Los restos del taller de María Monasterio son obras de arte
La malagueña, diseñadora y creadora de vajillas para restaurantes Michelin, da una nueva vida artística a los desechos que genera la producción de cerámica
Cada plato, cuenco o fuente que sale del torno de María Monasterio deja un rastro en su taller antes de servirse en algunos de los ... mejores restaurantes del país. En circunstancias normales esos restos de barro y esmaltes que quedan en la brocha y sobre la mesa de trabajo se van por el fregadero. En su estudio, en cambio, se transforman en obras de arte. La ceramista y creadora malagueña da una nueva vida a los desechos que genera la producción de cerámica en 'Renacidas. Vestigios', una colección de piezas únicas que ahora expone en el Espacio Salinas, en pleno centro de Málaga (calle Salinas, 6), hasta el 7 de enero.
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Tras hacerse un nombre en el sector de la restauración, creando vajillas personalizadas para restaurantes muy conocidos y con estrellas Michelin (Beluga y Kaleja, entre muchos otros), María Monasterio muestra su faceta más creativa con esta serie de obras que nacen del reciclaje y de su compromiso con la sostenibilidad. Tienen formas irregulares, se aprecian manchas y no se ocultan sus grietas. Y todo eso las hace singulares. «Es la belleza de la imperfección y de la historia que tienen detrás», explica. Porque cada obra es el resultado de capas y capas de diferentes barros y esmaltes que se han ido sedimentando durante un tiempo hasta formar una pasta con la solidez suficiente para volver a ser modelada.
Las piezas, expuestas en el Espacio Salinas, tienen formas irregulares, grietas y manchas que las hacen singulares
Se aleja de la funcionalidad y la utilidad a la que acostumbran sus piezas para la hostelería y crea pequeñas esculturas que remiten a formas tradicionales y primitivas que se remontan, incluso, a la prehistoria. De hecho, cuenta Monasterio que los fondos arqueológicos que custodia el Museo de la Aduana le han servido de inspiración para esta serie. De ahí la palabra 'Vestigio' que acompaña al título de esta muestra. El resultado son vasijas, jarrones, botellas y platos, unos más estilizados y otros más rudos, concebidos como objetos exclusivos de decoración, con precios que van desde los 290 euros a los 2.750 euros. Todos expuestos sobre su propio estante, dando así un aire de distinción a cada obra, en el Espacio Salinas, la galería de arte que 'esconde' la tienda Temporánea.
En lugar de esconder las imperfecciones, ella las resalta con un toque dorado. Como en la filosofía japonesa kintsugi, las fracturas y cicatrices de la cerámica –y de la vida– se reparan con pan de oro, aportando elegancia y luz a unas piezas de por sí ásperas y sin el acabado delicado de su vajilla de autor. Sucede en 'An eventful firing' (Una cocción accidentada), una serie de platos rotos de una cocción que salió mal. «En vez de tirarlos, los terminé». Les aplicó un esmalte, resultado también del reciclado de distintos esmaltes, y añadió dorado a las grietas que, al cocerlas de nuevo, se agrandaron mucho más. A partir de esta experimentación, comenzó a incorporar un toque dorado, sutil a veces y muy evidente en otras ocasiones, en todas las piezas.
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No es fácil trabajar con material reciclado, la composición de los restos es aleatoria y a veces tiene más esmalte o más gres, depende del tipo de producción de esos días. La consistencia no es la misma que cuando ella hace cerámica al uso y, por eso, el riesgo de agrietarse es mayor. La prueba es 'Untameable' (Indomable), una pieza con una pasta que por más que lo intentó no logró que resistiera y que dejó por imposible con una grieta abierta en el centro.
Es un reto, pero al mismo tiempo el proceso es más libre, más creativo. La singularidad del material le obliga a experimentar constantemente y a adaptarse a lo que cada pieza le pide y le deja hacer. Aquí además prescinde del torno, su herramienta habitual, y recurre a una técnica prehistórica, a base de rollos o churros que superponen uno encima de otro hasta dar con la forma que quiere. Y se nota, no lo disimula. «Busco que se vea ese trabajo con los dedos. Vas dejando las huellas en cada parte de la pieza, es el valor del tiempo».
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Las modela con mimo en su taller de Casabermeja, en una nave cedida por el Centro Andaluz de Emprendimiento (CADE). Allí trasladó su taller desde el barrio de la Victoria, en el centro de Málaga, hace poco más de un año. Necesitaban más espacio para crecer y lo han encontrado a 25 minutos de la ciudad.
Siempre que habla del trabajo del taller lo hace en plural. La marca lleva su nombre, pero María Monasterio deja claro en todo momento que ella no está sola. Desde el principio impulsa a su lado este proyecto su marido Michel Díaz y ahora se ha sumado al equipo Maica Blanco. Haciendo empresa y oficio.
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