasionaba. Me hice una foto con toda la familia. Esa foto y otra en el río Ganges, en Benarés, amaneciendo, son las únicas que hice durante los meses que estuve en la India. No tengo ninguna de las dos, sólo guardo el recuerdo.

En alguna ocasión he pensado qué habría ocurrido en el caso de que hubiese aceptado el trabajo, ¿dónde estaría yo ahora? Sin duda, mi vida sería otra. Me imagino instalado en Udaipur, o viviendo en Málaga en permanente contacto con el dueño del mármol. Me ha sucedido lo mismo en otras ocasiones. Me ofrecen trabajo en el extranjero sin preguntarme qué carrera he estudiado ni a qué me dedico. A veces he pensado que los extranjeros intuyen mi forma de ser, saben que quiero pasar inadvertido y me ofrecen trabajos que me permiten ir de un lado a otro sin residir en ningún lugar concreto, como un espía en tierra extraña.

Me vienen a la memoria otros viajes, barras de bares, yo callado, mirando las botellas o de espaldas a la barra contemplando la calle. Y casi siempre alguien me interrumpe la visión para hacer cualquier pregunta, comenzamos a hablar y acabo con la agradable sensación de estar en casa. No hay distancias, lo sé. Sin embargo, cuántas veces nos sentimos extranjeros en nuestra propia ciudad. Hasta el extremo de encerrarnos en casa como si fuera la habitación de un hotel, encender la tele y ver las noticias que ocurren al otro lado de la puerta. La soledad tiene estas cosas. Nos hace ver sombras, fantasmas. Entonces apago la luz, me cubro con la sábana y procuro mantener una respiración sorda y pausada. No hay nadie alrededor, salvo la silueta que todas las noches se asoma a la ventana del edificio de enfrente y me busca en la habitación a oscuras.

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