Cruce de vías

Plaza de la Marina

Cruce de vías ·

Cuando paseo por el centro, sonrío con la complicidad del que sabe una historia, como si solo yo conociera el secreto que esconde

Sucedió un día de mucho viento hace ya bastantes años. Iba andando por delante del edificio de la vieja Diputación cuando un rótulo metálico con ... el nombre de Plaza de la Marina atravesó el aire como una espada, pasó rozándome la cabeza y cayó con estrépito sobre la acera. Era temprano, lo recuerdo bien. Recogí la placa del suelo como quien levanta un premio que le ha salvado la vida y desde entonces lo he colgado en todas las casas que he ido habitando. Al verlo, me viene la imagen de aquella mañana en que la fortuna estuvo de mi parte. Si hubiera ido medio paso por delante, quizás ahora mi espíritu estaría en el cielo donde se producen las corrientes de aire, volando invisible en la nada. Medio paso, ni siquiera eso, medio segundo, y el impredecible destino hubiera cambiado de repente.

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Al ver la Plaza de la Marina en la terraza me llama la atención lo que cambian los nombres dependiendo del lugar donde se encuentren. No es lo mismo verla en el centro de la ciudad que tenerla en casa. Aquí adquiere otra dimensión más personal. Esta placa metálica gastada por el paso del tiempo, oxidada, fue el arma arrojadiza que el azar eligió para lanzar sobre mí. Verla me alegra, como si después de tantos años hubiéramos firmado la paz. Ahora la placa está en una de las paredes de la terraza rodeada de flores. Un homenaje al recuerdo y a la cantidad de veces que sin darnos cuenta esquivamos la muerte. Si la Plaza de la Marina me hubiera caído encima y yo hubiera conseguido sobrevivir, ahora tendría una marca en la cabeza y cuando alguien preguntara cómo me hice esa cicatriz, yo explicaría el motivo y recalcaría que tuve un destello de suerte. No sé quién habría cobrado la indemnización si la placa me hubiera matado. Entonces no vivía con nadie, tampoco había hecho testamento. Quizá no hubo más culpable que el viento.

Cuando paseo por el centro y paso por el mismo lugar de aquella mañana remota, miro la placa y sonrío con la complicidad del que sabe una historia, como si solo yo conociera el secreto que esconde, ella es una burda copia, como tantas cosas en la vida. Miro la placa que hay en casa y tengo la sensación de estar delante de una lápida cuyo nombre encierra la historia de una vida. La Plaza de la Marina fue una víctima del vendaval, yo la rescaté y acogí en mi hogar. Hasta que alguien descubrió su ausencia y decidieron sustituirla por otra nueva con el nombre de la antigua. Al verla, tengo la sensación de estar ante una impostora, la imagen de una radiografía que no contiene nada en su interior, una vida falsa, como esas tumbas vacías por dentro.

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