La nostalgia pop de Vanessa Morata seduce a las galerías
Los personajes de su infancia millennial se cuelan en interiores de diseño. Unos divertidos 'collages' con un trasfondo crítico que ya ha expuesto en París, Roma y Hong Kong
Hoy las mujeres se visten de rosa chicle para ver la película de Barbie, los padres le compran a sus hijos camisetas de Pokémon y ' ... La Sirenita' vuelve al cine en su versión de acción real. «Lo que hemos vivido los millennial en nuestra infancia lo estamos recuperando ahora de mayores», explica Vanessa Morata (Málaga, 1992) con una enorme sonrisa. La artista malagueña lleva a sus cuadros el imaginario infantil de su generación con Mickey Mouse, Goku, Buzz Lightyear, Ariel, Doraemon y hasta personajes de la serie 'Friends' ocupando espacios interiores cuidadosamente decorados. Una nostalgia pop que ha convertido en seña de identidad y que ha seducido a galerías de París, Roma y Hong Kong.
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Son cuadros coloridos y divertidos, composiciones que invitan a la sonrisa primero y a la añoranza después. Pero tras todos esos elementos que abarrotan sus obras se esconde algo más. La saturación de dibujos animados y de muebles de distintos estilos que se superponen unos a otros a modo de 'collage' es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. «Es una crítica al consumismo, a ese no parar de comprar, del que yo también formo parte. Pero no podemos tenerlo todo, eso no nos hace felices», reflexiona Morata.
Sus piezas se componen de todo aquello que las personas quieren poseer, ya sea ese sofá de diseño, el 'picasso' de la pared o el personaje animado que te recuerda a tu infancia. «La gente no siempre busca el trasfondo, pero yo no solo quiero pintar algo bonito, me gusta trabajar temas actuales», explica.
Cada uno de sus cuadros está lleno de detalles y de diferentes texturas que obligan a no quedarse solo con el primer vistazo. Sobre el caballete de la habitación de su casa convertida en estudio está la pieza de mayor tamaño que llevará a su próxima individual en la Galería Renace (Baeza, Jaén). Está casi acabada, solo le faltan los últimos toques con aerógrafo, una técnica que también habla de su generación. Aparecen Mickey, La Sirenita en la escena del baño, Stewie de 'Padre de Familia', Agallas 'el perro cobarde' y varios pokémon en un interior abierto al mar a través de unos arcos, un guiño a los que también hay en la galería jiennense donde se expondrá. Y tiene relieve. Con capas de óleo y empastes crea el tapizado de piel de oveja del sillón, los pliegues de la lámpara de pie, el pelo de Ariel o la oreja de un pokémon.
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Vanessa Morata pinta con el ordenador a su izquierda y una tablet frente a ella. Porque su arte empieza ahí. Al principio hacía los 'collages' de forma manual con recortes de revistas (siempre le ha apasionado el interiorismo), hasta que descubrió la rapidez y las posibilidades que ofrecían las herramientas digitales. El boceto nace en el ordenador y, de ahí, salta al lienzo, donde adquiere otra dimensión y personalidad.
Generación agridulce
Vanessa Morata, graduada en la Facultad de Bellas Artes de Málaga, forma parte de lo que se ha venido a llamar la 'generación agridulce' del arte, esa que creció con todas las comodidades del estado del bienestar y que se dio de bruces con la realidad cuando salió al mercado laboral, donde vivir de la creación es una excepción. Ella ha sido niñera, cajera de restaurante, figurante en películas y, por último, diseñadora gráfica. «De todo mientras pintaba». Un choque que un conjunto de artistas de su edad vuelca en obras a medio camino entre la nostalgia y lo 'kitsch'.
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Hace un año, la joven de El Palo decidió dar el paso: dejó su trabajo como diseñadora para dedicarse por completo al arte y a la maternidad. La pequeña Cleo, de un año y medio, la acompaña a menudo en el estudio: su huella se ve en los trazos de los lienzos apoyados en la pared que aún están por pintar. Desde que ella llegó, cuenta, es más «resolutiva». «Tengo menos tiempo, estoy con ella todo el día, pero pinto más que cuando trabajaba».
La artista malagueña juega con las texturas y el color en obras que saltan del ordenador al lienzo
Ese salto al vacío ha sido un punto de inflexión en su carrera. Desde entonces, encadena un proyecto tras otro. De hecho, en el piso que comparte con su pareja, el también artista Julio Anaya, apenas hay cuadros: todos los que produce, salen directamente hacia una galería. En medio del pasillo solo se distinguen unos ganchos en la pared. «Donde cuelgo mis obras para que sequen», cuenta entre risas.
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El pasado junio, Morata inauguró su primera individual en París, en ADDA Gallery. El primer día había vendido ya cinco de las siete piezas expuestas. Sus siguientes destinos son Renace Contemporary Art en Jaén y una feria en Shanghái a la que acudirá de la mano de Galería Mayoral. También volverá próximamente con una colectiva a Rara Residencia y para 2024 tiene ya en perspectiva una exposición en Thinkspace Gallery de Los Ángeles. Se confiesa tímida, con cierto «vértigo» a la velocidad que está cogiendo su carrera, pero con la convicción de que es el momento de ir a por todas.
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