Sr. García .
Cruce de vías

El número del diablo

No importaba la apuesta que uno hiciera, al final la rueda de la fortuna siempre se para y nos deja a todos sin nada

Los 36 números de la ruleta suman 666, la marca de la Bestia, el número del Diablo. Un día se lo dije a un conocido ... que visitaba casi a diario los casinos y adiviné la expresión del miedo en su mirada. Él no era consciente de que pasaba horas apostando contra un enemigo poderoso e invencible al que no le interesaba el juego sino la derrota, la condena y el infierno de las víctimas. Alguna vez lo acompañé al casino. Yo jugaba una pequeña cantidad de dinero y tanto si ganaba como si perdía me retiraba enseguida. Él continuaba apostando hasta que cedía a mis súplicas de marcharnos o teníamos que irnos a la fuerza porque cerraban el local. La primera ocasión que lo acompañé apostamos la mitad de dinero cada uno. Durante un breve periodo de tiempo fuimos ricos, nunca en mi vida había conseguido tanto dinero como el que reunimos en ese fugaz instante. Le dije que era el momento de retirarnos, pero no hizo caso y se obstinó en continuar apostando hasta que lo perdimos todo. Él tomaba las decisiones, yo era un mero espectador. Me sentí contrariado y abatido, la suma de dinero que dejamos escapar me hubiera solucionado más de un problema. De vuelta a la ciudad, fuimos los dos en mi coche sin hablar. Lo dejé en la puerta de su casa y al despedirnos noté que sentía vergüenza, como si hubiera descubierto un secreto que él deseaba mantener oculto.

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Esa noche me costó conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en lo estupendo que hubiera sido acostarme con el futuro inmediato resuelto. Entonces vivía a salto de mata y resultaba dificultoso llegar a mediados de mes. Aquello había sido un golpe de suerte que duró apenas unos minutos. Allí en el casino, delante de la ruleta, no fui capaz de frenar el ciego deseo de mi socio por seguir jugando. Ni siquiera intenté convencerlo de retirarnos porque sabía que no lo iba a lograr. Él era un ludópata y yo un incauto soñador. Un tándem imposible, los peores compañeros de juego. Después de aquel día, lo acompañé tres o cuatro veces más. Lo veía transformarse delante de la ruleta que daba vueltas a la vida. Hasta que una madrugada le dije que aquella era la última vez que pisaba un salón de juego. Me quedé con la mala conciencia de abandonarlo a su suerte, pero no sentí remordimiento. Llegué a la conclusión de que todos estamos obligados a elegir entre rojo y negro, par o impar, pasa o falta. También descubrí que él y yo habitábamos mundos opuestos e incompatibles. Recordé el 666, el número del diablo. No importaba la apuesta que uno hiciera, al final la rueda de la fortuna siempre se para y nos deja a todos sin nada.

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